El hermano del ‘caníbal de Ventas’ cuenta que este “vivía en un mundo imaginario” y decía “paranoias”
Los amigos de la familia y los vecinos relatan al jurado el panorama en el que vivían el homicida confeso y su madre
Alberto Sánchez Gómez, de 28 años y conocido como el caníbal de Ventas, era un buen estudiante, tenía una beca y estudiaba Contabilidad y Finanzas en la universidad de lunes a viernes. Era un chico tímido, introvertido, “cariñoso” y “majo”, pero tenía un problema con las drogas. Así lo han asegurado este viernes en el juicio varios testigos cercanos a él y a su madre, a la que Alberto supuestamente mató, descuartizó y pretendía hacer desaparecer comiéndose sus restos entre finales de enero y principios de febrero de 2019.
En la cuarta sesión de la vista oral contra Sánchez —...
Alberto Sánchez Gómez, de 28 años y conocido como el caníbal de Ventas, era un buen estudiante, tenía una beca y estudiaba Contabilidad y Finanzas en la universidad de lunes a viernes. Era un chico tímido, introvertido, “cariñoso” y “majo”, pero tenía un problema con las drogas. Así lo han asegurado este viernes en el juicio varios testigos cercanos a él y a su madre, a la que Alberto supuestamente mató, descuartizó y pretendía hacer desaparecer comiéndose sus restos entre finales de enero y principios de febrero de 2019.
En la cuarta sesión de la vista oral contra Sánchez —acusado de homicidio y profanación de cadáveres y para quien la Fiscalía pide 15 años y cinco meses de prisión— los testigos han recordado al jurado el periodo que pasó de Erasmus en Grecia. Su hermano Miguel, tuvo que viajar allí con su pareja para ir a rescatarlo de los estupefacientes. Después de una búsqueda por varios lugares de Atenas, un amigo de Alberto les indicó que estaba en la Embajada de España y sin sus pertenencias. “Él me dijo que le habían robado las maletas que le habían atracado. Allí me dijeron que no era cierto lo que decía, nadie lo había atracado. Vivía en un mundo imaginario”, cuenta a la fiscal el hijo mayor de la víctima, que ya no vivía con su madre y que reclama una indemnización de 90.000 euros al acusado. Las “paranoias” que menciona el hermano de Alberto continuaron hasta el día del homicidio de María Soledad Gómez.
Miguel Sánchez ha sido el primero en testificar este viernes. El hermano del presunto homicida relata que la muerte de su padre en 2008 fue un golpe especialmente fuerte para Alberto. Su madre entró en depresión y comenzó a beber. El procesado también empezó a consumir alcohol: “Se iba de botellón más de lo que se podía ir cualquier joven”, y añade lo que el mismo presunto homicida había confesado antes: que “él y sus amigos fumaban porros”. Sin embargo, hasta entonces su comportamiento no había cambiado, ni se había vuelto una persona más agresiva o violenta, según cuenta el familiar. “Estaba tranquilo. Se le notaba apagado”.
Al regreso del Erasmus comenzaron los episodios de violencia y las discusiones de Sánchez con su madre, que solo se veían interrumpidos en los momentos en los que no convivían en el domicilio o cuando él seguía con su tratamiento médico. Según su hermano, Alberto fue internado al menos tres veces en el Hospital de la Princesa, en Madrid, y recibió atención psiquiátrica. Su madre, su hermano y a veces sus amigos lo acompañaban a las visitas médicas. Sin embargo, Alberto no siempre tomaba el medicamento que le recetaba el médico. “Por fuera parecía normal, pero por dentro decía sus paranoias, contaba historias sin sentido”, asegura Miguel Sánchez, que también relata que cuando lo veía regresar del parque y le preguntaba con quién había estado, él le “decía nombres de famosos”.
En la última conversación que tuvo con su madre por teléfono en enero de 2019, el testigo cuenta que ella le dijo que su hermano seguía con “sus tonterías”. Y a pesar de que, según dice, nunca vio ningún episodio de violencia, narra que la víctima le llamaba para quejarse de las peleas que tenía con su hermano. “Es que si lo dejas entrar en casa, eres cómplice”, cuenta Miguel Sánchez que le respondió a su madre en aquellas ocasiones que dejaba entrar a Alberto a su vivienda.
Durante casi toda la sesión el acusado mantiene la mirada baja mientras los testigos, algunos de los cuales lo conocen desde que tenía nueve años, pintan la vida que él y su madre llevaban en el barrio. Una testigo, dueña de un bar que frecuentaba María Soledad Gómez, relata que esta le contaba escuetamente las discusiones que tenía con su hijo. La testigo afirma que en ocasiones tuvo que hacerse cargo de Coque, el perro de Alberto Sánchez, cuando él estaba internado en el Hospital. La vecina de la víctima, una señora mayor que conocía a la familia desde hace 20 años, aprovecha su testimonio para hacer una denuncia al sistema sanitario: “No hay ayudas a enfermos psiquiátricos”, repetía. En varias ocasiones, afirma, cuando escuchaba los gritos, llamaba a la línea de asesoramiento contra la violencia de género, el 016, sin que pudieran apoyar a la víctima, puesto que no era ella misma la que hacía la denuncia.
La única vez que Sánchez realiza un gesto en el juicio es cuando la amiga de la víctima, quien puso la denuncia porque “creía que algo le podía haber sucedido” a María Soledad o a su hijo, dice al terminar su testimonio: “Suerte, Alberto”. Él reconoce el gesto con la cabeza.