Los huérfanos de la guerra de Ucrania

Entre los 25.000 menores que han llegado a España huyendo de la invasión rusa, hay más de 2.000 que lo hicieron solos o a los que se considera en riesgo

Un grupo de menores huérfanos huidos de Ucrania almuerza en el colegio de Salamanca donde están acogidos.Miguel Velasco Almendral

En la zona más rural de Salamanca, en un pueblo de 200 habitantes donde los perros duermen la siesta en mitad de la carretera y las persianas permanecen siempre cerradas, vive una mujer ucrania con 85 hijos. Elena Alekseevna, “mami” para los pequeños, dirige con disciplina la nueva vida de estos niños, que huyeron de las bombas que amenazaban su orfanato, primero en la provincia oriental de Donetsk y, luego en Lviv, al oeste de Ucrania. El grupo llegó a España a finales de marzo en un avión fletado por Defensa. ...

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En la zona más rural de Salamanca, en un pueblo de 200 habitantes donde los perros duermen la siesta en mitad de la carretera y las persianas permanecen siempre cerradas, vive una mujer ucrania con 85 hijos. Elena Alekseevna, “mami” para los pequeños, dirige con disciplina la nueva vida de estos niños, que huyeron de las bombas que amenazaban su orfanato, primero en la provincia oriental de Donetsk y, luego en Lviv, al oeste de Ucrania. El grupo llegó a España a finales de marzo en un avión fletado por Defensa. La mitad de estos niños padece alguna discapacidad y, hasta hace pocos días, cuando pasaba un avión o explotaba un globo, corrían a esconderse debajo de una mesa. “Ahora empiezan a sonreír poco a poco”, cuenta Alekseevna en el internado religioso donde se hospedan.

Es la hora de comer, y mientras la última mesa termina sus platos en silencio, los mayores barren y recogen el comedor. Alekseevna, que lleva 28 años trabajando en este orfanato donde apenas tienen contacto con el exterior, no les quita ojo. Los lleva poco después, en fila india, hacia sus dormitorios para que duerman la siesta. Al despertarse, la enorme parcela del colegio, rodeada de encinas, se llena de niños por todos los rincones. En el mismo recinto, viven y estudian como internos otro medio centenar de críos de orígenes diversos, la mayoría de Guinea Ecuatorial.

A la hora de la siesta, todos los niños se dirigen disciplinadamente a sus habitaciones.Miguel Velasco Almendral

Entre los refugiados por la guerra en Ucrania hay un chico en silla de ruedas que siempre sonríe. Le acompaña a todas horas el mismo amigo, uno de los más pequeños, que le lleva, le trae, le cuida y le lanza por una suave pendiente mientras él se parte de risa. También anda por allí Nikkita, un chico muy alto con déficit cognitivo que no se separa de su mochila llena de coches. O Felipe y Bogdan, de 16 y 17 años, que se han hecho inseparables de Chimo Luque, un cocinero jubilado de Sevilla reconvertido en pastor que vive en el colegio.

Luque ha incluido a los huérfanos en sus tareas diarias. Tiene una decena merodeándole cada día, aunque Felipe y Bogdan son los más fieles. “¡Vamoooooou!”, grita Felipe a las cabras para que se acerquen a la puerta del corral. “Ya controlan. Me ayudan en todo lo que haga falta: vamos al prado con las cabras, van a por las gallinas, se han aprendido la ración del burro…”, celebra el pastor. La comunicación de los niños con el señor, cada uno en su idioma, es asombrosa. “Me comunico perfectamente con ellos, no tenemos secretos”, se ríe Luque.

Los niños, cuya tutela aún pertenece al Estado ucranio, tienen entre siete y 17 años y lograron salir de Lviv gracias a una operación organizada por la Fundación Madrina y las ONG Coprodeli y Angels’Faces. De momento, hay poca presencia institucional y Conrado Giménez, el director de la fundación, y un grupo de voluntarios entregados se ocupan de todo: desde la ropa y la comida a los cumpleaños y los cortes de pelo.

