Los menores que Marruecos empujó al mar
Las autoridades buscan soluciones para acoger a una multitud de niños y adolescentes tras días de caos
Es la segunda vez que Reduan, un adolescente marroquí de 14 años, sortea a nado el espigón que marca el límite entre Ceuta y Marruecos. Ya lo hizo el pasado lunes y asegura que al día siguiente le obligaron a volver. El miércoles llegó de nuevo a la orilla del Tarajal en busca de un hermano que ya no vive en la ciudad. Perdido, descalzo y con su uniforme rosa del Barça empapado, los militares le dijeron que esperase a que alguie...
Es la segunda vez que Reduan, un adolescente marroquí de 14 años, sortea a nado el espigón que marca el límite entre Ceuta y Marruecos. Ya lo hizo el pasado lunes y asegura que al día siguiente le obligaron a volver. El miércoles llegó de nuevo a la orilla del Tarajal en busca de un hermano que ya no vive en la ciudad. Perdido, descalzo y con su uniforme rosa del Barça empapado, los militares le dijeron que esperase a que alguien de Cruz Roja fuese a atenderlo. El niño tiritaba y pedía comida.
Reduan ha acabado en la nave que se ha improvisado en la ciudad para los más pequeños. En ese recinto, donde durante dos días ha reinado el caos, las autoridades han empezado a hacer pruebas de covid y a realizar las filiaciones de los menores que, una vez identificados, serán responsabilidad del gobierno local. Hasta el miércoles por la tarde, en esa nave se contaban cerca de 720 niños y adolescentes, según fuentes gubernamentales. Esperaban sentados y tirados en el suelo, en el exterior, a pleno sol, a que se les empezase a trasladar a otro lugar más adecuado. A lo largo del día, al menos un niño llegó a desplomarse, exhausto. De momento, se cuenta, como dispositivo de acogida, con un recinto de módulos prefabricados en la zona de Piniers, pero ahí no caben todos. El Ejecutivo y las autoridades locales buscan soluciones con urgencia y se plantean instalar carpas del Ejército. Este es un desafío monumental para Ceuta, una ciudad de 85.000 habitantes que, aunque está acostumbrada a una presión migratoria constante, antes de la crisis ya acogía a 206 menores.
Pasado el mediodía del miércoles, un coche solitario se presentó a las puertas de las instalaciones de Piniers. Conducía Hamido, vecino de Ceuta de 47 años y en paro. A su lado iba sentada su esposa, con el móvil en la mano y la foto de un chaval en la pantalla, dispuesta a mostrarla a quien les saliera al paso. “Estamos buscando a un niño para hacerle un favor a un familiar en Marruecos”, explicaba. Sin encontrar a nadie que les ayudase, Hamido y su esposa se dirigieron a la nave en el polígono del Tarajal. El hombre se desesperaba: “No paran de mandarnos de un sitio a otro y nadie nos dice nada”.
Aymen Jabali, de 14 años, se escapó sin avisar, según el relato de Hamido, y se unió a quienes, desde la madrugada del lunes, cruzaban a nado los espigones de Benzú, al norte, y El Tarajal, al sur, en la frontera con Ceuta. “El lunes, el niño estaba en la playa y ya no apareció”, cuenta. “La madre está preocupadísima y no quiere que esté aquí”. La familia supo lo que había ocurrido porque un amigo del chaval les llamó y les informó de que se habían llevado a Aymen a un centro. Ahí comenzó una búsqueda caótica que se ha saldado con una nueva incertidumbre: “Nos han dicho que mañana volvamos a preguntar, nos darán un papel y con eso podemos ir a ver si está en algún sitio”.
Por las calles
Durante el lunes y el martes, unas 9.000 personas entraron irregularmente en la ciudad. De ellas, entre 2.000 y 3.000 eran menores, según fuentes del Gobierno central. Son cálculos aproximados porque llegó un momento en el que se dejó de contar. Muchos han estado volviendo voluntariamente desde el miércoles. Otros han sido devueltos según llegaban a la orilla, como ha podido comprobar EL PAÍS a pie de playa. Oficialmente, Interior niega que se esté obligando a retornar a los menores. Además, hay decenas de niños y adolescentes perdidos por las calles, invisibles al sistema.
Mohamed Amin aparece en chanclas y con el pantalón mojado en los alrededores de la playa de La Ribera. Acaba de asearse y lavar su ropa en una ducha en la arena después de dos noches durmiendo sobre cartones. Tiene 15 años, vino en autobús desde Tetuán, a 40 kilómetros de la frontera. Dejó el colegio hace un año y trabajaba ayudando a instalar puertas metálicas por siete euros a la semana. Asegura que no piensa volver. “Voy a hacer riski”, anuncia, en referencia al método que utilizan los inmigrantes para esconderse en los ferris que viajan a la Península. Los vecinos le están ayudando con comida, pero le quedan cuatro de los cinco euros que llevaba en el bolsillo. “Voy a entrar en el barco como sea”, advierte.
El vaivén de familiares continúa en la nave del Tarajal, custodiada por la policía. Younes ez-Zayany, de 26 años, llama a su hermano Wael a gritos desde el pretil de la cuesta que da al recinto. “Solo quiero acercarme a saludarlo”, comenta. El joven llegó el lunes a Ceuta sobre las 15.00, apenas tardó 10 minutos en cruzar a nado el espigón de Benzú. Dos horas después, telefoneó al benjamín de la familia para que emprendiese la misma ruta. “Lo llamé para que viniese”, reconoce, “él es pequeño y puede que se quede en Europa”. Para Younes, el mayor, la aventura se ha quedado en espejismo y ya está pensando en regresar a Fnideq, la antigua Castillejos, a unos siete kilómetros de la ciudad autónoma. “Probablemente me vaya a casa”, desiste, “la mayoría de gente ya ha regresado”.