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Destinos fronterizos para un verano con aires franceses

Del coqueto pueblo de San Juan de Luz a Banyuls-sur-Mer, famoso por sus vinos. Once enclaves turísticos en Francia a menos de una hora en coche de España

Basta cruzar la frontera de Irún y avanzar unos kilómetros para llegar a San Juan de Luz, uno de los pueblos más atractivos de la costa vasca francesa, con sus calles peatonales y sus mansiones del siglo XVII, así como la animada plaza de Luis XIV, con terrazas, restaurantes y tiendas. El puerto brinda la postal perfecta, con sus barcas de pesca amarradas en los muelles y sus casas blancas y rojas apiñadas en torno a la iglesia de Saint-Jean Baptiste, donde se casaron el Rey Sol (Luis XIV) y la infanta española María Teresa de Austria, hija del rey Felipe IV, retratada por Velázquez. Su preciosa playa, con forma de media luna y protegida por espigones de la ira del Atlántico, se llena en verano de casetas a rayas. En la Maison Louis XIV, la casa más señorial de San Juan, vivió el rey sus últimos años de soltería, mientras que en la Maison de l’Infante se alojó la española en los días previos al enlace.Raquel Maria Carbonell (Getty Images)
A mitad de camino entre Biarritz y San Juan de Luz se pasa por el pequeño pueblo costero de Guéthary, que en el siglo XIX pasó de ser un puerto ballenero a convertirse en un elegante retiro de turistas acomodados. Su paseo marítimo es un agradable lugar para una apacible caminata vespertina, con un par de playitas de arena al abrigo del espigón, algunos ejemplos notables de arquitectura 'art déco' y un interesante y ecléctico museo: el de Villa Saraleguinea, donde se exhiben piezas arqueológicas, cerámicas y arte contemporáneo. Guéthary es también muy popular entre los surfistas por su famosa ola Avalanche.Hemis (Alamy Stock Photo)
A lo largo de los 25 kilómetros que hay entre Bidart y Hendaya, el Sentier Littoral (sendero del litoral), uno de los secretos mejor guardados del País Vasco francés, permite caminar por algunos de los parajes más bellos de la región en paralelo a la costa. La ruta cuenta con ocho puntos de acceso, entre ellos Guéthary y San Juan de Luz, y seis centros de interpretación. Se puede recorrer en su totalidad o reducir el paseo a alguna de sus secciones y luego tomar un autobús o el tren de regreso a Biarritz o San Juan de Luz.Íñigo Fernández de Pinedo (Getty Images)
A mediados del siglo XIX, el emperador Napoleón III y su esposa española, la granadina Eugenia de Montijo, pusieron de moda esta ciudad balneario y capital histórica del surf en Europa que ha sabido conservar su glamour, presente en sus elegantes villas de estilo 'art déco'. Hoy Biarritz es el reino de los surfistas, que viajan hasta aquí para disfrutar de las olas en su Grande Plage o en las 11 playas de Anglet, repartidas por más de cuatro kilómetros de arena fina. Además de por el surf, Biarritz es famosa por sus centros de talasoterapia, sus restaurantes y los bares de tapas del mercado de Les Halles. El Acuario de Biarritz ocupa un sobrio edificio de estilo racionalista cerca del puerto viejo, y otro interesante enclave es la nueva Ciudad del Océano: un híbrido de museo, parque temático y centro educativo en un edificio de estilo futurista. Mucho más pomposa es la Chapelle Impériale, iglesia que combina los estilos bizantino y morisco en una plaza con vistas a la Grande Plage. Y un mirador: el de la Rocher de la Vierge (roca de la vírgen), una formación rocosa que sirvió como atalaya natural para el avistamiento de ballenas, unida a tierra firme por una pasarela metálica atribuida a Gustave Eiffel.Rafa Elías (Getty Images)