Las clases, por ahora, corren a cargo de 17 profesores del orfanato, que dejaron a sus familias para seguir ocupándose de los niños, pero no está claro todavía quiénes, cuándo y cómo podrán matricularse aquí. “Dios te da la misión y luego ayuda. De los políticos no espero nada”, mantiene Giménez, con la estampa de San Miguel Arcángel, patrono de Kiev, colgada al cuello.

Conrado Giménez, presidente de la Fundación Madrina, lideró la evacuación de los huérfanos y corre a cargo de su acogida. Miguel Velasco Almendral

La guerra de Ucrania ya ha forzado a venir a España a más de 25.000 niños y niñas (más del 38% del total de los desplazados registrados). Entre ellos, hay 2.045 considerados menores extranjeros no acompañados, según fuentes gubernamentales. Una parte, en concreto 604 menores, llegaron completamente solos, como un grupo de 28 jugadores de una escuela de fútbol que han sido acogidos en Cataluña. Otros 1.441 niños son considerados “menores en riesgo activo”, una categoría que incluye a aquellos que o no tienen documentación o que la persona que los acompaña (progenitor o tutor) no acredita esta condición. Es la fórmula que ha encontrado España para ejercer algo más de control ante la incesante llegada de niños que, en muchos casos, escapa de su supervisión.

Los niños de este orfanato, aunque técnicamente están con sus tutores legales, también han sido registrados en España como menores extranjeros no acompañados, al igual que se hace con los miles de niños solos que llegan en patera y cuya tutela corre a cargo de las comunidades autónomas. “Es una mayor garantía, así se asegura que la acogida y la atención es adecuada y hay comunicación con el país de origen para cotejar sus identidades”, explican fuentes del Ministerio del Interior. En este caso en concreto está por ver qué papel ejercerá la comunidad autónoma en la acogida integral de estos niños.

En la pizarra de una de las aulas, Susana Sanfiz, una argentina de 55 años, ha dibujado un par de relojes para enseñar las horas a Sasha. El niño, de 12 años, vivía en el orfanato desde que era un bebé y, en 2017, empezó a pasar las vacaciones en Buenos Aires con Sanfiz y su marido. La pareja había iniciado los trámites de adopción que acabaron atascándose, primero por la pandemia, y, ahora, por la guerra.

Llevaban dos años sin verlo, vivieron con angustia los bombardeos sobre Lviv y al saber que el pequeño se había refugiado en España, el matrimonio voló sin pensarlo para acompañarle en sus primeros días aquí. “Vinimos porque necesitábamos verlo y abrazarlo. Esta es una edad muy difícil para los niños y queríamos que sintiese nuestra incondicionalidad”, cuenta Sanfiz mientras el pequeño bate récords jugando al Candy Crush en el móvil.

Sasha no tiene problemas neurológicos, pero sí dificultades en el habla y aún no tiene un diagnóstico. “Con amor y tiempo, me parece que podemos transformarlo en un adulto completamente adaptado”, confía la mujer, que volverá a despedirse de él en unos días.

Es curiosa la comunidad de voluntarios que se ha formado alrededor de estos niños. Aparece Chelo, la cocinera, que irrumpe en el comedor para repasar la lista de ingredientes que necesita para preparar una sopa ucrania. “A ver, patatas tenemos, pero necesito remolacha y lacón ahumado. Llevan pidiendo esa sopa desde que llegaron”, anuncia.

Óscar, uno de los voluntarios, ha instalado una cama elástica y material deportivo para los niños.Miguel Velasco Almendral

Los niños están admirados con Sofía, una niña dulce de 14 años, que ha viajado hasta el pueblo con su madre para ayudar en lo que se pueda. “No te vayas”, le piden los críos en un grupo que tienen de WhatsApp. La madre, Teresa Sánchez, farmacéutica, ya ha estado dos veces en la frontera con Ucrania para recoger refugiados y decidió despedirse del trabajo para pasar casi dos semanas en el internado. La mujer anda de aquí para allá organizando el cumpleaños de una de las niñas, distribuyendo regalos o yendo a los pueblos más cercanos a hacer compras. Este sábado, finalmente, se volvieron a Sabadell, aunque Sánchez promete estar de vuelta, esta vez con su hija menor, de solo tres años, en pocos días. “Una vez que los conozco, me veo incapaz de dejarlos solos”, cuenta.

