El CIS y los límites de las predicciones electorales
Ante fallos predictivos como los que han tenido lugar en las recientes elecciones de Madrid lo que conviene es abordar un debate riguroso, objetivo y desprejuiciado
Una de las cosas más difíciles en la vida es reconocer los errores. Pero hay un ámbito en el que tal reconocimiento es primordial. Me refiero a la actividad científica, que progresa mediante un ejercicio permanente de ensayo-error. Por eso, ante fallos predictivos como los que han tenido lugar en las recientes elecciones de Madrid lo que conviene es abordar un debate riguroso, objetivo y desprejuiciado,...
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Una de las cosas más difíciles en la vida es reconocer los errores. Pero hay un ámbito en el que tal reconocimiento es primordial. Me refiero a la actividad científica, que progresa mediante un ejercicio permanente de ensayo-error. Por eso, ante fallos predictivos como los que han tenido lugar en las recientes elecciones de Madrid lo que conviene es abordar un debate riguroso, objetivo y desprejuiciado, sin descalificaciones ad hominem.
Para avanzar por este camino, lo primero es reconocer dichos errores, evaluándolos en su medida real, y analizar cómo pueden ser rectificados en contextos sociales y políticos como los actuales.
Empezando por el final, hay que entender que la Sociología es una ciencia singular que opera con márgenes de error bastante amplios, que a veces se amplían en su propia dinámica, como ocurre con los pronósticos electorales. Se debe a la singularidad de los humanos que operamos a partir del libre albedrío, de forma que en todo momento podemos cambiar de opinión, y de intención de voto, o incluso no votar. Por ello, en sociedades tan cambiantes como las actuales, con tantas perspectivas abiertas —e inciertas— lo sorprendente es que los pronósticos electorales a veces sean precisos o se desvíen bastante poco de los comportamientos finales en las urnas.
De ahí que algunos sociólogos recordemos continuamente que las encuestas, incluso las más rigurosas y mejor ejecutadas, operan con amplios márgenes de error, por lo que no deben ser fetichizadas ni petrificadas.
A este carácter relativo de las predicciones electorales en la sociedad española se añade una creciente volatilidad, debida a que cada vez menos electores votan siempre por el mismo partido (menos del 20%), en contraste con lo que ocurría hace poco, cuando más del 70% votaba siempre por el mismo partido, tomando como punto de partida la existencia de dos grandes partidos y no cinco o seis, como ocurre ahora.
La volatilidad, e incluso la impredecibilidad, no se limita a estos dos aspectos, sino que se incrementa debido a que cada vez más electores toman la decisión de a quién votar —o la cambian— durante la jornada de reflexión (en torno al 8%), y durante el mismo día de la votación (6-7%). A ello se añade que otro 16-18% decide su comportamiento durante la última semana de la campaña. Es decir, estamos hablando de un tercio del electorado, cuyo voto es imposible anticipar cuando suelen hacerse la mayor parte de las encuestas rigurosas. Entre otras razones porque, en esos momentos, ni ellos mismos saben qué van a votar o no votar. De ahí la importancia de las informaciones proporcionadas por las encuestas realizadas durante la semana anterior a la fecha de la votación.
La falta de informaciones sociológicas sobre el último período de la campaña y la carencia de estímulos para realizar este tipo de encuestas, debido a la prohibición de publicarlas en los cinco días previos a la votación, pone de relieve la pertinencia de instituciones como el CIS, que facilitan los datos de tales encuestas una vez celebradas las elecciones.
Respecto al núcleo de la cuestión a debatir —que debería ser analizada con ánimo de llegar a conclusiones útiles—, siempre recuerdo que no soy un adivino ni pretendo que el CIS sea una institución adivinadora, sino que quienes estamos al frente del CIS somos científicos sociales, comprometidos con los métodos, y con el ethos propio de la Ciencia, y no pretendemos engatusar a nadie con estratagemas propias de adivinos a posteriori, al margen de cuáles sean las legítimas opiniones políticas de cada cual. Por eso, lo único que cabe exigirnos es que nuestras ideas sean públicas y no nos dejemos influir por ellas en el trabajo profesional. Y, a la inversa, lo incorrecto es “ocultar” las ideas y compromisos políticos, sin explicar cuáles son los datos primarios en los que se sustentan algunos pronósticos y cómo se llega a ellos. En el CIS este proceso se efectúa con total transparencia, fuera del cuarto oscuro.