Que las poblaciones situadas cerca de una frontera tienden al mestizaje es algo que se palpa de forma especial en Bayona, donde las raíces vascas y gasconas se funden con lo puramente francés y costumbres españolas como las corridas de toros. La capital del País Vasco francés, una de las ciudades más bonitas del sur del país, se levanta desde hace 1.700 años sobre la confluencia de los ríos Adur y Nive, en cuyas aguas se refleja el bello centro histórico, con sus típicos entramados de madera y contraventanas de vivos colores. Desde la Edad Media ha sido un lugar estratégico, y aún pueden verse sus antiguas murallas medievales al igual que la catedral gótica, cuyas torres gemelas despuntan sobre el perfil urbano. Bayona presume de tener un excelente museo etnográfico, el Musée Basque et de l’Histoire de Bayonne, un buen punto de partida para entender la complejidad de la cultura y la historia del pueblo vasco. Otra seña de identidad de la ciudad es el chocolate artesanal. En el siglo XIX aquí había más de 130 maestros chocolateros, más que en toda Suiza, aunque actualmente solo siguen en activo una docena. Los más famosos son Daranatz y Cazenave, situados uno al lado del otro en la Rue Port Neuf. Otra manufactura local célebre es la bayoneta, inventada aquí en 1640, en la calle de los Herreros (Rue des Faures).Thomas Sekula / EyeEm (Getty Images)
Al margen de la costa, hay un País Vasco francés interior que podemos descubrir por ejemplo en La Rhune, una cumbre de 905 metros en plena frontera franco-española, solo a unos 20 kilómetros hacia el interior desde San Juan de Luz y a otros 20 si cruzamos la frontera desde Zugarramurdi (Navarra). Se puede subir a pie o en Le Train de la Rhune, un encantador trenecito de madera que tarda 35 minutos en cubrir los cuatro kilómetros que llevan hasta lo alto.
Muy cerca está Ainhoa (en la imagen). Perteneciente al club los los pueblos más bonitos de Francia, la antigua bastida de Ainhoa fue fundada en el siglo XIII y parcialmente reconstruida en el XVII. Cuenta con una única calle, jalonada de casas blancas con los típicos entramados de color rojo y verde que lucen los pueblos vascos. Para una comida vasca memorable, probemos el Ithurria, un restaurante con estrella Michelin, fundado por la familia Isabal en una antigua posada de peregrinos.
También se merece una parada Espelette, pueblo pintado de blanco y célebre por sus pimientos de color rojo oscuro, ingrediente fundamental de la cocina tradicional vascofrancesa.
Daniele SCHNEIDER (Getty Images)
A los pies de los Pirineos, Saint-Jean-Pied-de-Port ha sido durante siglos —y todavía lo es— la última parada francesa del Camino de Santiago antes de entrar en España por la frontera de Roncesvalles. Su ciudadela, construida sobre el antiguo castillo fortaleza de los reyes de Navarra y protegida por murallas, domina la ciudad desde la colina de Mendiguren. Tradicionalmente, los peregrinos entraban por la Porte St-Jacques, en el extremo superior de la Rue de la Citadelle, y salían por la Porte Notre-Dame, junto al puente romano sobre el río Nive. Por Saint-Jean también pasan la gran ruta transpirenaica GR-10, que une el Atlántico y el Mediterráneo en 45 días, y el GR-65, que se solapa con un tramo del Camino de Santiago. A menos de 15 minutos en coche de allí, a orillas del río Nive, se puede visitar el bonito pueblo de Saint-Étienne de Baïgorry, con sus típicas casas vascas y su iglesia de San Esteban, con un retablo barroco y tres pisos de galerías de madera.Andrea Carracedo / EyeEm (Getty Images)
