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Mezquitilla: un paréntesis de origen fenicio en la Costa del Sol

Esta pequeña barriada malagueña de apenas 500 vecinos, repartida entre los términos municipales de Algarrobo y Vélez-Málaga, acumula una sorprendente oferta gastronómica a pies del Mediterráneo

En la barra del bar Pensionista hay vasos de café, tortas de Algarrobo, un puñado de tapas y una barca recién pintada. Es la maqueta de una chalana, embarcación tradicional utilizada hasta hace no demasiado para la pesca, que lleva la imagen de la Virgen del Carmen a bordo. Se sortea con participaciones de 1 euro, que los vecinos pagan con ilusión. La mayoría de posibles afortunados son fijos en el establecimiento. Tanto, que hay uno que tiene su sitio guardado en la terraza. “El rincón de Miguel el Apio”, se puede leer en unos azulejos junto a la puerta, repleta de carteles con propuestas: presentaciones de libros, excursiones a pueblos cercanos, yoga terapéutico, clases de pintura y hasta un evento, vermú poético, que celebran en invierno. “De momento hay agua, si quieres un vaso, por favor, pasa por barra”, avisa otro texto junto a las mesas de plástico donde se sirven ricos desayunos a 2,5 euros cada mañana, tapeo a mediodía y lo que apetezca a última hora de la tarde. El local es el sencillo epicentro de Mezquitilla, al este de la provincia de Málaga, antiguo asentamiento fenicio que hasta hace poco apenas era un cañaveral con casetas para pescadores.

Hoy cuenta con un pequeño tramo de playa, varios bares, algunos grandes bloques de apartamentos y muchas casitas bajas. Es un lugar donde las vacaciones —y la vida en general— se parecen bastante a las de antes. Como si todo aquí se hubiera congelado en los años noventa, alejado de cualquier mal moderno como la gentrificación o la masificación turística. “Es un reducto donde los tipismos de la Andalucía de siempre se mantienen”, concede Juan Ramón Ibargüengoitia, nacido en Bilbao pero que lleva más de dos décadas en este paréntesis de la Costa del Sol. La experiencia le dice que el verano es la peor estación y el otoño, la mejor. “Hay algún grado menos, pero por lo demás es un lujo: tenemos el mejor clima, estamos al pie del Mediterráneo y apenas hay gente. Además, siempre hay luz, mucha luz”, insiste quien destaca entre los vecinos más ilustres al artista Miguel Ríos, que pasa alguna temporada en la zona con la familia. También subraya la sorprendente oferta gastronómica —para un sitio tan pequeño— que tira del mar pero también incluye toques árabes y nepalís.

Esta barriada, que no llega al medio millar de vecinos, es singular hasta en su distribución: pertenece a dos términos municipales. El área más extensa, al oeste, es de Algarrobo. La más pequeña, al este, de Vélez-Málaga, que se reconoce fácilmente porque cuenta con un minúsculo paseo marítimo de tierra y un puñado de casas que se protegen del mar con una barrera de rocas. “Ahí había antiguamente una playa, pero desapareció”, recuerda David Vilches, teniente alcalde de la zona veleña. Las viejas fotos muestran un pequeño arenal junto a la antigua Nacional 340, pero la construcción del puerto deportivo de Caleta de Vélez hizo que el mar se lo comiera. La asociación Playas de Mezquitilla y Lagos, que preside Ibargüengoitia, lleva años luchando por su recuperación sin suerte. Para que no se olvide su petición, los muros y balcones de la zona cuentan con banderolas que insisten en la petición con el lema ¡Playa ya!

