Barcelona, de playa en playa

Una animada ruta por los nueve arenales de la ciudad, parando en terrazas y heladerías como El Tío Che

La playa de Sant Sebastà de Barcelona, con el edificio del Hotel W al fondo. Getty Images

Quien nace junto al mar tiene un lujo que a veces solo llega a comprender cuando está en algún sitio de interior y se ve obligado a pagar para refrescarse en una piscina municipal. Así que cuando una barcelonesa regresa a su ciudad, pisa sus playas —sí, en plural— ya sea para un chapuzón rápido o para disfrutarlas hasta que desaparece el sol. La Barceloneta puede ser la más famosa, pero la capital catalana tiene ocho playas más: Llevant, Nova Mar Bella, Mar Bella, Bogatell, Nova Icària, Somorrostro, Sant Miquel y Sant Sebastià —además del espacio habilitado pa...

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Quien nace junto al mar tiene un lujo que a veces solo llega a comprender cuando está en algún sitio de interior y se ve obligado a pagar para refrescarse en una piscina municipal. Así que cuando una barcelonesa regresa a su ciudad, pisa sus playas —sí, en plural— ya sea para un chapuzón rápido o para disfrutarlas hasta que desaparece el sol. La Barceloneta puede ser la más famosa, pero la capital catalana tiene ocho playas más: Llevant, Nova Mar Bella, Mar Bella, Bogatell, Nova Icària, Somorrostro, Sant Miquel y Sant Sebastià —además del espacio habilitado para el baño en el Fòrum—. De la primera a la última, casi cinco kilómetros de arenales uno junto al otro de norte a sur.

Teniendo claro que difícilmente se va a estar solo en la arena, hay puntos alternativos a la siempre atiborrada Barceloneta. En la playa de Sant Sebastià, de las más antiguas de la ciudad y la más cercana al imponente perfil del hotel W, hay un espacio justo en frente del Club Natació Barcelona donde se puede hacer nudismo. Es una zona más vacía de turistas, donde se respira un ambiente familiar. Allí se encuentran casi cada día, también en invierno, los mismos bañistas que se saludan por su nombre.

La Mar Bella también reúne a un público fiel y mayoritariamente residentes del distrito de Sant Martí, y pocas cosas son tan placenteras como llegar a ella bajando desde la rambla del Poblenou con un helado o una horchata de El Tío Che, abierto desde 1912.

Un perro y su dueño se bañan en la playa de Llevant, en Barcelona.Carles Ribas

Pero no hay por qué plantar la sombrilla solo en una playa. Desde la del Llevant, 375 metros incorporados a la costa barcelonesa en 2006 y con la única zona acotada para bañistas con perro, uno puede ir acercándose poco a poco al centro de la ciudad. Los primeros saltos son la Nova Mar Bella y Mar Bella, playas que se crearon fruto de la remodelación urbanística del litoral de Barcelona con motivo de los Juegos Olímpicos del 92. Siguen los 640 metros de arena del Bogatell, y a menos de 10 minutos a pie uno se baña ya en la Nova Icària. Esta última es una de las más concurridas por familias, son habituales los partidos de vóley playa y tiene una panorámica más cercana a las dos torres que cambiaron el skyline de Barcelona y del pez metálico del arquitecto Frank Ghery. El Port Olímpic está justo en su lado más a poniente, un lugar para reponer fuerzas con una oferta gastronómica para todos los gustos y bolsillos, del Moncho’s a El Cangrejo Loco.

Cartel informativo en la entrada de la playa nudista de la Mar Bella, en Barcelona.Albert García

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A la Nova Icària le sigue Somorrostro, entre el espigón del Gas i el muelle de Marina. No hace tantos años este tramo acogía el barrio de barracas del Somorrostro, donde llegaron a vivir hasta 15.000 personas. Y las siguientes brazadas ya son las aguas de la Barceloneta y San Miquel, dos de las más concurridas y frecuentadas por turistas en los 420 metros de largo que tienen cada una. Como las anteriores, disponen de socorristas, duchas, baños públicos o áreas infantiles, con la gran ventaja de que a sus espaldas está el encantador barrio marinero de la ciudad. Merece la pena despedirse de la jornada playera tomando algo en las terrazas de El Pacífico o el Santa Marta.

Cansados de arena y con la caída del sol, el paseo Juan de Borbón invita a ser recorrido hasta el Museu d’Història de Catalunya, quizá con una parada para probar las bravas o los cócteles del restaurante latino FOC. Eso sí, siempre que eso no quite las ganas de adentrarse en la Barceloneta para comer la mítica bomba picante de La Bombeta.

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