Proyecto Palmita, un pedazo de Mallorca en el desierto mexicano de Baja California Sur

Este complejo de seis villas minimalistas cerca del pueblo mágico de Todos Santos experimenta con un modelo alternativo al turismo de masas, respetando el entorno y con el apoyo de agricultores y pescadores locales

Detalle de una de las villas de Proyecto Palmita, en el municipio de El Pescadero, en Baja California Sur (México).Kelly Brown

Desde la cama de la habitación se ve y escucha cómo la brisa mece las hojas de seis ejemplares de palmera washingtonia robusta, icono del desierto mexicano de Baja California Sur. El mar está muy cerca y la extensa playa, todavía casi virgen, de San Pedrito se divisa tumbado en la hamaca de una de las terrazas de Proyecto Palmita. Este complejo, ubicado entre las huertas de mangos y chiles de El Pescadero, está compuesto por seis villas minimalistas de color arena levantadas en una finca de cinco hectáreas, lo cual garantiza una inmersión íntima y completa en este entorno natural cercano al pueblo mágico de Todos Santos.

En plena fiebre desarrollista, que afecta con especial intensidad a los principales núcleos urbanos de Cabo de San Lucas y San José del Cabo, donde el modelo de turismo de masas se extiende sin freno desde ya hace varios años, los promotores de Proyecto Palmita, conscientes de su impacto sobre el medio y sus gentes, experimentan con un modelo alternativo. Uno de muy baja intensidad, que respeta más el entorno y cuenta con el apoyo de agricultores y pescadores locales. Estos, de forma comunitaria, gestionan, entre otras cosas, el buen uso del agua que llega de la sierra hasta este oasis costero.

Vista aérea de Proyecto Palmita, en Baja California Sur (México).Kelly Brown

El camino de acceso a la finca es el que usan los lugareños para acceder a los campos de cultivo. La sencillez que uno encuentra nada más llegar es parte de la filosofía que Nando Gay y Brenda Barrera, artífices del proyecto, tratan de poner en práctica. “Menos es más”, dicen, y también reivindican la vida pausada tan propia de México y Mallorca, donde Gay nació. Buena muestra de ello es la huerta que se ve nada más entrar al recinto, en el que un gigantesco ficus centenario da la bienvenida. “Él decidió por nosotros que debíamos crear todo esto aquí”, asegura el mallorquín llegado a Baja hace 16 años.

Detalle del huerto del alojamiento.

Aquí el huésped está invitado a participar directamente con los alimentos. Por ejemplo, en las villas crece romero y la planta del té de limón, además de otras aromáticas, con la pretensión de que el visitante se prepare en la cocina de la habitación sus propios brebajes. “Tiene que ser un sitio que vaya hacia una cultura del autoabastecimiento”, explica Gay, que siempre quiso impulsar un lugar como este. “Cuando llegué a Los Cabos ya tenía en mente hacer algo así porque quedé fascinado con el hospedaje que un amigo montó hace años en Kenia”, confiesa.

Una gran palapa, situada frente a un palmeral de más de 1.100 cocoteros que plantaron durante la pandemia, sirve de espacio común para los visitantes, que cuentan con una pequeña pero reservada piscina pensada para ver el cielo estrellado. Las villas ofrecen lujo sensorial más que material. Por ejemplo, el sonido de los grillos y gekkos por la noche, y de las decenas de aves que revolotean por la finca durante el día, completan esta experiencia. Por eso es un lugar ideal para quien busque un refugio íntimo y cómodo en medio de la naturaleza, que además está muy cerca de varios picos para hacer surf en el Pacífico, como Los Cerritos o San Pedrito.

El palmeral de más de 1.100 cocoteros que plantaron durante la pandemia.

Asimismo, queda a solo 10 minutos en coche de Todos Santos, una localidad con una llamativa arquitectura colonial que se ha convertido en un punto artístico de la península sudcaliforniana, con multitud de galerías y comercios que deslumbran por su joyería tradicional. Sin olvidar que en este pueblo se encuentra el Hotel California, que supuestamente dio nombre a la mítica canción de The Eagles —el grupo les demandó por un presunto uso ilegítimo del nombre—. A pesar de que esa teoría no es cierta, se ha convertido en una visita casi obligada.

Fusión ‘mexiterránea’

Palmita es un pedacito de Palma (donde creció Gay) en México, el país de su mujer, Barrera. De ahí la mezcla de ambas culturas, que se aprecia en los acabados orgánicos de las villas y en la decoración con reminiscencias mallorquinas. “El color en las paredes recuerda al marés, tan propio de las casas tradicionales de la isla balear, que se mimetiza con el entorno natural. Eso queda fusionado con el uso de una arquitectura propia de aquí, como es la palapa y el palo de arco”, detalla Barrera, que se encargó del diseño interior de las casas. De igual forma, la “autenticidad” de las ventanas mallorquinas inspiraron las puertas plegadizas de las habitaciones que dan a los jardines y que cubren los armarios exteriores. En cada estancia, además, hay una senalla para guardar las toallas de playa, pero también tapetes hechos de palma y olivos que evocan el paisaje de la Serra de Tramuntana. “Hay una elegancia relajada en estos territorios que invita a disfrutar de la simplicidad de la vida, de los atardeceres, de la buena comida y compañía; cada lugar mantiene secretamente la filosofía del buen vivir”, considera.

Proyecto Palmita fusiona detalles de la arquitectura mallorquina con la típica de Baja California Sur.Kelly Brown

La conexión familiar con Mallorca ha influido completamente en la visión artística de Barrera, hasta el punto de ser parte de las raíces del proyecto, como explica: “Todos estos elementos encajan perfectamente en el desierto y enlazan con la filosofía wabi-sabi, nuestra principal inspiración a la hora de diseñar. Wabi evoca algo que está en sintonía con la naturaleza y que es pacífico y tranquilo, mientras que sabi consiste en descubrir la belleza que existe en la imperfección y, al mismo tiempo, aceptar los ciclos naturales de vida. Cuanto más sencillo, más armonioso”, explica la mexicana.

La playa El Pescadero, en Baja California Sur.Cavan Images / Alamy / CORDON PR

Durante el año y medio que Proyecto Palmita lleva en marcha ya ha atraído a huéspedes que han impartido talleres sobre pintura, catas de vino, filosofía o curación musical. Compartir historias y formas de ser diversas es otro objetivo al que aspiran sus impulsores: “Queremos que siempre esté en continua transformación, absorbiendo cada cosa que aporte la gente nos visita. La idea es que si vuelves respires los mismos valores, pero en un lugar diferente”.

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