Al Enrique Múgica de las distancias cortas

Durante tu primer mandato como defensor del pueblo, pude conocer su vertiente humana, comprometido con los derechos de los más oprimidos

Enrique Múgica, en su etapa como defensor del pueblo. ULY MARTÍN

Los caprichos del destino hacen que las personas, sin buscarlo y de forma imprevista, vayamos generando a lo largo de nuestra vida situaciones y tejiendo lazos de amistad. En el año 1986, sin saber cómo, alguien dejó sobre mi mesa de trabajo –por aquel entonces yo era oficial de la Administración de Justicia en un juzgado de Madrid– un libro de título Itinerario hacía la libertad, cuyo autor era Enrique Múgica. La lectura de aquel ejemplar me permitió conocer con ...

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Los caprichos del destino hacen que las personas, sin buscarlo y de forma imprevista, vayamos generando a lo largo de nuestra vida situaciones y tejiendo lazos de amistad. En el año 1986, sin saber cómo, alguien dejó sobre mi mesa de trabajo –por aquel entonces yo era oficial de la Administración de Justicia en un juzgado de Madrid– un libro de título Itinerario hacía la libertad, cuyo autor era Enrique Múgica. La lectura de aquel ejemplar me permitió conocer con detalle tu vida, la de uno de los políticos más activos y protagonistas de aquel momento.

En 1988, siendo ministro de Justicia, me estrechaste la mano y me entregaste el título que me habilitaba para ser juez, con el deseo de que tuviera suerte en la carrera profesional que entonces iba a emprender. Dos años después, cuando inaugurabas el nuevo edificio de los juzgados de Alicante, quisiste hablar con el juez de guardia para obtener información de primera mano acerca de cómo estaban funcionando los juzgados de lo penal que tú mismo habías creado. Aquel día era sábado y el juez de guardia era yo. Durante algo más de una hora estuvimos departiendo a solas acerca de la Administración de Justicia, de sus problemas y soluciones.

Dos años más tarde, cuando me disponía a dejar mi puesto de asesor en el Defensor del Pueblo, tras haber sido colaborador con Fernando Álvarez de Miranda, nombraron sucesor a Enrique Múgica. A los pocos días de tu nombramiento me invitaste a una conferencia que ofrecías en el Club Siglo XXI. Allí tuve la oportunidad de hablar con tu buen amigo Alfonso Guerra. Él fue quien te presentó y te definió perfectamente con las siguientes palabras “eres amigo de tus amigos” y “ganas mucho en las distancias cortas”.

Al acabar la conferencia, Alfonso Guerra me animó a que continuara contigo, pues para él eras “una persona con suerte”, que además la trasmitías a quienes te rodeaban. Basta con mirar a tu pasado para darse cuenta de que tal predicción era cierta, pues en la historia reciente de los ministros de Justicia, dos de ellos fueron colaboradores tuyos. Con el tiempo me alegré de seguir sus consejos, pues fue apasionante trabajar contigo y con el equipo que tú preparaste.

Durante tu primer mandato como defensor del pueblo, pude conocer al Enrique Múgica defensor de los colectivos más desprotegidos, comprometido con las libertades públicas y con los derechos de los más oprimidos, pero ante todo tuve la oportunidad de conocer la vertiente humana de Enrique Múgica.

Es público y notorio que a lo largo de tu dilatada vida profesional como abogado, diputado, ministro y defensor del pueblo hiciste méritos suficientes para ser merecedor de premios y reconocimientos. Fue precisamente en el 2008 – cuando ejercías tu segundo mandato al frente del Defensor del Pueblo– el año en el que la Asociación de Jueces y Magistrados Francisco de Vitoria te otorgó el primer premio Federico Carlos Sainz de Robles, por haber destacado en la defensa de la independencia judicial y de los valores constitucionales.

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En el acto de entrega de ese premio tuve el honor de presentarte. Al acabar mis palabras, a más de un compañero juez le llamó la atención el abrazo que me diste. Te recuerdo emocionado, especialmente por la referencia que hice al trato que tenías con tu madre y que a mí tanto me impresionó durante los cinco años que compartí trabajo contigo. En aquel momento me dijiste que querías tener el texto de mi intervención.

Desde el primer momento me di cuenta de que efectivamente “ganas mucho en las distancias cortas”. Me llamó poderosamente la atención cómo, cada tarde a las 18:30 dabas por finalizadas nuestras reuniones de trabajo. No dejabas pasar un día sin visitar a tu madre. Supiste quererla y cuidarla hasta el final de sus días, cumpliendo así con la tradición que el pueblo judío tiene de respeto y admiración hacía las madres.

Prueba inequívoca de cómo te comportabas con ella fue el escrito de una ciudadana que, al dirigirse al Defensor del Pueblo solicitando ayuda por un problema que tenía con la Justicia, pedía tu intervención. Te había visto una tarde “en una sesión de cine junto con una persona mayor, a la que mostrabas todo tu cariño y afecto para que estuviera a gusto durante la proyección de la película”. Aquella ciudadana desconocía que esa persona mayor era tu madre. Terminaba su misiva afirmando que “una persona que mostraba tal sensibilidad y cuidado hacia los mayores seguro que sería capaz de arreglar su problema”.

Esos caprichos del destino nos volvieron a juntar en los últimos años. Como secretario general de Instituciones Penitenciarias coincidí contigo y con tu hija Devorah en algunos actos oficiales en los que volví a recibir tus sabios consejos para desempeñar correctamente la responsabilidad que ahora ejerzo. Siempre fue una delicia conversar contigo y recibir la experiencia de quien dedicó toda su vida a los demás.

Todas las situaciones y los detalles que aquí relato tuve la oportunidad de recordártelos en persona, en aquel acto que se celebró en Gijón en noviembre de 2008. Hoy solo quiero sumar una muestra más de lo que ganas en las distancias cortas, querido Enrique. Hace unos días, cuando los medios de comunicación anunciaron tu fallecimiento, en los grupos de WhatsApp de los miembros de la carrera judicial hubo muchas referencias a tu buen hacer como ministro de Justicia por el respeto que siempre tuviste a la independencia judicial.

Un abrazo y hasta siempre.

Ángel Luis Ortiz González es Secretario General de Instituciones Penitenciarias y magistrado en servicios especiales

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