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Caldes de Malavella, la alternativa tranquila (y deliciosa) a las playas de la Costa Brava

Termas romanas, un balneario emblemático y restaurantes focalizados en los productos y la tradición local justifican una escapada a esta localidad de la comarca de La Selva, una tierra de fuentes calientes y pueblos que conservan el ritmo antiguo

Cuando empieza a apretar el calor y las playas más bonitas de la Costa Brava se llenan antes del mediodía, hay una alternativa que sorprende por lo cerca que queda… y lo distinta que es. A una hora y media de Barcelona (ya sea en coche o en tren de Cercanías desde la estación de Sants), Caldes de Malavella y su entorno invitan a vivir un verano más lento, menos transitado. No está a pie de playa, pero sí forma parte de la Costa Brava interior: a apenas 25 minutos de Sant Feliu de Guíxols o Platja d’Aro, lo suficiente para (casi) oler el mar sin sufrir sus aglomeraciones. ¿Sombrillas? ¿Chiringuitos? Ninguno. En su lugar: termas romanas, golf entre pinos y restaurantes que justifican por sí solos una escapada.

Esta diversidad de propuestas se entiende mejor al situarse en el contexto geográfico de la comarca de La Selva, entre el Baix Empordà, la Garrotxa y el Gironès. Llena de contrastes, se extiende desde la plana agrícola del Ter Brugent hasta las montañas del Montseny-Guilleries. Es tierra de fuentes calientes y de pueblos que conservan el ritmo antiguo, como Hostalric, con su trazado medieval; Osor, rodeado de bosques y montañas; o Amer, donde la plaza porticada y el monasterio marcan el pulso tranquilo del lugar. También es un territorio de caminos que cruzan robledales y encinares, donde abundan los alojamientos rurales en plena naturaleza: masías con piscina o pequeños hoteles con encanto.

Para quienes quieran profundizar en la historia de la zona, Atri, Cultura i Patrimoni organiza visitas guiadas durante todo el año. Algunas permiten descubrir las termas romanas de Caldes de Malavella con un arqueólogo; otras recorren el casco antiguo de Anglès o los castillos medievales de Torcafelló y Sant Iscle, antiguos bastiones del vizcondado de Cabrera. También hay rutas menos habituales, como la que recorre Osor a través de las historias de las mujeres que gobernaban el pueblo en el siglo XV.

Tras la exploración cultural, toca descansar. El Hotel Camiral, en Caldes de Malavella, rodeado de jardines y naturaleza, da acceso directo a uno de los mejores campos de prácticas de golf de España. Su entorno está pensado para desconectar. Las habitaciones son amplias, elegantes y silenciosas; la piscina, una de las más agradables de la zona, y los interiores, firmados por el estudio de Lázaro Rosa-Violán, combinan diseño contemporáneo con una elegancia atemporal. Su centro de wellness está orientado a quienes desean tomarse el descanso en serio. Muy cerca, el hotel Lavida propone una versión más sencilla del resort: habitaciones informales y menos prestaciones (aunque sí una ducha especialmente amplia).

En Caldes de Malavella también hay espacio para el vino. En los restaurantes del hotel Camiral se sirve el vino ecológico de Eccocivi, una bodega situada en Sant Martí Vell, a media hora del resort. Fundada por la diseñadora Elsa Peretti para recuperar la tradición vinícola de la zona, todos sus beneficios se destinan a proyectos sociales y medioambientales a través de su fundación. La bodega puede visitarse y está ubicada en un paraje natural privilegiado.

