UME: una guerra sin tregua contra el hielo a 10 grados bajo cero

En turnos de 12 horas, día y noche, los soldados usan picos, palas y azadas para quebrar una placa compacta que se resiste a las máquinas

Militares de la UME rompen con ayuda de picos la capa de hielo formada en una calle de Loeches.Vídeo: DAVID G. FOLGUEIRAS

Fernando, jubilado y vecino de San Martín de la Vega, se muestra sorprendido cuando ve aparecer a los soldados de la Unidad Militar de Emergencias (UME). “¿Quién les ha mandado aquí? No nos hacen falta. En otros sitios están mucho peor”. No es que Fernando esté en contra de los militares. Al contrario, les invita a tomar a café y a pasar a su casa a calentarse. Pero explica que los agricultores del pueblo se han organizado y han ...

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Fernando, jubilado y vecino de San Martín de la Vega, se muestra sorprendido cuando ve aparecer a los soldados de la Unidad Militar de Emergencias (UME). “¿Quién les ha mandado aquí? No nos hacen falta. En otros sitios están mucho peor”. No es que Fernando esté en contra de los militares. Al contrario, les invita a tomar a café y a pasar a su casa a calentarse. Pero explica que los agricultores del pueblo se han organizado y han despejado ya las principales calles con sus tractores.

Sin ayuda de ninguna otra administración, más que la municipal, San Martín de la Vega (19.633 habitantes), como la mayoría de las localidades de Madrid, ha tenido que afrontar las secuelas de Filomena con sus propias fuerzas. El alcalde, Rafael Martínez, explica que los que peor lo han pasado son los vecinos de tres pedanías distantes entre seis y ocho kilómetros del casco urbano; entre ellas La Marañosa, que se quedó sin luz durante varios días, y a la que tres voluntarios, con sus vehículos 4x4, lograron acceder para llevarles alimentos.

Lo primero que hace Santiago Cubas, teniente de la Unidad Militar de Emergencias (UME), cuando llega al pueblo es buscar al alcalde. A veces, el trabajo que vienen a hacer ya está hecho o las prioridades han cambiado y hay que adaptarse sobre la marcha, siempre que la nueva demanda encaje con las instrucciones que le han dado.

Las principales vías de San Martín de la Vega están despejadas, como dice Fernando, pero eso no quiere decir que no haya tajo de sobra. El colegio Clara Campoamor, con 500 alumnos, está cerrado a cal y canto y una capa de varios palmos de nieve bloquea el acceso. Una minimáquina Bobcat de la UME embiste contra el obstáculo y levanta con su pala bloques compactos de hielo. El motor ruge y la bestia mecánica hace el caballito sobre sus ruedas traseras mientras despeja la entrada. Lo que queda tras su paso es una pista de patinaje, más peligrosa que la nieve, que hay que atacar a mano: tres soldados golpean con palas y azadas intentando quebrar el manto de hielo, pero lo que se quiebra es una de las palas. “Me la voy a cargar si sigo picando”, resopla.

En torno a la valla del colegio, sus compañeros van abriendo un estrecho sendero por la acera para que padres y alumnos puedan llegar sin caminar por la calzada y exponerse a ser atropellados por los coches.

Un policía municipal menea la cabeza mientras observa los trabajos. Sobre el tejado de la escuela hay una espesa capa de nieve que no resulta tranquilizadora. “Dudo que los colegios estén listos a tiempo”, comenta. La Comunidad de Madrid preveía reiniciar las clases el lunes, pero las ha retrasado al miércoles. Es jueves y este es el primero de los seis colegios de la localidad en los que se han iniciado los trabajos.

La operación Tormentas Invernales Severas (TIS) ha entrado en su tercera fase. La primera, el 8 y 9 de enero, consistió en rescatar a los automovilistas atrapados en las carreteras. La segunda, concluida la pasada semana, en despejar los accesos a hospitales y ambulatorios, centros logísticos como Mercamadrid, e infraestructuras críticas, como las estaciones de Atocha y Chamartín; además de habilitar al menos un carril de las principales vías. En esta tercera fase el esfuerzo se centra en la apertura de los colegíos y el ensanche de las vías, para permitir la circulación en ambos sentidos y facilitar el acceso a pasos peatonales y comercios.

