Benarrabá, el último pueblo frontera con el incendio de Sierra Bermeja
Los vecinos de esta localidad malagueña y voluntarios de otros municipios han trazado un cortafuegos en el cauce del Genal para perimetrar la villa
Silvestre Barroso lleva horas sudando la camiseta con el bochorno acumulado en el margen del río Genal, a la altura del término municipal de Benarrabá (Málaga). Barroso tiene 54 años, es el alcalde de este pueblo de 400 vecinos y participa dirigiendo a gritos a decenas de personas que se afanan en cortar hierbas y cañas, mojar la maleza y retirar rastrojos en una de las orillas desde la que se divisa el humo que sale del monte, donde descargan incesantemente helicópteros que recogen agua de la cercana charca del Escribano. Desde el Ayuntamiento, y ante el ofrecimiento de numerosos voluntarios,...
Silvestre Barroso lleva horas sudando la camiseta con el bochorno acumulado en el margen del río Genal, a la altura del término municipal de Benarrabá (Málaga). Barroso tiene 54 años, es el alcalde de este pueblo de 400 vecinos y participa dirigiendo a gritos a decenas de personas que se afanan en cortar hierbas y cañas, mojar la maleza y retirar rastrojos en una de las orillas desde la que se divisa el humo que sale del monte, donde descargan incesantemente helicópteros que recogen agua de la cercana charca del Escribano. Desde el Ayuntamiento, y ante el ofrecimiento de numerosos voluntarios, han decidido construir un cortafuegos para proteger el pueblo en caso de que las llamas avancen.
Encajonado en plena serranía rondeña, a nueve kilómetros de Genalguacil, Benarrabá es el último pueblo de la línea de frente contra el fuego que no fue desalojado preventivamente el domingo, cuando el incendio comenzaba a comerse el Valle del Genal, al norte de Sierra Bermeja y amenazaba Genalguacil, Jubrique, Alpandeire, Júzcar, Farraján, y Pujerra. La comarca queda lejos de la archiconocida Costa del Sol, a la espalda de los municipios de playa donde buena parte de los vecinos trabaja.
“Llevamos unos cuantos días de incendio ya, desde el miércoles, y la gente está muy preocupada”, explica Barroso, alcalde desde hace 14 años. “El domingo hubo un momento de mucha tensión, porque cuando se mete el humo con aire no se sabe dónde está el fuego, no se ve, empieza a caer ceniza en el pueblo y todo el mundo se pone nervioso”. Hasta el río han ido vecinos con fincas en los alrededores, bomberos forestales recién salidos del fuego y voluntarios de localidades tan lejanas como Coín. La idea ha sido trazar un perímetro para cercar el pueblo del fuego que avanza por el monte del Duque.
En la zona caen a ratos ceniza y goterones que anuncian una lluvia que se intensificará este martes y que no apagará el incendio, pero sí ayudará a aplacar su intensidad, según ha explicado el mando técnico del Plan Infoca, el servicio de prevención y extinción de incendios forestales de la Junta de Andalucía. “Es un incendio muy raro, que lo mismo tira para un lado que para otro”, comenta Francisco, bombero del Infoca empleado en las labores de desbroce con una motosierra. “Este trabajo tiene muchísimo valor, puede impedir que el fuego suba”. Este joven se acostó sobre las cinco de la madrugada y antes del mediodía ya estaba bajando para meterse en faena junto a otro de sus compañeros y en compañía de su padre. “Si llega el fuego, al menos lo habremos intentado”, sentencia Pepe, el progenitor y descendiente de al menos dos generaciones de benabarriches. El hombre discute el abandono del campo, sobre todo la ausencia de pastoreo que hace que se acumule la maleza que sirve de combustible a un fuego que cambia de dirección con tanto capricho como sopla el viento en una zona cuajada de vaguadas y cauces que dibujan* una sierra como una olla.
No queda nadie viviendo en el monte
“Yo tengo ahí mi finca, pero eso es todo matorral”, se lamenta Salvador, de 61 años. Heredó el terreno de su padre fallecido, que se asentó en Benarrabá para cultivar algarrobos, limoneros y otros y castaños. Todo eso se ha ido al traste ahora que el hombre cuida solo de su madre nonagenaria. “¿Tú crees que yo puedo bajar a la finca a limpiar?”, se queja, “si no tengo ni coche, solo una yegua y tardo media hora; lo que quiero es venderla”. Como Salvador hay muchos. “La gente quiere irse a vivir a la ciudad, en el monte no se queda nadie viviendo; las fincas, no solamente el monte público, está todo abandonado”, apostilla el regidor. “Vale mucho dinero desbrozar, entrar a limpiar y, en tres años, con el monte que tenemos, está otra vez cubierto; no hay animales, que es lo que mantiene el monte limpio”.
El abandono del medio rural es, precisamente, uno de los principales aceleradores de la aparición de los llamados incendios de sexta generación. Estos “superincendios”, con un comportamiento parecido al que ha mostrado el de Málaga en estos cinco días, son capaces de alterar las condiciones meteorológicas y crear su propia dinámica interna que supera la capacidad de extinción con medios humanos. “Tienen que ser controlados antes de que ocurran”, subraya Juanjo Carmona, técnico del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, en siglas en inglés). “Las medidas tradicionales, como más medios, no valen; al final el cambio climático está complicando todo y a un nuevo escenario no puedes darle las mismas soluciones de siempre”, abunda.
Según el experto, estos incendios de nueva generación que ya se han visto en California, Portugal o Grecia, amenazan un panorama en España cargado con “bombas de relojería”. “Cada vez hay menos incendios y Andalucia es un ejemplo de ello, la mayoría queda en conatos porque somos muy buenos apagando y en ese sentido hay que poner en valor el trabajo del Infoca como servicio público”, ilustra, “pero los que sí se dan, empiezan a ser muy problemáticos”.