Las compras envenenadas del 17-A

La célula terrorista logró vender oro y adquirir precursores de explosivos pese a que levantó sospechas entre algunos empleados

El juez Alfonso Guevara durante el inicio del juicio por el atentado terrorista de 2017 en Barcelona y Cambrils (Tarragona) celebrado en la Audiencia Nacional de San Fernando de Henares, Madrid, el pasado 10 de noviembre.EFE

Hace ya días que los testigos del juicio por los atentados de Barcelona y Cambrils pasan por la sala como flechas. Declaran cinco minutos o menos y se van; algunos dejan tras de sí preguntas incómodas sobre el 17-A. En apenas dos horas han declarado este miércoles casi veinte personas que, sin querer, contribuyeron a la financiación y a la logística de los ataques: compraron joyas de oro a la célula de Ripoll o bien les vendieron materiales con los que acabarían elaborando...

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Hace ya días que los testigos del juicio por los atentados de Barcelona y Cambrils pasan por la sala como flechas. Declaran cinco minutos o menos y se van; algunos dejan tras de sí preguntas incómodas sobre el 17-A. En apenas dos horas han declarado este miércoles casi veinte personas que, sin querer, contribuyeron a la financiación y a la logística de los ataques: compraron joyas de oro a la célula de Ripoll o bien les vendieron materiales con los que acabarían elaborando cientos de kilos de explosivo que almacenaron, con la idea de volar la Sagrada Familia, en una casa ocupada de Alcanar (Tarragona).

La célula empleó parte del verano de 2017 en comprar y vender lo necesario para llevar a cabo un atentado con bombas que, finalmente, se vio frustrado por la explosión fortuita de la vivienda de Alcanar la víspera del 17 de agosto. No necesitaban demasiado dinero, pero sí algo con lo que empezar. Y Said Aalla —uno de los terroristas abatidos por los Mossos en el ataque a Cambrils— tuvo una idea: entrar a robar en casa de la propietaria del restaurante Canaules, de Ripoll, donde había trabajado. El grupo se llevó anillos, pendientes, una medalla.

-¿Ha recuperado las joyas?-, ha preguntado la fiscal Ana Noé a Josefina S.

-No, me parece que aún están en Madrid-, ha contesta la mujer. Sospecha que siguen en el depósito de evidencias de la Audiencia Nacional.

Las joyas de Josefina han recorrido media España. La célula decidió venderlas en tiendas de compra de oro en Vinaròs (Castellón), a apenas 15 minutos en coche de Alcanar. Mohamed Houli, uno de los tres acusados en el juicio —la fiscalía pide para él 41 años de cárcel por organización terrorista, fabricación de explosivos y estragos— desempeñó un papel destacado porque fue el encargado de la mayoría de transacciones.

¿Sospecharon los empleados de esas tiendas de los chicos? ¿Les preguntaron de dónde habían sacado tanta joya? Algunos sí, otros no. “Me dijo que eran herencia de su abuela, que había muerto y pasaba los veranos allí. Era simpático, no estaba nervioso”, ha relatado Marta P. sobre Houli. El 15 de agosto, Houli acudió a otro local y en el mostrador topó con María Pilar S. Ella sospechó que las joyas podían no ser suyas. Incluso vio que “había cosas que no coincidían con su DNI”. Pero las compró igual. “Le dije que no tenía suficiente dinero para comprarle todo porque era festivo, y le dije que volviera al día siguiente”. Días antes, otro miembro de la célula había acudido a ese mismo establecimiento, y en aquella ocasión María Pilar no accedió. “Me dio mala sensación. Solo llevaba el carné de conducir y, cuando fue a darme su dirección, tuvo que pensárselo. Dijo que viajaba mucho”.

En las semanas previas al ataque —previsto inicialmente para el 20 de agosto—, la célula hizo acopio de los precursores (acetona, peróxido de nitrógeno) necesarios para elaborar el explosivo TATP, conocido como la madre de Satán y usado en otros atentados de Estado Islámico. Los terroristas recorrieron empresas de pinturas en busca de grandes cantidades de esos materiales. Y ofrecieron excusas de lo más variopinto, que en unos casos llamaron la atención de los empleados, pero en otros no. “Nos pidió 100 litros de peróxido. Dijo que en Marruecos era difícil conseguirlo y que lo iban a rebajar con agua para blanquear ropa”, ha explicado Javier S., de Industrial Sabonera.

El peróxido de nitrógeno es un material peligroso y para comprarlo hay que entregar documentación y rellenar una carta de portes. Por eso la célula utilizó el carné que Said Ben Iazza, un carnicero de Vinaròs, les había prestado. Ben Iazza es otro de los acusados: la fiscalía pide ocho años de cárcel por colaboración terrorista, precisamente por prestar su DNI y su furgoneta para comprar los precursores. Javier S. ha admitido que no comprobó si la fotografía del DNI se correspondía con la imagen del tipo que tenía delante.

—¿Pudo ver la foto?, ha preguntado el fiscal Miguel Ángel Carballo.

—O no me fijé o me la estaba tapando, pero supuse que era su documentación.

Mohamed Hichamy, que acabó liderando el ataque de Cambrils, fue el artífice de la compra de la acetona, siempre en efectivo. Recorrió tantas tiendas de pinturas como pudo. Y en cada una ofreció un pretexto distinto. “La quería para limpieza de unos trabajos de madera. Quería toda la que tuviera en la tienda”, ha contado un empleado de Tortosa. “Dijo que tenía una empresa de metal y la necesitaba para llenar un depósito que debían limpiar y desengrasar”, ha relatado un empleado de Vic que ha destacado el “perfecto catalán” de Hichamy.

El conductor de la Rambla, Younes Abouyaaqoub, se hizo con “interruptores y bombillas de señalización con pulsadores” en Sant Carles de la Ràpita, ha contado otra empleada. Ninguno de los testigos pudo ver el puzzle completo, pero con todo ese material acabaron convirtiendo una casa de Alcanar en el mayor laboratorio ilegal de explosivos de Europa.

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