Como el vino, el agua también ha sido aquí fuente de riqueza y bienestar. Y si la historia termal de Caldes de Malavella tuviera un templo, ese sería sin duda el 1881 Hotel Balneario Vichy Catalán. Famoso por su agua mineral natural con gas (que se comercializa embotellada desde hace más de un siglo), este establecimiento es conocido por sus aguas con propiedades digestivas y terapéuticas. Inaugurado a finales del siglo XIX, el balneario es uno de los más emblemáticos de España, famoso tanto por sus baños como por su agua termal, que aún hoy puede beberse directamente de la fuente… y brota caliente. Su arquitectura modernista, su fachada de tonos terracota y sus jardines centenarios crean una atmósfera que recuerda a los grandes balnearios de época. En su interior, el circuito termal permite sumergirse en auténtica agua Vichy a entre 32 y 35 grados, además de ofrecer tratamientos de belleza y masajes. Conviene, eso sí, reservar con antelación, ya que el acceso no está incluido en todas las estancias.

El hotel también dispone de piscina exterior climatizada y del restaurante Delicius, donde algunas preparaciones incorporan agua termal Vichy Catalán para realzar el sabor de verduras, hortalizas y legumbres. Ofrece un menú de mediodía que cambia a diario, con platos que reinterpretan la cocina catalana, como el canelón XL de pollo con setas y foie, una de las especialidades del chef, o el gran ravioli de escórpora con mejillones al estilo thai.

Y si lo que apetece es salir a caminar, hay una forma distinta de disfrutar del paisaje: la Ruta Termal, un recorrido de casi 14 kilómetros que empieza en Cassà de la Selva y termina cerca del Hotel Camiral, en la zona de la Creu de la Mà. Atraviesa bosques, campos y zonas de cultivo, cruza el centro de Caldes de Malavella (donde se encuentran las termas romanas y el balneario) y discurre junto al complejo de golf. Se puede hacer a pie o en bici, y es especialmente agradable a primera hora del día en los meses más calurosos.

Sabores de La Selva

La misma tierra que alimenta estos paisajes sustenta también una cocina profundamente arraigada. La comarca de La Selva mantiene un fuerte vínculo con la tradición agrícola y ganadera, combinada con un saber hacer gastronómico transmitido de generación en generación. Aquí se cultiva, se cría y se cocina con respeto por el producto y por los tiempos de cada elaboración.

En el propio resort Camiral existen varias propuestas que lo demuestran: el Camiral Bistro ofrece carnes y pescados a la brasa con guarniciones generosas; The Club Café, con terraza frente al campo de golf, es ideal para un almuerzo más informal; y Origin, bajo la dirección del chef David Vives (ex El Celler de Can Roca), rinde homenaje a la cocina catalana con una carta tan elegante como el espacio: platos tradicionales reinterpretados con un toque contemporáneo.

Fuera del resort también hay propuestas que justifican el desvío. Can Valls, en Sant Martí Sapresa, es uno de esos restaurantes a los que se regresa. Cocina catalana con toques modernos, buenas carnes (que pueden terminarse en la plancha en la propia mesa) y un servicio clásico pero cercano. Otra opción es Can Cordons, una masía de piedra con más de 300 años de historia en la localidad de Riudarenes, dirigido por un equipo joven que sirve cocina catalana, con recetas tradicionales que han pasado por los fogones de generaciones. Trabajan con productos de su huerto y proveedores locales de confianza.

Y si el viaje coincide con los meses de junio o julio, hay una experiencia que solo ocurre en esta época del año: la leva del corcho. Durante esas semanas, los peladores extraen a mano la corteza de los alcornoques en los bosques de les Gavarres. En Can Vilallonga, una masía en Cassà de la Selva, se organizan visitas guiadas que incluyen un desayuno en el bosque. A lo largo de la ruta, se explica el proceso de transformación del corcho, desde la extracción hasta su destino final, tapando millones de botellas de vino, cava y champán en todo el mundo.

Cuando el verano se vuelve masivo y sofocante, no siempre es necesario huir de él. A veces, basta con cambiar de escenario. Y si algún día apetece pisar la arena, bastan 25 minutos para plantarse en el mar… y regresar después al silencio, justo a tiempo para ver cómo cae la tarde entre los alcornoques.

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