De Hendaya a Anglet: entre dos paraísos surferos en el País Vasco Francés
Estos dos enclaves se complementan: en uno se aprende a hacer surf y en el otro se disfruta de las olas tubo. Escuelas, playas y otras paradas para exprimir al máximo esta escapada
Mucha gente lo primero que hace nada más despertarse aquí es mirar el mar. Rutina estética y fuente de alegría o decepción, dependiendo de cuáles sean las condiciones de las olas. Esa gente que puede olvidar su móvil en casa, pero no el neopreno y la tabla de surf. Esos que siempre tienen restos de arena en el coche, en las ruedas de la bicicleta y en el pelo. Personas que al verlas piensas en el verano, aunque surfeen cuando el agua está a unos 11 grados centígrados de temperatura. Gente q...
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Mucha gente lo primero que hace nada más despertarse aquí es mirar el mar. Rutina estética y fuente de alegría o decepción, dependiendo de cuáles sean las condiciones de las olas. Esa gente que puede olvidar su móvil en casa, pero no el neopreno y la tabla de surf. Esos que siempre tienen restos de arena en el coche, en las ruedas de la bicicleta y en el pelo. Personas que al verlas piensas en el verano, aunque surfeen cuando el agua está a unos 11 grados centígrados de temperatura. Gente que se mete en el Atlántico para disfrutar o entrenar. Eric Termeau, entrenador jefe del Bidassoa Surf Club de Hendaya, dice que en el agua te cambia la cabeza.
En la costa del País Vasco Francés se hace surf desde mediados del siglo XX. Por aquel entonces, coger olas era una extravagancia hawaiana y californiana, como lo era ver a los surfistas locales entre los reyes, nobles, burgueses y amantes del buen vivir que se dejaban ver en Biarritz. Si la ciudad francesa presume de ser la cuna del surf francés, Hendaya lo hace de ser el mejor sitio para aprender a surfear, y Anglet, de sus tubos, olas cilíndricas con espacio en su interior. Hendaya y Anglet se encuentran en los extremos sur y norte, respectivamente, de la costa del País Vasco Francés. Dos localidades atlánticas, arquitectónicamente distintas, que comparten océano y la afición por este deporte. Hendaya se asienta a un lado de la desembocadura del río Bidasoa y en el otro está Hondarribia. Ambas localidades hoy se miran, pero en el pasado se apuntaban con cañones. Estas arma, que se encuentran en el lado francés, están en el pequeño y antiguo puerto de Caneta, a orillas del Bidasoa, en la bahía fluvial de Txingudi.
Desde el puerto deportivo se puede ver el centro acuático deportivo Decathlon, ubicado también en esa bahía, en el puerto de la Florida. Un laboratorio en el que se idean, diseñan, modelan, tejen y cobran sentido los productos que se venden en la tienda que es parte de este centro que ocupa lo que antes era la antigua lonja. En el agua de una piscina y del océano prueban la durabilidad y fiabilidad de máscaras, gafas, bañadores, neoprenos y tablas. Una de esas probadoras es la surfista española Cristina Bremón, que nos cuenta los entresijos de este sitio desde la terraza del restaurante Jimba, integrado en el complejo. Muchos de los neoprenos que ella prueba son los que usan las escuelas de surf que se suceden a lo largo de la playa de Ondarraitz. Un arenal de tres kilómetros de largo comprendido entre el espigón de Sokoburu, junto al hotel Relais Thalasso y el Bidassoa Surf Club de Hendaya. En torno a la playa se encuentran las casas de estilo neovasco. Construcciones con tejados a dos aguas, en las que vallas, puertas, balcones y contraventanas son de madera de color rojo, azul y verde.
Pepa Rosenbaum: cómo coger la ola buena de la vida y en las escuelas de surf se enseña a los turistas. Estos últimos principiantes aprovechan que la playa es como una pista verde de esquí para dar clases. “Las olas en la playa de Hendaya, al no tener mucha caída, son suaves. Ideales para una primera toma de contacto”, asegura Frank Geledan, propietario de la escuela New school. Él y el resto de los monitores aprovechan que el agua nunca cubre por encima de la cintura para enseñar a los niños, público en el que se han especializado.
