Un edificio flexible que deja entrar la naturaleza para el Centro de Arte Moderno Gulbenkian, en Lisboa
La reciente ampliación de las salas y la renovación de los jardines del CAM dejan que la luz natural entre a raudales al interior de este museo, la nueva y perfecta excusa para visitar la capital portuguesa
¿Se acaban las ventanas clausuradas al exterior en las salas expositivas? Parece que lo de encerrarse a cal y canto en el interior de un museo va tornándose una cosa del pasado. Hoy manda la continuidad de las salas con el paisaje exterior, donde la luz natural juega con las siluetas de los objetos de arte contemporáneo. Esto es lo que propone el Centro de Arte Moderno Gulbenkian (CAM) de Lisboa, que ha inaugurado recientemente su renovado edificio con la llegada del otoño, ganando 900 metros cuadrados de espacios expositivos que se abren al maravilloso jardín adyacente. Y vaya envidiable luz la de Portugal, en la ciudad de las aceras onduladas, colándose entre la vegetación de un restaurado parque estilo japonés, en este caso, vigoroso de humedad atlántica.
El flamante edificio, cuyas galerías exteriores aparentan tener la flexibilidad de la vela de un barco gracias a unos tejados orientales de delicadas curvas, tiene la firma del arquitecto japonés Kengo Kuma, que actuó sobre el original de hormigón —inaugurado en 1983 y diseñado por Leslie Martin—, haciéndolo más transparente y abierto hacia el luminoso sur. Inspirado en el concepto japonés de engawa, el proyecto remarca la idea de contar con un espacio de paso de cien metros de largo, que no es ni interior ni exterior, ni privado ni público, sino un punto de conexión. El engawa en las viviendas niponas es una especie de pasarela de madera, techada, que conecta las ventanas y puertas entre sí y con el exterior, pero que constituye un lugar de vida cotidiana en sí mismo. “Hemos abierto una nueva relación con el aire libre, invitando a los visitantes a desacelerar y hacerlo suyo”, explicitó el propio arquitecto.
La cubierta de la deliciosa obra constructiva del CAM presenta madera entrelazada que da al interior de estas galerías y más de 3.000 tejas cerámicas de distintos blancos hacia el cielo. Son como nubes superpuestas, cada una con su particularidad cromática, que pueden admirarse desde los jardines que ascienden —como laderas de una colina— hacia la nueva entrada, la cual da a la Rua Marquês de Fronteira de la capital lusa.
Ante este sutil juego de tonalidades del voladizo no sorprende que Kuma se reconozca inspirado en El elogio de la sombra, el emblemático tratado de 1933 de Junichiro Tanizaki que destaca el valor estético de las fracturas restañadas, de la rugosidad y opacidad de los cuencos, así como la belleza de los rincones oscuros de las estancias frente a la estridencia de la luz eléctrica… Para el visitante habituado a sortear las inestables superficies empedradas de Lisboa, estos tejados podrían constituir un homenaje arquitectónico a los adoquines de piedra clara, tan característicos en la ciudad.
Arte de interior para pasar el invierno
La idea de una “transición suave” entre interior y exterior, en la expresión de Kuma, se extiende a las salas, donde se ha aprovechado la celebrada apertura de las nuevas instalaciones para presentar la reorganización de la colección, que ahora puede expandirse en metros ganados a salas antes cerradas al público. Se trata de una selección de obras que van rotando entre las aproximadamente 12.000 piezas, especialmente las de artistas contemporáneos portugueses (o de pintores y escultores vinculados con el Reino Unido, Francia e Irak, entre otros países), en todos los formatos, que posee la Fundación Calouste Gulbenkian, creada en 1956. Entre esos trabajos se encuentran los de pioneros como Maria Helena Vieira da Silva, Amadeo de Souza-Cardoso, Emmerico Nunes o Marcelino Vespeira.
El indudable acierto de esta temporada de exposiciones es la carta blanca a una artista visual portuguesa consagrada como es Leonor Antunes (Lisboa, 1972), que juega con los volúmenes, el movimiento y nuestras ganas de tocar diferentes texturas, incluso de oler y percibir las sombras que las piezas proyectan, conforme pasan las nubes. Su muestra, llamada La desigualdad constante de los días de Leonor, ocupa la nave acristalada del centro, y fue concebida como un diálogo entre la escultora y la obra de mujeres artistas que ella misma ha escogido entre los fondos de la colección. Una puesta que hará sonreír al visitante, porque las figuras geométricas bailan en el aire. Alguien dijo que vivir es diseñar: Antunes lleva a tres dimensiones las formas que otras creadoras pusieron en cuadros en dos dimensiones. De esta manera, aquellas líneas y perfiles ahora cuelgan de los techos y se puede pasear entre trenzas de cuerdas, mimbres, maderas torsionadas y cueros que han trabajado sus manos y las de otros artesanos.
Al mismo tiempo, acaban de inaugurarse en el CAM otras exposiciones temporales —que estarán abiertas al público hasta los primeros meses de 2025, inclusive—, entre ellas, la dedicada a Fernando Lemos (Lisboa, 1926 – São Paulo, 2019) y su relación con Japón. Esta bellísima exposición, denominada El calígrafo occidental, ocupa un nuevo espacio, también pleno de luz natural y, en este caso, subdividido por paredes de papel, como las de las viviendas niponas.
El jardín de senderos que se bifurcan
Si lo que queremos es hacer una pausa a la contemplación artística sin alejarnos demasiado del lugar, nada mejor que descansar en la envidiable terraza de la cafetería del jardín ampliado —en 2005, la Fundación Gulbenkian adquirió dos hectáreas contiguas a los terrenos del museo—, que fue rediseñado por el arquitecto paisajista Vladimir Djurovic. En este bosque urbano, en el que se han respetado los ejemplares de árboles autóctonos más antiguos, se ha podido restituir un alto nivel de biodiversidad que posibilita las interacciones de la vida silvestre, gracias también a la plantación de robles, alcornoques y encinas. Según el propio Djurovic, esta ampliación “da un nuevo relieve a la idea primordial de conectar y cocrear con la naturaleza”.
Por su parte, Benjamin Weil, director del CAM, expresa su anhelo de que el nuevo ingreso al complejo, con los jardines aún más accesibles desde la calle, comuniquen esta apertura y la disponibilidad del verdor hacia la ciudad y a la comunidad, para su disfrute en múltiples actividades, más allá de los senderos que, aunque se bifurquen, siempre conducen al arte.