Las calles son las venas y arterias de la gran ciudad y si no pueden circular ambulancias o coches de policía su corazón colapsa. El sábado de la gran borrasca, en la zona de Arturo Soria, los soldados se toparon con una pareja que deambulaba entre la nieve: ella había roto aguas y se habían echado a la calle para intentar llegar a pie al hospital. No hizo falta: el viaje a la sala de partos lo hizo en vehículo militar. El martes, la imagen del pequeño Iván sonreía al presidente Pedro Sánchez desde una pantalla del centro de mando de la UME.

El presidente Sánchez, a la derecha, mira una imagen del bebé Iván en el centro de mando de la UME.Ministerio (Ministerio de Defensa)

La tarea de combatir los efectos de Filomena en la Comunidad de Madrid se ha encomendado al Grupo Táctico Oso; un animal que figura en el escudo de la capital y que tiene fuerza y agilidad suficiente para moverse por la fría estepa en que se han convertido estos días los campos de la región. Se ha formado a partir del primer batallón de emergencias, con base en Torrejón de Ardoz (Madrid), que aporta unos 500 militares, pero reforzado con más de 170 efectivos de León y 60 de Sevilla.

La UME se ha encargado de amortiguar el primer golpe de la emergencia, pero luego se han sumado otras unidades militares. En el aeropuerto de Barajas ha intervenido el Mando de Ingenieros de Salamanca; en Toledo, efectivos de la Brigada Guzmán el Bueno (Córdoba) y la Legión; y en Guadalajara, la Brigada Extremadura.

Antes de salir de la base, el capitán Miguel Ballesteros explica a los tenientes al mando de las secciones y a los sargentos y cabos 1º, al frente de pelotones y equipos, cuál es el cometido de cada uno. El trabajo de la UME no se detiene ni de día ni de noche y la jornada de trabajo dura “hasta que lo ordena el mando”, en palabras del teniente Cubas. Eso suele ser cada 12 horas, de tres de la tarde a tres de la mañana y viceversa. Cada tres turnos de 12 horas, el mando ordena descansar un día entero. Lo que significa que la jornada semanal oscila entre las 60 y las 72 horas.

Un camión rompehielos de 18 toneladas y más de 400 caballos sube a toda potencia la Avenida de La Cava, que lleva al centro histórico de Loeches (7.000 habitantes), convertida en una pista de eslalon. Adosada a la cabina tiene una pala que se pliega en cuña a modo de espolón para rasgar la capa de nieve apelmazada. Pero el sistema quitanieves confunde la alfombra helada con asfalto y apenas le hace un rasguño. Los soldados tienen que coger pico y pala y la emprenden a golpes para intentar hacerla añicos.

Llevan guantes para prevenir sabañones y el martilleo no cesa un instante. De vez en cuando se turnan en la tarea, aunque hay quien prefiere no quedarse quieto con el termómetro marcando casi 10 grados bajo cero en la madrugada de este viernes. El único paréntesis se produce cuando llega el todoterreno con la cena: nadie se quejará si está tan caliente que no pueden apreciarse los sabores.

“Es un trabajo cansado, sobre todo si se prologa en el tiempo y no estás acostumbrado. Estamos en un entorno hostil y el cuerpo lo nota. Con el frío se produce mucha deshidratación y encima no te das cuenta, pero nosotros estamos preparados para esto”, comenta el cabo Laso de la Vega, de 31 años, natural de Ocaña (Toledo). Quines ingresan en la UME, aunque ya sean militares, deben pasar unas exigentes pruebas físcias y un curso básico de emergencias, que es el mismo para todos los empleos, de soldado a capitán.

En los primeros días, antes de las heladas, la nieve se hubiera recogido con cuchara. Ahora es una labor ciclópea encomendada a los empleados públicos peor pagados: los militares. Sus asociaciones se quejan de que la sociedad y el Gobierno solo se acuerdan de ellos cuando nieva. También cuando hay inundaciones, incendios forestales o pandemias.

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