La vecina Lehena, que dicen ser la primera escuela de surf de Hendaya, trabaja para acercar este deporte a personas con cualquier tipo de discapacidad, como explica Battit Chaudière, uno de sus monitores. En el Bidassoa Surf Club entrena Inigo Madina. En el exterior de esta institución el joven surfista local nos cuenta el poco tiempo que pasa fuera del agua, lo difícil que es vivir del surf y que le gustaría ser profesional. Una meta que se alcanza cogiendo muchas olas y rompiendo tablas. Las que usan Inigo y Cristina son buenas, bonitas y valiosas. Las fabrican a mano los shapers.
Una sucesión de 11 playas
Benjamin Minvielle diseña y fabrica tablas por encargo y a medida, también las repara en el taller que tiene en Anglet (Minvielle Surfb oard), junto al río Adur. Un taller que se parece al cuadro Lección de anatomía, de Rembrandt. Pero este shaper, en vez de con cadáveres, trabaja con tablas de espuma que cobran vida a medida que las lija, pule, las forra de fibra de vidrio, las aplica resina y colorea con tintes naturales. Materiales que impregnan al taller de un olor que aturde, como la belleza picassiana. Si su taller es como el de un artista, sus tablas son obras de arte. Anglet es una ciudad angulada de casas unifamiliares dispersas y escondidas entre la vegetación. Por su atmósfera, se le conoce como “la pequeña California”.
En los casi cinco kilómetros que hay entre el dique de La Barre, en el estuario del río, al norte, y el cabo de San Martín, frontera natural con Biarritz, al sur, se suceden hasta 11 playas encajonadas entre espigones, comunicadas por un paseo que se puede recorrer andando y en bicicleta, en las que se mezclan arena fina y diminutas piedras y en las que en casi todas hay una escuela de surf y un puesto con socorrista. A lo que hay que sumar dos helipuertos y tres torres de control, como la que se levanta en la playa de Marinella, junto a la escuela ESCF 64 y el chiringuito Le Sunset. En los arenales de Anglet, en los que es posible tumbarse a la sombra que proporcionan antiguos búnkeres de la II Guerra Mundial, casi nunca ondea la bandera verde. Sus olas, corrientes y vientos son más de bandera amarilla.
La playa más tranquila y pequeña de Anglet es la de La Barre. La más grande es la que forman Des Cavaliers —en la que se celebran competiciones de surf y a la que se puede acceder por el complejo hotelero Atlanthal—; Des Dunes, a la que se llega por un pasaje subterráneo; L’Océan y La Madrague. Las menos urbanas de todas son las de Corsaires, Marinella y, sobre todo, la de Sables d’Or y Club, que concentran un gran número de bares, restaurantes y comercios.
Todos estos son lugares de encuentro y paseo frecuentado por gente que monta en bicis o en motocicletas que están provistas de portatablas, neopreno a medio cerrar y va descalza, y en donde se puede jugar al vóley playa. En la playa del Club está el Anglet Surf Club, ubicado en un edificio que en los años veinte del siglo pasado funcionaba como unos baños, y también la avenida de las Estrellas del Surf, en la que no faltan las huellas perennes de los pies de surfistas, como el estadounidense Kelly Slater y Pauline Ado, una estrella nacional. Una avenida que, junto a sus tablas de surf a modo de pasos de cebra, es una declaración de intenciones de Anglet, ciudad que no se entiende sin sus olas tubo. Como las que se forman gracias a su fondo de arena en Chambre d’Amour, a los pies del faro que hay en lo alto del cabo de San Martín, entre Anglet y Biarritz, a resguardo del viento sur por unos acantilados que hacen las veces de rompeolas naturales.
Más pistas
- Para transitar entre Hendaya y Anglet, los dos polos surferos de esta ruta, un buen sitio para alojarse es ILBarritz Camping Yelloh! Village, en la localidad de Bidart y a media hora en coche de ambos.
- En Hendaya, tras una sesión de surf, es posible ducharse y tomarse un café en la tienda concepto Kooks Club, en la que además venden ropa de primera y segunda mano. Para comprar ropa, también hay que echar un vistazo en la tienda Rainbow, en Anglet.
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