A partir de estas aclaraciones, determinados debates entre escuelas sociológicas y politológicas tienen muy poca utilidad para el progreso de la Sociología. Dilucidar si el CIS tiene o no tiene prestigio es una apreciación subjetiva, con pocos elementos objetivos de contraste. Una manera objetiva de valorar su relevancia es la propia atención pública que se presta a sus estudios (no solo electorales), el aumento espectacular de los visitantes a su página web, la utilización de las informaciones de sus encuestas para analizar las cuestiones más diversas, la mejora de los niveles de valoración de sus publicaciones, el aumento de sus capacidades de encuestación, etc.
Desde luego, la crítica numerológica tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Su principal ventaja es que puede ofrecer un número tan elevado de hipótesis que es muy difícil no acertar en alguna. Y la principal desventaja es que en ocasiones lo único que se hace es meter números en una batidora para llegar a las conclusiones a posteriori que se desean. Pero, ¿qué utilidad tiene esto una vez celebradas las elecciones? Como decía el chiste: “Y después de votar, ¿para qué queremos al adivino?”.
Eso precisamente es lo que ocurre con algunas críticas efectuadas a posteriori. De hecho, como bien saben los conocedores de estos temas, no es cierto que el CIS antes siempre acertara. En las elecciones de 2016 sus pronósticos se apartaron de las urnas en 16 escaños en el caso del PP, en 5 del PSOE, en 13 de Podemos y en 6 de Ciudadanos. Y lo mismo podemos decir de las encuestadoras que pronosticaron un triunfo de Ciudadanos en 2016, o un sorpasso de Podemos al PSOE, o una debacle de Pedro Sánchez.
Si el CIS se equivocó o no en algunos pronósticos en el pasado no creo que fuera por la impericia de sus técnicos ni de sus presidentes, sino debido a que se continuaban utilizando modelos de estimación del voto que provenían de los años ochenta y que estaban desfasados. Algo que los nuevos modelos de estimación han compensado en gran parte, sobre todo en contextos lineales y estables, aunque menos en contextos más alterados y abiertos, como ocurrió con el efecto de las fogatas catalanas y los envites secesionistas, o más recientemente con la compleja situación vivida en Madrid con la pandemia y las restricciones de movilidad y cierre o apertura de ciertos establecimientos.
Aun así, no puede negarse que durante el último período del CIS siempre se ha acertado en la identificación de los partidos ganadores y, en varias ocasiones, se han anticipado con notable precisión los repartos de escaños, como sucedió en las elecciones de abril de 2019, en las gallegas, en las vascas y en las catalanas, en las que nadie daba vencedor al PSC. Incluso en las últimas elecciones celebradas en Madrid, en todo momento las encuestas del CIS daban ganador al PP. En la encuesta preelectoral, terminada el 28 de marzo, se atribuía al PP 59 escaños sin horquillas, lo que supone que, con los márgenes teóricos de error, el punto alto de la horquilla estaba en 62 escaños, respecto a los 65 obtenidos, al tiempo que a Unidas Podemos se le estimaban 10 escaños (los que ha tenido), y a Ciudadanos ninguno, como así ha sido. A su vez, en la encuesta flash, terminada el día 21 de abril, a Más Madrid se le pronosticaban 22-24 escaños (tuvo 24) y a Vox 11-13 (tuvo 13). En contraste con estos aciertos, es evidente que nuestras encuestas no detectaron la caída del PSOE, posiblemente porque se produjo básicamente en los tres o cuatro últimos días, algo que podrá analizarse cuando se disponga de los datos de la encuesta postelectoral, que sin duda utilizarán tanto los críticos con el CIS como los que no lo son.
Visto lo anterior, animo al sector a centrar la discusión en debates científicos con los que se puedan alcanzar conclusiones útiles para el avance de la sociología científica, en general, y de las técnicas predictivas electorales, en particular. En un ambiente tan volátil e impredecible, la sociedad agradecerá el esfuerzo de dar peso y honradez intelectual a las discusiones sobre estas cuestiones.