Nadie hablará del que mejor habla
En la nueva política como en la vieja, la sumisión al líder determina la supervivencia de los candidatos
Su nombre no le sonará a la inmensa mayoría, pero aquí van algunas pistas. Se llama José Ramón Becerra, tiene 50 años, es ingeniero técnico industrial y natural de Orduña (Bizkaia). Más datos: es un funcionario vasco especializado en medio ambiente, ha colaborado con varias organizaciones ecologistas y durante 25 años —o sea, desde bastante joven— perteneció a Gesto por la Paz, una organización pacifista y apolítica que en los tiempos más duros se manifestó claramente, sin subterfugios, contra el terrorismo. El que suscribe estas líneas no tiene el gusto de conocerle, pero el martes pasado, ya...
Su nombre no le sonará a la inmensa mayoría, pero aquí van algunas pistas. Se llama José Ramón Becerra, tiene 50 años, es ingeniero técnico industrial y natural de Orduña (Bizkaia). Más datos: es un funcionario vasco especializado en medio ambiente, ha colaborado con varias organizaciones ecologistas y durante 25 años —o sea, desde bastante joven— perteneció a Gesto por la Paz, una organización pacifista y apolítica que en los tiempos más duros se manifestó claramente, sin subterfugios, contra el terrorismo. El que suscribe estas líneas no tiene el gusto de conocerle, pero el martes pasado, ya entrada la noche, lo vio en televisión y se le vino a la mente un artículo que hace 17 años —una eternidad en política— publicaron en este periódico los politólogos Belén Barreiro, María Fernández, Sandra León e Ignacio Urquizu. Se titulaba La selección adversa en los partidos.
La tribuna fue publicada en julio de 2003, justo después del tamayazo, aquella oscura operación todavía no aclarada en la que dos parlamentarios electos del PSOE en la Comunidad de Madrid —Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez— se abstuvieron de forma sorpresiva en la sesión de investidura e impidieron la elección de Rafael Simancas, lo que condujo a nuevas elecciones y al triunfo de Esperanza Aguirre. Los politólogos hablaban, entre otras cosas, de la percepción general de que los políticos no están a la altura de la ciudadanía, y de que en buena parte eso se produce por los mecanismos internos de los partidos, donde “el apoyo al líder y a su equipo es moneda de cambio para el reparto de cuotas de poder”. La irrupción en la política española, poco tiempo después, de Podemos y Ciudadanos hizo albergar ciertas esperanzas de que aquello iba a cambiar.
El caso de José Ramón Becerra indica que tal vez no. El ingeniero ecologista, militante de Equo desde su fundación en 2011, fue elegido parlamentario vasco en 2016 dentro de la coalición Elkarrekin Podemos. Durante estos cuatro años, Becerra se ha revelado como un buen parlamentario, dialogante, accesible, eficaz en la defensa de sus ideas pero dispuesto a tender puentes con el adversario. La misma actitud que demostró durante el debate entre los seis principales candidatos a lehendakari que emitió EiTB la noche del martes. Dado que en el cartel figuraban los candidatos de los partidos mejor situados en las encuestas —Iñigo Urkullu, Maddalen Iriarte, Idoia Mendia, Miren Gorrotxategi, Carlos Iturgaiz—, su papel estaba llamado a ser el de mera comparsa. Pero no fue así. José Ramón Becerra resultó sin duda el que más brilló, tal vez porque no recurrió a eslóganes manidos ni sacó de la chistera viejos trucos, sino que habló con la sencillez del hombre corriente que coincide unas veces con unos y otras veces con otros, que se sabe la lección pero no la utiliza para acribillar al rival sino para buscar juntos el camino. Cuando bajó el telón, los periodistas de la posterior tertulia coincidieron en que había sido el mejor. Una concesión honesta pero sin riesgos. Según las encuestas, José Ramón Becerra no conservará el escaño. En medio de las refriegas ya típicas de Podemos, su partido, Equo, apostó por Iñigo Errejón en vez de por Pablo Iglesias, y si hay algo claro en la nueva política como en la vieja, es que los líderes no perdonan. Equo tuvo que abandonar la coalición y se presenta a las elecciones a la intemperie.
Nadie hablará del que mejor habla.