Jesús Ezquerra Calvo, un embajador al servicio de la modernización de España

El diplomático fue a principios de los ochenta director general de Asuntos Religiosos, puesto desde el que defendió la libertad religiosa, la aconfesionalidad del Estado y las relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones

El expresidente del Gobierno, Felipe González, a la derecha, recibe en audiencia a Jesús Ezquerra, embajador de España ante la Santa Sede, en octubre de 1987.

El pasado 19 de junio falleció en Madrid Jesús Ezquerra Calvo, embajador de España. En su homenaje escribo estos recuerdos de un tiempo en que compartimos responsabilidades políticas, origen de una amistad que desde entonces se ha mantenido inalterable.

En diciembre de 1982, un grupo de funcionarios públicos sin experiencia de gobierno llegamos al Ministerio de Justicia. Teníamos en común un pasado de rechazo de la dictadura franquista, la adhesión al proyecto socialdemócrata que los españoles habíamos votado...

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El pasado 19 de junio falleció en Madrid Jesús Ezquerra Calvo, embajador de España. En su homenaje escribo estos recuerdos de un tiempo en que compartimos responsabilidades políticas, origen de una amistad que desde entonces se ha mantenido inalterable.

En diciembre de 1982, un grupo de funcionarios públicos sin experiencia de gobierno llegamos al Ministerio de Justicia. Teníamos en común un pasado de rechazo de la dictadura franquista, la adhesión al proyecto socialdemócrata que los españoles habíamos votado con mayoría absoluta en las elecciones generales de octubre de ese mismo año y la confianza en quienes iban a tener la máxima responsabilidad en la conducción del Gobierno.

Libremente decidimos poner al servicio de la modernización de España toda nuestra capacidad. Sin límites de tiempo, con lealtad a los valores que compartíamos, nos entregamos al trabajo de promover las transformaciones jurídicas, sociales, económicas y culturales incluidas en el programa comprometido con los ciudadanos.

La confianza recíproca, la lealtad sobre todo al pueblo español ordenaron las conductas de cuantos, a lo largo de varios años, veíamos salir y ponerse el sol en el caserón de la calle de San Bernardo mientras trabajábamos sin reposo. Nada nos distrajo del cumplimiento de las obligaciones.

Cerca del comienzo de tan apasionante andadura, a este grupo de personas, se incorporó Jesús Ezquerra, procedente de la carrera diplomática, para ocupar el delicado puesto de director general de Asuntos Religiosos, desde el que defendió la libertad religiosa, la aconfesionalidad del Estado y las relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones, en cumplimiento de lo dispuesto en el artículo 16 de nuestra Constitución.

Antes, durante y después de aquellos años, en todas las diferentes misiones que desempeñó, fue Jesús un ejemplar servidor del Estado democrático. Ejemplar por el rigor de su trabajo, la inteligencia de sus propuestas y decisiones, el sentido de la anticipación, la fértil capacidad de terminar las cosas y la fortaleza para remover obstáculos sin estrépito, suaves las formas, con la fuerza de la ley.

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Contribuyó a resolver muchos problemas, impulsó reformas importantes y supo resistirse a cuantas presiones externas estaban en oposición a los principios que ordenaron la función pública que tenía encomendada. La coherencia política, la congruencia y la honestidad cívica inspiraron sus actuaciones.

Nunca olvidaré la invalorable ayuda del embajador Ezquerra durante la celebración de los actos que tuvieron lugar en Madrid, Aranjuez y Toledo con motivo de la presencia en España —la primera vez tras el fin de la dictadura— de todos los ministros de Justicia del Consejo de Europa. Jesús me facilitó las largas conversaciones mantenidas con los ministros de Justicia de Francia y Bélgica —Badinter y Gol—, que tan útiles fueron para afrontar los problemas de la lucha contra el terrorismo.

Cuando dejó el Ministerio de Justicia fue para implicarse en tareas si cabe más importantes aun, propias del servicio exterior, entre ellas, las de subsecretario del Ministerio de Asuntos Exteriores y de embajador ante la Santa Sede. En todas dejó la huella de su excelencia y de su integridad. Descanse en paz tan ilustre y admirable servidor del Estado democrático, tan fiel amigo.

Fernando Ledesma Bartret fue ministro de Justicia entre diciembre de 1982 y julio de 1988.

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