El gran pasillo para las pateras en Marruecos se abre en Dajla, una de las urbes más vigiladas
El negocio de la migración irregular vive una eclosión en la ciudad del Sáhara Occidental, adonde llegan subsaharianos y marroquíes
El nuevo pasillo de la migración clandestina a Marruecos funciona a toda máquina en la ciudad saharaui de Dajla, una de las zonas más vigiladas del país, donde parece casi imposible escapar al control de las autoridades. Sin embargo, cada vez salen más pateras desde Dajla en dirección a Canarias. Las primeras comenzaron a llegar en 2018. Al año siguiente las islas españolas recibieron a 2.698 emigrantes clandestinos por mar desde África. Este año ya han alcanzado los 18.300, la mitad de ellos marroquíes. Y desde hace al menos tres mes...
El nuevo pasillo de la migración clandestina a Marruecos funciona a toda máquina en la ciudad saharaui de Dajla, una de las zonas más vigiladas del país, donde parece casi imposible escapar al control de las autoridades. Sin embargo, cada vez salen más pateras desde Dajla en dirección a Canarias. Las primeras comenzaron a llegar en 2018. Al año siguiente las islas españolas recibieron a 2.698 emigrantes clandestinos por mar desde África. Este año ya han alcanzado los 18.300, la mitad de ellos marroquíes. Y desde hace al menos tres meses las entradas de marroquíes supera a las de los subsaharianos, según fuentes oficiales españolas.
Muchos de los marroquíes llegan por carretera y otros en avión a Dajla, la ciudad más sureña del Sáhara Occidental, a 400 kilómetros de la frontera con Mauritania y a 450 kilómetros en línea recta del muelle canario de Arguineguín.
El Sáhara Occidental, territorio sobre el que el Frente Polisario reclama un referéndum de autodeterminación, es una zona de interés prioritario para Marruecos. Hay una presencia constante de policías, gendarmes y militares uniformados, sin contar a los numerosos agentes secretos y a los confidentes. La pregunta que el visitante puede plantearse es por qué las autoridades no consiguen frenar la hemorragia. “Es evidente que no quieren”, indica un residente de la excolonia española, que solicita el anonimato. “Pero a veces detienen a alguien para demostrar a España y a Bruselas que los millones de euros que están pagando como subvenciones para frenar la emigración sirven para algo”, añade.
Al aterrizar en Dajla sorprende el hecho de que las autoridades tomen a los pasajeros una prueba PCR para detectar la covid-19. De forma gratuita. Es obligatorio facilitar el número de teléfono y el lugar de hospedaje. Ese es solo el primer signo de la seguridad que impera en la zona. Si se accede por carretera hay que someterse a controles de policía, como en la mayor parte de los municipios de Marruecos. La diferencia es que Dajla es una lengua de tierra que penetra 50 kilómetros en el mar; es una pequeña península con un solo lugar de acceso y apenas cuatro kilómetros en su lugar más ancho. Eso facilita el control. Para entrar en la ciudad hay que pasar por dos puestos de la Gendarmería Real y uno de policía. Para salir, igual. Además, en la costa hay casetas de vigilancia en cada tres kilómetros, como sucede en buena parte del Sáhara Occidental.
En el paseo marítimo de Dajla se puede ver a cualquier hora a jóvenes en grupo, algunos con mochilas. Uno de esos grupos lo formaban este sábado cinco hombres de entre 20 y 30 años. Cuentan que vienen desde Beni Melal, una ciudad del centro de Marruecos. No precisan cuándo pretenden viajar a Canarias, pero aseguran que serán unos 30 dentro del bote. Relatan que hay mucha gente como ellos en Dajla y que la mayoría provienen de tres ciudades: Beni Melal, El Kelaa des Sraghna y Fquih Ben Salah, todas ellas en el centro de Marruecos y víctimas de la pandemia y la sequía.
Cuando se les pregunta que cuántos marroquíes calculan que hay ahora mismo en Dajla esperando partir dicen que unos mil. Uno de ellos se ríe y dice que todo Marruecos está pensando ahora mismo en bajar a Dajla para salir a Canarias. A diferencia de la mayor parte de Marruecos, en Dajla la gente suele encontrar trabajo. Ya sea en la pesca, en la industria frigorífica pesquera o en los invernaderos de tomates. Algunos emigrantes trabajan mientras ahorran dinero y aguardan su oportunidad para partir.
“Y otros llegan y se van hacia las Canarias al día siguiente”, señala un vecino de Dajla. “En Dajla nos conocemos casi todo el mundo. No somos más de 150.000 habitantes. Los de aquí huimos del sol. Nadie de aquí se pasea a las doce o la una de la tarde. Pero los harragas –nombre con el que se conoce en el Magreb a los emigrantes clandestinos– van en grupos. Muchos de ellos, con mochilas. Están listos para salir en cualquier momento. En cuanto los llaman, los citan en un taxi en una calle y de ahí se los llevan al punto de partida”.
Muchos subsaharianos en Dajla también aspiran a llegar a Canarias. Provienen, sobre todo, de Costa de Marfil, Guinea Conakri y Senegal. Una persona que suele mantener un trato regular con ellos señala: “Algunos de estos emigrantes llegaron a través del aeropuerto de Casablanca y bajaron hasta Dajla. Y otros lo hicieron por Argelia, saltando la frontera a través de la ciudad marroquí de Uchda. Lo que no hace ninguno es venir desde Mauritania a través del Guerguerat. Eso está bien controlado. Bueno sí, conozco a uno que intentó atravesar, pero le pegaron un tiro en una pierna”.
“Cuando cogen un bote en plena mar”, añade la citada fuente, “el piloto, al que aquí se le llaman raís –título que árabe se asigna a algunos dirigentes– suele tirar el GPS y mezclarse con el resto de los pasajeros. Porque sabe que el que lleva la barca termina en la cárcel. Si los demás no le delatan, entonces los encierran a todos en algún lugar y empiezan a apretarles hasta que terminan delatándole”.
Entre algunas detenciones esporádicas, el pasillo de Dajla hacia Canarias continúa más abierto que nunca.