Los testigos del asalto a la valla de Melilla: “Todo era sangre, piel desgarrada, pies rotos, manos rotas…”

Vecinos de Nador describen una multitud de cuerpos amontonados tras el choque entre la policía marroquí y migrantes que ha dejado al menos 23 muertos

Decenas de migrantes intentan traspasar la valla de Melilla, este viernes.javier bernardo (AP)

Sobre las 6.30 de la mañana, Hakim (nombre ficticio para proteger su identidad) salía de casa en Barrio Chino de Nador camino de Beni Enzar para hacer recados. El hombre regenta una tienda en la barriada pegada a la valla con Melilla, por cuyo paso fronterizo entraron a la ciudad autónoma 133 personas este viernes, un acceso por la fuerza que en la parte marroquí acabó en tragedia. Al menos 23 murieron supuestamente aplastados o asfixi...

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Sobre las 6.30 de la mañana, Hakim (nombre ficticio para proteger su identidad) salía de casa en Barrio Chino de Nador camino de Beni Enzar para hacer recados. El hombre regenta una tienda en la barriada pegada a la valla con Melilla, por cuyo paso fronterizo entraron a la ciudad autónoma 133 personas este viernes, un acceso por la fuerza que en la parte marroquí acabó en tragedia. Al menos 23 murieron supuestamente aplastados o asfixiados al quedar atrapados en un pasillo del dispositivo fronterizo, según las autoridades de Nador. La Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) y el colectivo Caminando Fronteras elevan la cifra a 27 fallecidos. Cuando Hakim detuvo su moto para pararse a observar, casi mil personas estaban entrando por las calles de Barrio Chino dispuestas a plantar cara ante las fuerzas marroquíes desplegadas en ese punto del perímetro. El choque derivó en drama y dejó una multitud de cuerpos amontonados en las calles de la ciudad fronteriza marroquí. Los vecinos de Nador describen escenas dantescas: “Todo era sangre, en la cabeza, en las manos, en los pies...”.

A Mohamed, un vecino cuya casa va a dar al paso fronterizo, le despertaron los gritos de una multitud que se derramaba por la calle desde la carretera que circunvala la villa y que bordea el camino hacia el monte Gurugú, una elevación que domina la vista hacia Marruecos desde Melilla, pegada a la costa. “Querían entrar”, refiere de forma parca. Entre 1.500 y 2.000 personas cargadas con palos y mochilas llenas de piedras se aproximaban al poblado, donde consiguieron reventar con una cizalla las puertas cerradas del cruce fronterizo para entrar en tropel por la cuesta que baja hasta el lado español y donde quedaron atrapados, cercados en una maniobra de pinza por las fuerzas marroquíes desplegadas a su espalda. En cuanto escuchó las detonaciones de las granadas de humo que los agentes emplearon contra los migrantes, Mohamed cerró las ventanas, estremecido: “Si no, te disparan a ti”.

Imagen de uno de los vídeos difundidos.

El intento de entrada a Melilla del viernes ha sido el más cruento y mortal que se ha registrado a ambos lados de la valla. La AMDH ha alertado contra cualquier intento de enterrar a los fallecidos con premura y sin que se abra una investigación “global, rápida y seria” sobre lo ocurrido para establecer responsabilidades. La información fue opaca y confusa durante todo el día. Organizaciones como la Asociación Marroquí de Derechos Humanos se han quejado de que, durante todo el viernes, se prohibió el acceso al hospital Hassani de Nador (a unos 15 kilómetros de la frontera), adonde se había trasladado a los muertos y heridos. Por la tarde, y hasta la caída del sol, fuerzas de seguridad marroquíes mantenían tomada la entrada a Barrio Chino junto a la frontera. Allí se habían dispuesto al menos 15 autobuses, donde quedaron varados durante todo el día decenas de detenidos. Hacer preguntas o tomar notas en la zona era razón suficiente para levantar recelos que acababan en acoso por parte de los agentes.

“Esto ha sido un crimen, un crimen”, barrunta Tareq (también nombre ficticio), “han estado ahí todos desde el mediodía, ahí tirados en el suelo, en el sol, sangrando”. El suceso ha dejado en la retina de los vecinos de Barrio Chino imágenes que evocan un escenario bélico a pie de las calles acostumbradas a rebosar de gente. Hasta 2020, cuando cerró la frontera entre España y Marruecos a cuenta de la pandemia, miles de personas se empleaban en el llamado “porteo” o “comercio atípico”, una especie de contrabando para el que empresarios a ambos lados de la frontera pagaban jornales miserables a hombres y mujeres que cargaban bultos de hasta 90 kilos. El viernes, el asfalto se cubrió de los cuerpos exhaustos, inmóviles, de decenas de jóvenes que quedaron atrapados entre los muros y rejas del dispositivo de cruce fronterizo y que las fuerzas marroquíes iban sacando como meras carcasas.