Con los chicos también está Borja, un joven que trabajaba en Londres en una empresa de nueva creación y ahora teletrabaja en el colegio para dedicarles tiempo. Y Óscar, que tiene un club deportivo en Las Rozas (Madrid) y está allí para montar canastas, camas elásticas o redes de voleibol. Los niños, coinciden los voluntarios, llegaron cerrados y temerosos. Ahora, piden y reparten cariño hasta a los desconocidos.

Según avanza la jornada, la directora, Elena Alekseevna, va desprendiéndose de la coraza. Por la mañana, había dejado claro que no le hacía gracia la presencia de periodistas, condicionó este reportaje a que a sus superiores en Ucrania aprobasen que se tomaran fotografías y desaconsejó, o más bien prohibió, hablar con los niños. “No están preparados”, zanjó. Pero al caer el sol, se muestra dispuesta a hablar. Aunque uno de los chavales puede ayudar a traducir al español, ella prefiere comunicarse a través del traductor del móvil. En silencio. Y así, en la cafetería más cercana al colegio, a media hora de distancia en coche, cuenta un trocito de su historia tecleando con sus largas uñas rojas.

“Nuestros hijos [en referencia a los 85 huérfanos] han pasado ya dos veces por una guerra [antes de Lviv, en la frontera occidental del país, adonde huyeron tras el inicio de la guerra, el orfanato estuvo en la región de Donetsk, donde el conflicto empezó en 2014]. En 2014 conseguimos evacuarlos a otra región del país, pero esta vez no pudo ser”, relata. “Me preguntan todos los días cuándo volvemos a casa y si será seguro”.

—¿Qué les responde?

Se encoge de hombros. “Tenemos muchas ganas de que esto acabe pronto, pero... Los niños deben seguir siendo niños el mayor tiempo posible y para eso deben estar seguros”, dice.

Sus dos hijos también están con ella. “Cuando huimos, pude traer a mi hija. Pero mi hijo estaba en Mariupol y durante 15 días no supe si estaba vivo”, escribe.

Al preguntarle si es tan dura como parece, Alekseevna se pone a llorar. No lo es. “Tengo mucho miedo de no poder hacer frente a todo esto, de no poder salvarlos”.

Justicia quiere acogimientos transfronterizos

El Ministerio de Justicia lleva semanas trabajando con la Embajada de Ucrania en un protocolo para que, mientras dure la guerra, se activen los acogimientos transfronterizos. Esta figura, recogida en el Convenio de La Haya de 1996, daría una mayor seguridad jurídica al acogimiento de menores que vienen sin sus padres o tutores legales, según un portavoz del ministerio. La acogida de esos niños pasaría a tramitarse  de forma individual y teniendo en cuenta las necesidades de cada niño. La gestión de los traslados se organizaría entre instituciones de ambos países sobre la base de un tratado internacional y no de manera improvisada como hasta ahora. Se espera la colaboración de las comunidades autónomas, que son las competentes, pero si estas no respondiesen, el Gobierno buscaría la manera de atenderlos.

Justicia pretende adoptar este régimen en  grupos de menores que aún vendrán a petición de la propia Embajada Ucrania. También, según fuentes conocedoras del proceso, se quiere proteger con esta figura a grupos de niños que ya están en España. El Ejecutivo tiene especial interés en que afloren los casos de menores que ya están aquí a cargo de ONG o particulares que tenían vínculos previos con los niños por programas vacacionales, por ejemplo. La idea es reconocer a estos niños bajo el acogimiento transfronterizo, pero  no significaría retirar la guarda a sus tutores.

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