Si cruzamos la frontera por la parte central de los Pirineos podemos acercarnos a Cauterets, un destino para esquiadores en invierno (Las dos zonas de esquí de Cauterets son Pont d’Espagne y Cirque du Lys,) y para amantes de la montaña y el excursionismo durante todo el año. Lo bueno de Cauterets, frente a otras estaciones de esquí pirenaicas más grandes y famosas, es que ha sabido conservar gran parte de su carácter de antaño, con su elegante balneario y las majestuosas residencias del siglo XIX, cuando se puso de moda como centro de veraneo de montaña. Aunque lo que atrajo aquí a los primeros turistas no fueron la nieve o los senderos, sino las aguas termales, con muchas propiedades curativas. Hoy continúa la tradición en el balneario Les bains du Rocher. Las dos zonas de esquí de Cauterets son Pont d’Espagne y Cirque du Lys. Ambas se prestan también para el senderismo cuando no hay nieve, siguiendo una red de tortuosas rutas que recorren el parque nacional de los Pirineos. La caminata más popular conduce al lago de Gaube, un lago de montaña de azul brillante al arrullo de picos recortados, mientras que otro sendero asciende hasta el refugio Wallon-Marcadau, a 1.866 metros de altitud, y otro lleva al Cirque de Lys, un anfiteatro de montaña situado 1.850 metros. .Bernard Matagne / EyeEm (Getty Images)
Damos un salto al otro lado de los Pirineos, hasta Banyuls-sur-Mer, a media hora en coche de Portbou (Girona). Las uvas maduran en las laderas que rodean este pueblo costero famoso por sus vinos, (Banyuls, Banyuls Grand Cru y Collioure), que se cultivan en empinados bancales divididos por muros de piedra seca que ayudan a retener agua y a prevenir la erosión del suelo. Se pueden visitar bodegas como Terres des Templiers, al oeste del paseo marítimo. Al margen del vino, Banyuls resulta un lugar precioso, con tres playas de guijarros y soberbias aguas de color turquesa (Centrale, Les Elmes y Centre Hélio Marin) y una importante reserva submarina, la de Cerbère-Banyuls, a seis kilómetros al sureste del pueblo. En el paseo marítimo de Banyuls está desde 1885 el Biodiversarium, uno de los acuarios más antiguos de Francia.RAYMOND ROIG (Getty Images)
El 28 de enero de 1939, Antonio Machado se bajó en la estación de trenes de Colliure procedente de Cerbère. Como cientos de miles de republicanos, escapaba del avance de las tropas franquistas junto a su madre, su hermano, su cuñada y el escritor Corpus Barga. Allí murió el 22 de febrero de 1939, y su tumba es un lugar de peregrinación para muchos españoles. Más allá del recuerdo del poeta de la generación del 98, Colliure es hoy un pequeño y pintoresco puerto de la Côte Vermeille, a solo 30 kilómetros de la frontera española, con embarcaciones que cabecean recortadas sobre un fondo de casas pintadas en suaves colores pastel que inspiraron a pintores como Henri Matisse, André Derain, Picasso o George Braque.Frank Herrmann (Getty Images)
La Catalana, como también se conoce esta ciudad francesa de 120.000 habitantes, capital histórica del Rosellón, ofrece una escapada perfecta desde Barcelona, a un par de horas en coche al norte de allí, y puede servir de base para explorar esta comarca del sur de Francia encajada entre los Pirineos y el Mediterráneo. Durante los últimos tiempos del franquismo, Perpiñán era un destino casi obligado para descubrir las películas que la censura impedía ver en el lado español de la frontera, pero históricamente Perpiñán es mucho más: en el siglo XII fue la capital del Reino de Mallorca. Enmarcada por los picos de los Pirineos, a solo 38 kilómetros al norte de la frontera española, se expande de forma radial desde el laberinto de calles del casco viejo, coronado por la fortaleza-palacio de los Reyes de Mallorca y con unas vistas impresionantes desde la torre del homenaje a los Pirineos, al Canigó y al Mediterráneo. Una visita que es un viaje en el tiempo, con sus dos capillas policromadas, los tres patios de armas, galerías porticadas y las estancias del rey Jaime II y su esposa, que reinaron en Mallorca, Valencia y el Rosellón.Lacombe / Andia (Getty Images)