El sueño rural truncado por la pandemia

Muchos emprendedores asisten al hundimiento de sus negocios: “Primero por la covid y después por Filomena”

Ángeles Valentín con su marido, Manuel Benavente, y su hijo Raúl, en la dehesa de Orea (Guadalajara) el pasado martes con su rebaño.Patricia Ortega Dolz (EL PAÍS)

“No sé si fue un error, el día del cumpleaños de mi marido quise darle el mejor regalo, algo que él deseaba desde niño: ¡un burro!”. Así empezó la aventura rural de la familia de Ángeles Valentín Gutiérrez, Nines, una mujer de 52 años que vive desde hace dos con su esposo, Manuel Benavente (52), y su hijo Raúl (13), en Orea (Guadalajara), un pueblo de 181 habitantes. Ahora tiene cuatro burros (Capitán, Reina, Estrella y Lucera), un caballo, tres perros y 200 cabras y ovejas, “bueno 170, porque [la borr...

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“No sé si fue un error, el día del cumpleaños de mi marido quise darle el mejor regalo, algo que él deseaba desde niño: ¡un burro!”. Así empezó la aventura rural de la familia de Ángeles Valentín Gutiérrez, Nines, una mujer de 52 años que vive desde hace dos con su esposo, Manuel Benavente (52), y su hijo Raúl (13), en Orea (Guadalajara), un pueblo de 181 habitantes. Ahora tiene cuatro burros (Capitán, Reina, Estrella y Lucera), un caballo, tres perros y 200 cabras y ovejas, “bueno 170, porque [la borrasca] Filomena se llevó a muchas por delante”. El temporal de nieve fue “la puntilla, después del covid” para arruinar su sueño rural: una pequeña quesería artesanal, que hoy permanece cerrada debajo de su casa, tras haberse llevado también por delante los ahorros de esta familia madrileña: 70.000 euros. Ellos y los animales sobreviven ahora gracias a las donaciones y a la ayuda de los vecinos del pueblo.

Son solo un ejemplo más, como el del geógrafo Yann Javier Medina (39) en Alpuente (Valencia) o el de la psicóloga Pilar Guerra (56) en Arahuetes (Segovia), de esas personas que se lanzaron a cambiar de vida poblando y emprendiendo en la España vaciada, pero que se encontraron con la pandemia y con los múltiples escollos burocráticos del conocido como reto demográfico: “Algo de lo que todo el mundo habla sin saber muy bien de qué habla”, dice la alcaldesa de Orea, Marta Corella (PSOE). “No se nos atiende, porque no se nos entiende”, asegura esta regidora, que ha dedicado una buena parte de su medio siglo de vida a pelear por que su pueblo no muera.

Primero, para “que no se cerrara la escuela”, luego “para mantener abierto el cuartel de la Guardia Civil”, ahora para “que no se lleven al retén forestal” y, mientras, buscaba candidatos “como Nines y Manolo” para repoblar este pequeño rincón del planeta, a los pies de la sierra del Tremedal, en el Parque Natural del Alto Tajo.

Un enjambre de ayudas de varios cientos de millones de euros se exhiben y anuncian desde las administraciones: “Para empresas, pymes, autónomos, personas trabajadoras y desempleadas, dentro del Plan de Medidas Extraordinarias para la Recuperación Económica de Castilla-La Mancha”, aseguran en la consejería de Economía. Incluso hay un programa dotado con más de 50 millones, Adelante inversión. Las ayudas de Filomena aún están en desarrollo”, advierten en la Subdelegación de Gobierno.

Pero hacerlas efectivas es otro reto, casi mayor que el demográfico. “Unas veces porque te falta una factura, otras porque las fechas estipuladas no coinciden con las de tu situación, otras porque estás cobrando el paro (sin el que no podemos vivir)…”, dice Corella. Los canales de la ayuda están plagados de interferencias. Así que, ahogados en deudas , unos y otros, en Castilla-La Mancha, Castilla y León o la Comunidad Valenciana, han acabado recurriendo a vecinos o asociándose para salir adelante.

“Se hacen los pliegos sin conocer la realidad de los pueblos: para saber cómo ayudar tienes que conocer primero la situación”, insiste Corella, que asegura haber tenido que terminar sus batallas “siempre en los tribunales”.

