La angustia del piloto de combate que estrelló su F-18
La investigación judicial concluye que el teniente fallecido en un accidente en Torrejón en 2017 no estaba en condiciones de volar
El teniente Fernando Pérez Serrano, de 26 años, era el número uno de su promoción. Tras salir de la Academia General del Aire, en 2014, fue destinado al Ala 12, con base en Torrejón de Ardoz (Madrid), donde volaba cazabombarderos F-18 y demostró un “comportamiento personal y profesional excelente”. Sin embargo, según el auto dictado por el Juzgado Togado Militar Territorial número 11, que investiga el accidente en el que perdió la vida, el 17 de octubre de 2017, el joven teniente “sufrió un c...
El teniente Fernando Pérez Serrano, de 26 años, era el número uno de su promoción. Tras salir de la Academia General del Aire, en 2014, fue destinado al Ala 12, con base en Torrejón de Ardoz (Madrid), donde volaba cazabombarderos F-18 y demostró un “comportamiento personal y profesional excelente”. Sin embargo, según el auto dictado por el Juzgado Togado Militar Territorial número 11, que investiga el accidente en el que perdió la vida, el 17 de octubre de 2017, el joven teniente “sufrió un cambio de actitud” tras regresar de Yibuti, donde fue comisionado forzoso como traductor de francés para la Operación Atalanta, entre julio y noviembre de 2016. A partir de entonces, asegura la jueza, su conducta se volvió errática y temeraria: sus actitudes ponían en riesgo la seguridad en vuelo e incumplían “voluntaria y conscientemente” procedimientos operativos básicos.
El oficial “no había encajado la decisión” de enviarle a Yibuti con un cometido que hasta entonces desempeñaba un suboficial, subraya el auto. No solo se frenaba la progresión de su carrera como piloto de combate, descolgándose de sus compañeros, sino que incluso retrocedía: al pasar cuatro meses en tierra, perdió las calificaciones de vuelo que tenía y tuvo que recuperarlas. Además, se vio obligado a abandonar los estudios de ingeniería aeronáutica que había iniciado dos meses antes de irse a Yibuti.
El 5 de octubre de 2017, 12 días antes de su fatal accidente, intercambió con un compañero el servicio de alerta que tenía asignado sin solicitar permiso, por lo que su jefe le impuso tres días de arresto domiciliario. El 10 de octubre anuló el vuelo que tenía programado, alegando que “no se encontraba en condiciones psicofísicas” de realizarlo. Su comportamiento, que la juez tacha de “errático e insensato”, era una señal clara de que mantenerlo volando “podía ser un riesgo grave para la seguridad en vuelo, para él mismo y para otros”.
Una semana después, fue designado para realizar una misión de reconocimiento aéreo para captar imágenes de la zona de Chinchilla (Albacete). El teniente debía haberse presentado 45 minutos antes del despegue, para abordar la minuciosa inspección prevuelo del aparato, pero llegó con solo 10 minutos de antelación, “lo que le llevó a realizar la inspección con premura”, por lo que no se percató de que un mecánico, cuya identidad no se ha podido determinar, había dejado olvidado un maneral (una herramienta de cabezal intercambiable) en la tobera de entrada de aire del motor derecho. Al encenderlo, el mecánico que lo asistía advirtió un ruido extraño, que también llamó la atención de otros dos militares que estaban en el hangar. El teniente apagó y encendió el motor varias veces pero, aunque el ruido no desaparecía, empezó a rodar camino de la pista.
A pesar de que tenía espacio suficiente para despegar, se fue a la cabecera de la pista porque, según la investigación judicial, su intención desde el primer momento fue despegar con un solo motor, el izquierdo, incumpliendo el manual de vuelo del F-18.
Durante la carrera de despegue, el avión no alcanzaba las velocidades previstas, al rodar con un solo motor, y cuando llegó a los 134 nudos (13 menos de los previstos para despegar) tiró de la palanca para levantar el morro. Fue en ese momento cuando puso el motor derecho, que estaba al ralentí, en posición de máximo empuje, lo que hizo que el maneral, que había sido absorbido al interior de la turbina, empezara a destrozarla. La rueda delantera volvió a tocar el suelo, pero el aparato logró finalmente elevarse mientras el motor derecho entraba en parada sin que el teniente fuera consciente de lo que ocurría. “Parece que tengo un problema”, comunicó a la torre.
Convencido de que los dos motores funcionaban, el teniente hizo lo contrario de lo que requería la situación: “encabritó” el avión, elevando cada vez más el morro. Cuando estaba a 107 metros, el aparato perdió sustentación. “Se está cayendo el avión”, alcanzó a decir. A las 11 horas, 2 minutos y 11 segundos, 42 segundos después de despegar, el avión impactó contra el suelo, sin que el piloto se eyectara en paracaídas.
El padre del teniente fallecido declaró que su hijo “estaba presionado”, pues sus jefes no adoptaron medidas para permitirle cursar el máster en comercio exterior en el que se acababa de matricular. Según el auto, el joven vivía con “ansiedad y angustia” la imposibilidad de compaginar ambas actividades y temía ser expulsado del máster.
El piloto había entrado en una “dinámica errática”, con un comportamiento “infractor e insensato” que se prolongó sin que nadie lo atajara, señala la jueza. Y eligió el peor día para realizar el “experimento” de intentar despegar con un solo motor pues, “por motivo de otra negligencia”, una herramienta olvidada en la tobera de la turbina derecha acabaría destrozándola.
La conducta temeraria del teniente —que en alguna ocasión voló por debajo de la altitud prevista— “era conocida por toda la cadena de mando”, según el responsable de otro escuadrón, que advirtió a su jefe directo. Pero este, un comandante, no se preocupó, como era su obligación, de comprobar si el teniente estaba en condiciones psicológicas de volar. De haberlo hecho, agrega la jueza, lo habría retirado temporalmente de las misiones de vuelo. Al no haber velado por la seguridad de sus subordinados, incurrió, según el auto, en un presunto delito de imprudencia con resultado de muerte.
La sospechosa pérdida de un expediente confidencial
La jueza ha ordenado deducir testimonio por el presunto “extravío de documentación oficial clasificada” como confidencial, por si fuera delito. Se trata del expediente disciplinario del teniente fallecido. Cuando lo pidió por vez primera, el coronel de la unidad le dijo que no había ningún expediente. Ante su insistencia, el mando del Ejército del Aire le remitió una copia que estaba “cercenada” y había sido objeto de una “burda manipulación”, según el auto. Volvió a reclamar el expediente íntegro y original y se le respondió que no se conservaba ninguna otra documentación. El padre del teniente había entregado en el juzgado las alegaciones que su hijo presentó en el procedimiento sancionador y que iban acompañadas del email que remitió a la subdirectora del máster que acababa de iniciar. El oficial se mostraba “agobiado” ante la imposibilidad de compaginar sus deberes militares con la asistencia a clase. La desaparición del expediente impide saber si sus jefes conocieron el estado de ánimo del teniente.