Columna

Quién gana con el bloqueo

No parece demasiado aventurado afirmar que la parálisis favorece a las opciones que rentabilizan el descontento y la decepción

El descontento va más allá de lo económicoCARLOS SPOTTORNO

La legislatura ha comenzado bajo el signo del bloqueo, entendiendo por tal la incapacidad para articular mayorías que consigan acordar las grandes reformas pendientes. Desde cuestiones institucionales como la renovación del Consejo General del Poder Judicial hasta debates que permitan superar las fracturas territoriales, pasando por la actualización del modelo económico, aquello que supone poner luces largas parece estar abocado a la parálisis.

Sin embargo, no todo responde a esta lógica. Para entender la situación conviene delimitar bien el perímetro del bloqueo, ya que no está operand...

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La legislatura ha comenzado bajo el signo del bloqueo, entendiendo por tal la incapacidad para articular mayorías que consigan acordar las grandes reformas pendientes. Desde cuestiones institucionales como la renovación del Consejo General del Poder Judicial hasta debates que permitan superar las fracturas territoriales, pasando por la actualización del modelo económico, aquello que supone poner luces largas parece estar abocado a la parálisis.

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Sin embargo, no todo responde a esta lógica. Para entender la situación conviene delimitar bien el perímetro del bloqueo, ya que no está operando en aquellos asuntos en los que hay acuerdo social, como la subida del SMI acordada por sindicatos y empresarios, o en los que existe un claro clamor popular aunque solo sea por el número de beneficiarios, como el incremento del sueldo a los funcionarios y las pensiones. El bloqueo, de momento, se refiere a los asuntos que no son percibidos por la ciudadanía como algo que afecta de forma directa a sus vidas, lo cual no le quita gravedad, pero ayuda a entender mejor su naturaleza.

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Suponiendo que esta parálisis se asentara a lo largo de la legislatura, ¿a quién beneficiaría más? Disponemos ya de datos para dar la respuesta. Para empezar, es evidente que el bloqueo lleva irremediablemente a constatar la incapacidad de la política, arte que por su naturaleza tiene como fin último ser útil a la sociedad. Es, por tanto, una especie de impugnación a su propia razón de ser, un tiro en los pies de la política y de quienes nos representan.

Esto ahonda en la idea de la insatisfacción con la democracia que reflejan tanto estudios internacionales, como específicamente aquí, en España, investigaciones sociológicas y las propias series históricas del CIS, cuyos datos nos dicen que, si bien la confianza en la democracia ha mejorado algo respecto a su peor momento en 2012, todavía no alcanza los niveles previos a la crisis. El descontento va más allá de lo económico.

Si se mira quiénes son los más desafectos y pesimistas en su valoración tanto del presente como del futuro de la política, los datos son elocuentes. Son las personas que eligen votar por opciones de ultraderecha las que muestran mayor decepción. Frustración que en la última campaña electoral, además, se vió agravada por la bronca en Cataluña tras la sentencia del procés, por la percepción del empeoramiento de la situación económica y por la falta de acuerdo entre los partidos conservadores, lo que hizo que aproximadamente medio millón de votantes de Ciudadanos cambiaran su voto y optaran por la papeleta radical.

Vistos los datos, no parece demasiado aventurado afirmar que el bloqueo favorece a aquellas opciones que rentabilizan el descontento y la decepción, que en el ámbito conservador, es principalmente la ultraderecha. Las personas entrevistadas en el reportaje de El País Semanal del pasado domingo lo cuentan de viva voz. Para quien quiera escuchar, claro.

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