Hasta hace dos años, Nines y Manolo vivían en Rivas Vaciamadrid. Llevaban más de veinte años trabajando en la misma empresa en la que él empezó de albañil y acabó de responsable de mantenimiento de maquinaria industrial; y ella comenzó guardando la finca y terminó de administrativo. “Teníamos una buena vida, sueldos apañados, pero ¿íbamos a esperar a jubilarnos y a salir a pasear por el parque? No”. Y fue Capitán, el burro, al que después acompañó una burra “en la finca de los jefes”, el que terminó por decidirles.

Buscaron pueblo por Facebook (“pueblos despoblados”), dejaron el trabajo, vendieron todo lo que tenían y el 1 de noviembre de 2018 se instalaron en la antigua casa del médico en Orea. Hicieron un curso de pastoreo, él; y uno de elaboración de quesos artesanos, ella. ¡Y a trabajar! “Nuestra única ambición era poder vivir de nuestra vida”, dice Nines ante sus relucientes máquinas paradas. “Aprendimos a golpes de realidad: traer a los animales implicaba sacarles un pasaporte, para obtenerlo tuvimos que aceptar quedarnos con el caballo (Divo) de la explotación ganadera correspondiente; no sabíamos que podíamos elegir los animales del rebaño que compramos y nos vendieron uno de los más viejos, algunos enfermaron y acabaron matándonoslos por casos de tuberculosis; nos indemnizaron y volvimos a comprar otro rebaño, queríamos 50 pero solo nos vendían 200 y tenía que ser de Castilla-La Mancha”, cuenta.

Y por fin empezaron “a funcionar”. “Los quesos se vendían, me pedían cuajadas, todo lo que hacía se lo llevaban, en pocos meses podríamos vivir de nuestro nuevo trabajo, pero llegó la covid, se llevó a los turistas y a los hosteleros por delante (sigue todo cerrado, ni un bar), y luego las nieves y heladas de Filomena, es imposible…”, resume Nines.

Pilar Guerra, en la cocina de su casa rural en Arahuetes (Segovia).R.G.

La casa vacía

A Pilar Guerra, de 56 años, le quitaban la casa de las manos hasta que el virus lo destrozó todo, incluidos sus sueños. Muestra su acogedora casa rural en Arahuetes (Segovia), ahora totalmente vacía . Las recias vigas de madera, la heráldica que cuelga de la pared y la clásica ristra de ajos que adorna la cocina contrastan con el hule que cubre los sofás del salón. Guerra, que viste de negro, lamenta el luto del gremio en una zona habitualmente popular entre madrileños y gente con ganas de aventura en un entorno donde abundan hasta los buitres.

El alojamiento abrió en enero de 2018, cuando ella abandonó la capital y decidió apostar por el campo. Dos años de éxito, con reservas casi constantes, desembocaron en un lodazal de inquietudes . Psicóloga de formación, relata cómo el cataclismo sanitario le supuso un batiburrillo de emociones plagado de sensaciones como la culpabilidad por haber emprendido y destinado tanto dinero, incluso con múltiples préstamos, y tener que encarar esta debacle. El primer confinamiento, afirma, lo pasó en esa casa y logró superar el entuerto con la conciencia de que, tarde o temprano, pasaría el drama. El verano, con limitaciones, le dio aire hasta que el otoño ha metido su cabeza en un mar de complicaciones y carestía económica.

El gabinete de crisis que la ha socorrido tanto a ella como a otros hosteleros es una plataforma llamada SOS Turismo Rural Castilla y León, que recopila las dudas y las necesidades del sector para remitírselas a las administraciones en busca de certificar las ayudas.

Julio Sánchez, portavoz de la plataforma, habla con rotundidad: “Los gastos nos comen”. El colectivo “se agarra a un clavo ardiendo” y trata de agilizar los trámites sus integrantes. Los aportes por los ceses temporales de actividad que ha suministrado el Gobierno “han ido llegando” en forma de unos 600 euros mensuales, “una propina” respecto a lo deseable para ellos.

La Junta de Castilla y León también otorgó unas ayudas de unos 1.000 euros, que podían ascender hasta los 3.000 en función de las circunstancias del hostelero. La Consejería de Cultura y Turismo ha destinado una partida de 20 millones de euros para aliviar las penurias de los emprendedores y ya la han solicitado más de 7.000 en toda la comunidad, según portavoces regionales. El departamento de Economía también ha desarrollado un plan de financiación y respaldo que supera los tres millones de euros, mientras que el área de Empleo ha orientado otros cinco millones a esta parte del sector servicios. La Diputación de Segovia ha creado unos bonos y prestaciones para intentar impulsar el consumo mientras que la asociación intenta que los Ayuntamientos levanten tasas como las de basuras o el IBI. Cada euro cuenta.

