La ‘sucursal bancaria’ que paga a los narcos

Las bandas criminales adoptan para su negocio un sistema tradicional de pago utilizado por comerciantes orientales

Fardos de dinero en la hawala desmantelada durante la operación Maskoke, de la Guardia Civil, en Málaga.Guardia Civil

Un selfi con la ropa elegida para la cita o una clave comunicada a través de un móvil encriptado. Era todo lo que pedían al narco que iba a recoger el dinero en un encuentro previsto en Málaga, en plena calle, adonde el pagador llegó en coche. El primer sospechoso se subió entonces al automóvil, dieron varias vueltas a la manzana para despistar y, minutos después, el traficante de drogas se bajó. Ya con el dinero. Sin haber cruzado ningún papel o una palabra de más. Así que el rastro estaba a punto de perderse. Pero la Guar...

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Un selfi con la ropa elegida para la cita o una clave comunicada a través de un móvil encriptado. Era todo lo que pedían al narco que iba a recoger el dinero en un encuentro previsto en Málaga, en plena calle, adonde el pagador llegó en coche. El primer sospechoso se subió entonces al automóvil, dieron varias vueltas a la manzana para despistar y, minutos después, el traficante de drogas se bajó. Ya con el dinero. Sin haber cruzado ningún papel o una palabra de más. Así que el rastro estaba a punto de perderse. Pero la Guardia Civil, que los vigilaba, irrumpió rápidamente. Los detuvo allí mismo, les encontró 90.000 euros en metálico en una mochila infantil —además de cientos de billetes de 50 euros en una bolsa en el maletero y una pistola en un neceser— y descubrió que ese segundo hombre, el que conducía, era un hawaladar.

“Es casi imposible encontrarlos”, reconoce un agente al explicar cómo funcionan esta especie de banqueros, a los que recurren las bandas organizadas para minimizar los riesgos al mover el dinero o pagarse entre ellas. Un sistema basado en una red de sucursales conectadas y repartidas por diferentes ciudades del mundo, donde cada una (bautizadas como hawala) se encuentra administradas por un hawaladar. De esta forma, las organizaciones criminales pueden depositar una cantidad de dinero en una de las hawalas y, quien tenga que recibirlo, retirar la misma cantidad en otra sucursal. Después, los hawaladares ya se compensan entre ellos teniendo en cuenta otras operaciones, como cuando una persona saca dinero de un cajero de un banco diferente del suyo y las entidades se equilibran entre sí.

Así, el movimiento físico de dinero es mínimo. Simplemente, para el pago final. Cada hawaladar guarda dinero en metálico en casa y espera instrucciones de su jefe para entregar el importe a quien le indiquen. Su labor es solo esa: estar disponible 24 horas para hacer los abonos.

Esta fórmula no es nueva. La hawala —que significa transferir en jerga árabe— es un sistema informal de transmisión de dinero usado históricamente en zonas como Asia y Oriente Medio. Está permitido en muchos países y también es utilizado por migrantes para hacer llegar remesas a familiares en sus países de origen. Al no requerir traslado físico de fondos ni tampoco uso de medios digitales, es prácticamente indetectable para las autoridades. Una característica que ha hecho que las redes de terrorismo internacional apostasen por este sistema en las últimas décadas. Y, ahora, también los narcotraficantes, que aprecian el anonimato, la ausencia de trazabilidad del dinero y las muchas facilidades que otorga. Entre ellas, realizar pagos mediante otro tipo de compensaciones no monetarias como inversiones inmobiliarias. Y hay más ventajas: los narcos evitan el transporte de grandes cantidades de dinero, uno de los momentos más arriesgados de su actividad.

Máxima discreción

La figura del hawaladar centra la atención de los investigadores. “Su éxito se basa en pasar desapercibido y con las pequeñas comisiones que cobra puede poco más que subsistir”, explican fuentes de la Guardia Civil. Nada de lujos ni ostentaciones. Por eso, cuando los agentes acudieron a la vivienda del banquero detenido en Málaga, que hacía las veces de hawala, los propios vecinos del bloque se quedaron “muy sorprendidos”. A sus ojos, no era más que un piso humilde donde residía una familia de clase media, cuyos miembros tenían trabajo estable. Lo que no sabían es que allí se llegaban a acumular hasta siete millones de euros en metálico. “Quién va a saber que su vecino guarda esas cantidades ahí: el dinero no huele”, subraya fuentes policiales, que explican que, “probablemente”, las organizaciones criminales se hicieran cargo de las pérdidas económicas a partes iguales tras el golpe del instituto armado.

Los agentes intervinieron 1,6 millones de euros en ese piso. Había más de medio millón en una bolsa de supermercado. El resto estaba repartido por multitud de escondrijos: cajones, el interior de zapatillas de deporte o pequeñas cajas fuertes ocultas en dobles fondos de libros. En la vivienda también encontraron una libreta donde estaban anotadas las operaciones relacionadas al mes de noviembre con nombres clave. “Solo estaban apuntadas las operaciones de ese mes, las anteriores se destruían”, dicen fuentes de la Guardia Civil. Esos apuntes, al menos, les permitieron cruzar los datos del dinero interceptado en el vehículo y la mochila para saber quién era el cliente. Para los narcotraficantes, el uso de la hawala tiene también la ventaja de implicar a menos personal en las operaciones. Un extremo nada desdeñable en un mundo donde se ha incrementado el número de robos de mercancías entre bandas en los últimos años.

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