El entorno mantiene aún ciertas huellas de quienes fueron sus primeros pobladores. Los fenicios llegaron en el siglo IX antes de Cristo y se quedaron durante 300 años, en los que importaron su cultura y tradiciones. Hay varios yacimientos cercanos. El de Morro Mezquitilla —en el margen oriental del río Algarrobo— incluye viviendas de planta cuadrada y hornos metalúrgicos, mientras que en la necrópolis de Chorreras se encontró un importante ajuar. Junto a la Torre de Lagos, una construcción vigía del siglo XVII, se ubican algunas viejas tumbas. Y cerca ya de la salida a la autovía A-7 se ubica el sitio arqueológico de Trayamar, “el complejo de tumbas paleopúnicas más importante del Mediterráneo occidental”, según la Diputación de Málaga. Escondido en terrenos del Obispado, para visitarlos hay que pedir cita previa. La escasa inversión pública para poner en valor estos espacios hace, eso sí, que su interpretación sea compleja más allá de unas viejas señales. Por eso, antes de ir a verlos es más que recomendable pasar por el Museo de Vélez-Málaga (MVVEL). “Tenemos recreaciones visuales de cómo eran estos lugares en su día. Y eso ayuda mucho a entenderlos”, asegura su director, Emilio Martín. “Es la puerta para entender Mezquitilla”, recalca.

Iglesia, playa y embarcadero

La playa sí que sobrevive en la zona perteneciente a Algarrobo. Es un humilde tramo de costa de apenas 500 metros y un par de espigones, pero con buenos servicios —socorrista y baños de obra— y un sencillo embarcadero que recuerda los orígenes marineros. En su primera línea hay viviendas bajas con macetas, pero también un bloque con piscina comunitaria y pista de tenis, donde una volea más fuerte de la cuenta acaba con la pelota en el mar. La minúscula iglesia de Nuestra Señora de Fátima es una casita cuyos únicos elementos religiosos externos son un mural de la Virgen y una cruz austera que sobresale entre tejas andaluzas.

Más allá hay una pista de baloncesto, otra de fútbol sala con césped artificial y un parque infantil. Entre aromas a césped recién cortado también existe una bonita urbanización de edificios bajos cuyos jardines están iluminados por una colorida variedad de flores: adelfas, pacíficos, margaritas, buganvillas, jazmines. En cada puerta hay cañas de pescar y bicicletas. Por sus callejuelas pasea algunas mañana María, una señora que camina con su carrito de la compra para vender productos locales, como racimos de uva moscatel, aguacates y mangos.

Para un territorio tan pequeño, la oferta de restauración es amplia. En primera línea de playa sobresale Baobab Beach House, chiringuito renovado y precios ajustados. Dispone de un salón, terraza y hamacas junto a un par de asientos de madera carne de Instagram. Pastela de pollo, wok de langostinos o hamburguesa de ternera forman parte de su menú. Cerca, la marisquería Camary ofrece productos del mar y La Arrocería Varadero cuenta una veintena de arroces, paellas y caldosos, además de fideuá. El restaurante La Viuda es otro clásico, con una terraza junto al mar y actuaciones flamencas. A su espalda se encuentra uno de los más demandados de la zona: El Yantar. Este negocio familiar impulsado por Paco García cuenta con un Solete Repsol gracias a su barra, donde tapear a partir de lo que haya escrito en la pizarra: de gambas, carabineros y quisquillas a boquerones, salmonetes o los exquisitos culones. Hay buenos platos de cuchara y un saloncito donde refugiarse del ruido para saborear el buen producto de la casa con mesa y mantel.

En la frontera entre la Mezquitilla de Algarrobo y la de Vélez-Málaga se encuentra la última incorporación gastronómica: el restaurante nepalí Gurkha Kitchen, que sustituyó al antiguo Mesón de Yoli a principios de 2024. La familia Jaisi abrió sus puertas entonces y ya se han ganado una buena clientela. “Vienen muchas personas de aquí, pero también holandeses, alemanes o ingleses que viven por la zona”, cuenta Kushum Jaisi, de 23 años, que llegó a España en 2018 y se encarga de la sala junto a su hermano Nawaraj. Tienen menú del día por 11,95 euros —también en fin de semana— y carta con 105 platos, incluidos los postres. Hay clásicos hindúes como el tikka masala, pero ellos recomiendan platos tradicionales de Nepal como los momos, una especie de gyozas rellenas de cordero, pollo y verdura salteadas junto a pimiento rojo, verde, cebolla y tomate, además de picante al gusto. Sugieren dos de sus favoritos: tikka sekewa —cordero cocinado con hierbabuena, espinacas y yogur—y el pollo tasa, servido con verduras y sabor a bambú. Un contrapunto exótico para una barriada con aromas de toda la vida.

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