Ingente papeleo

Las subvenciones se agradecen, sostiene Sánchez, pero se hacen escasas. Pilar Guerra insiste en que una de las claves de esta plataforma es el asesoramiento para que los hosteleros individuales no se desconcierten ante el ingente “papeleo” requerido para demandar prestaciones.

Guerra, muy implicada con el grupo, ha realizado una encuesta sobre el estado de ánimo de sus colegas. El 80%, sostiene, tiene “miedo, ansiedad e incertidumbre”. Un tridente fatal en un contexto fatal. Las restricciones vigentes y un cierre perimetral que se extenderá en Castilla y León al menos hasta mayo impiden que pueda usar la vivienda rural para unos talleres que estaba impartiendo a mujeres con “duelo patológico” fruto de relaciones tóxicas. Guerra no atisba horizonte tras la llegada del coronavirus.

Yann Javier Medina, en la aldea de Almeza (Alpuente, Valencia), donde vive.Mònica Torres

Rutas entre sabinas y huellas de dinosaurios

Poco antes de estallar la pandemia, Yann Javier Medina se instaló a vivir con 40 vecinos más en Almeza, una de las 13 aldeas de Alpuente, municipio del interior a un centenar de kilómetros de Valencia. Geógrafo de 39 años, dejó definitivamente la ciudad y su trabajo fijo como guarda forestal para cambiar de vida, atraído por “la hospitalidad de la gente”, “la calidad de vida”, “el silencio”, “la naturaleza ” y la posibilidad de desarrollar su empresa Invesrural. La puso en marcha con sendas ayudas al emprendimiento del Ayuntamiento de Paterna y a proyectos innovadores de la Generalitat valenciana con el objetivo de frenar la despoblación y reactivar la economía local a través de iniciativas como la educación ambiental, la formación profesional o el turismo rural.

Empezó a ofrecer rutas de interpretación paisajística, ecoturísticas, de senderismo, de catas de vino en las bodegas de Alpuente, localidad enclavada en una comarca muy montañosa, atravesada por el río Turia, que atesora yacimientos de fósiles, huellas de dinosaurios y antiguos bosques de sabinas. Le iba bien. También trabajaba para la Oficina de Turismo de la localidad y hacía de guía en su pequeño pero interesante museo paleontológico y etnológico. La pandemia ha frenado en seco estas actividades.

Se cerraron las instalaciones municipales con los primeros contagios en esta población de 600 habitantes censados, de la zona menos densamente poblada de la Comunidad Valenciana, y la Generalitat ordenó el cierre perimetral de las principales ciudades y de la hostelería, además de prohibir la reunión de más de dos personas no convivientes. “Es una pena porque las rutas medioambientales estaban llenas de gente”, explica Medina de camino al huerto que le han cedido para arrojar sus residuos orgánicos en su compostera. .

Cuando estaba abierta la oficina de turismo también comprobó cómo la pandemia ha incrementado el interés por comprar casas en el pueblo por parte de los visitantes, la mayoría procedente de Valencia. “Antes nadie preguntaba y ahora se nota que la gente quiere salir de la ciudad, de las multitudes. Aunque me temo que sea más una huida por miedo más que un interés real por el medio rural”, comenta el geógrafo. También ha observado ese interés creciente Jesús, promotor de la empresa de alojamiento turístico Rustikalpuente. Señala que ha tenido un buen nivel de ocupación hasta el cierre perimetral de las grandes ciudades gracias, en gran medida, al bono turístico autonómico que ofrece descuentos de hasta el 70% del coste para incentivar la demanda interna en temporada baja.

La gran apuesta contra la despoblación del Gobierno valenciano y la federación de municipios es el Plan Reviu, que sigue creciendo, a pesar del coronavirus. La experiencia piloto de llevar a familias a siete municipios ha logrado, por ejemplo, abrir de nuevo una escuela en Almedíjar (Castellón) y se va a extender a otras poblaciones. No obstante, algunas familias han tenido que desistir o aplazar sus planes de instalarse en algunas poblaciones porque no les salía a cuenta las concesiones municipales de un albergue o de un bar mientras se mantengan en vigor las restricciones por la covid-19.

Yann espera que la pandemia escampe y al menos en marzo puedan reabrir los servicios municipales y sus rutas. Trabaja ahora en su casa de la aldea, donde lee, se documenta, prepara guías de turismo y desarrolla proyectos como Bureales, una plataforma digital para reunir toda la información sobre el medio rural. “Puedo vivir mejor y con menos que en la ciudad”, concluye.


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