A Tareq se le revuelve el estómago. Llegó a casa, entre Barrio Chino y Farhana, en torno a las cinco de la tarde, sin ganas de comer y apenas de hablar. “Todo era sangre, todo sangre”, se espanta, “sangre en la cabeza, la piel desgarrada, los pies rotos, manos rotas… Quienes no han muerto ya acabarán muriendo, porque les han pegado mucho”. Tareq se encontraba haciendo trabajo de desbroce por una zona alejada de la villa desde primera ahora de la mañana. No vio cómo llegaron los migrantes, expulsados la noche anterior de sus campamentos en un descampado cercano a Nador, a unos 15 kilómetros de Barrio Chino. Sobre las 11.00, la cuadrilla de trabajadores municipales recibió la orden de bajar hasta la pedanía y ponerse a recoger las piedras y palos con las que los migrantes atacaron a los policías, gendarmes y fuerzas auxiliares marroquíes. Al otro lado, también llovieron rocas. Hasta 49 guardias civiles sufrieron heridas o lesiones, según la Delegación del Gobierno en Melilla; 57 migrantes resultaron heridos y cinco de ellos fueron tratados en el Hospital Comarcal.

Quienes no han muerto ya acabarán muriendo, porque les han pegado mucho”
Tareq, vecino de Barrio Chino

“Cuando llegué yo, todos estaban en el suelo”, cuenta Tareq, “los cogían de los brazos de ahí dentro [del dispositivo fronterizo], no se podían ni poner de pie, cuando empezaban a levantar, les daban; todos los que estaban ahí en el suelo tenían las piernas rotas”. Los migrantes quedaron encajonados en un largo pasillo utilizado habitualmente para dejar entrar a los porteadores que cargaban la mercancía de contrabando. El juego de rejas, vallas y empalizadas en ese paso de Buena Vecindad (uno de los tres que solo pueden usar vecinos de Melilla y Nador y que permanece cerrado) se convirtió en una ratonera. Desde Melilla, entre las 9.30 y las 10.00, se observaban a unos metros a jóvenes encaramados a la alambrada fronteriza, algunos saltando o escurriéndose sobre las barras de los peines invertidos que han sustituido a las concertinas como corona de la reja en el envés español de la valla; otros, habían conseguido escalar hasta el techo de las garitas fronterizas y, desde ahí, saltar a suelo español. Unos pocos conseguían salir a la carrera y ser recibidos, por el camino o en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), por compatriotas, mayoritariamente sudaneses, que los recibían con una alegría contenida.

Hussein, sudanés residente desde marzo en el CETI, recibió con un abrazo a su amigo —”mi hermano”, le llama él— a las puertas del centro. Ambos compartieron encierro en Libia e intentaron juntos entrar en Melilla el pasado marzo, en el mayor salto a la valla que se ha vivido en la historia de la ciudad autónoma. Unas 900 personas lograron acceder a la ciudad en dos días (unas 500 en una sola mañana); más de 2.500 lo intentaron, a plena luz del día. El Gobierno local interpretó aquella entrada como una amenaza por parte de Marruecos en plena crisis diplomática entre Madrid y Rabat. Dos semanas después, el Ejecutivo de Pedro Sánchez decidió dar un giro histórico a la postura española sobre el Sáhara Occidental y respaldar la propuesta soberanista marroquí de autonomía para la excolonia frente al plan de referéndum de autodeterminación.

Hussein, tuvo suerte; su amigo, del que no revela el nombre, se quedó al otro lado, escondido y resguardado en los bosques y descampados que rodean la ciudad de Nador, capital de la provincia fronteriza con Melilla. El jueves por la noche, durante las festividades de San Juan, en Melilla se rumoreaba ya sobre un posible salto. Las fuerzas marroquíes habían entrado en la zona de Seluán y alrededores, donde se habían reunido entre 1.500 y 2.000 personas, para desmantelar por la fuerza el campamento. El choque replicó la violencia inusitada que se ha producido en las últimas semanas y que ha dejado a más de 100 agentes marroquíes heridos.

“Nos dijeron que nos teníamos que ir y abandonar el refugio”, cuenta en una nota que Hussein ha conseguido filtrar desde el dispositivo en el que los 133 jóvenes acogidos en el CETI guardan cuarentena por la covid. “Dijeron que no querían a nadie en la zona durante las próximas 24 horas o volverían con un castigo más agresivo y violento, así que nos fuimos por la mañana a cruzar la frontera”, concluye.

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