Editorial

Una larga travesía

Ucrania debe fortalecerse como Estado de derecho, capaz de considerar a sus minorías como riqueza y no como factor a disolver

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, junto al presidente de Francia, Emmanuel Macron, en su vista a París.IAN LANGSDON

La clase política europea no puede pasar página ante la guerra secesionista en el este de Ucrania y la anexión de Crimea, pero estos conflictos no pueden absorber todas sus fuerzas ni paralizar sus relaciones con Rusia, principal responsable de esos dos focos de desestabilización en el continente. Las conclusiones acordadas por el cuarteto de Normandía (Alemania, Francia, Rusia y Ucrania) en su cita en París recogen medidas humanitarias que, de cumplirse, mejorarían la vida de los civiles a ambos lados del frente de 420 kilómetros entre los separatistas y el resto de Ucrania. En los puntos pol...

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La clase política europea no puede pasar página ante la guerra secesionista en el este de Ucrania y la anexión de Crimea, pero estos conflictos no pueden absorber todas sus fuerzas ni paralizar sus relaciones con Rusia, principal responsable de esos dos focos de desestabilización en el continente. Las conclusiones acordadas por el cuarteto de Normandía (Alemania, Francia, Rusia y Ucrania) en su cita en París recogen medidas humanitarias que, de cumplirse, mejorarían la vida de los civiles a ambos lados del frente de 420 kilómetros entre los separatistas y el resto de Ucrania. En los puntos políticos básicos —control de fronteras con Rusia y organización de elecciones locales— no hubo progreso. Todos deben organizarse para una larga travesía.

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A tenor de la experiencia, Occidente puede esperar cualquier sorpresa de Rusia, pero, a partir de la realidad actual, debe buscar un equilibrio integrador de tres factores como mínimo: la defensa de sus intereses (que implican relaciones diplomáticas, políticas y económicas con Moscú), la responsabilidad por el futuro (que no puede ignorar la evolución de relaciones entre Moscú, Pekín y Washington) y la solidaridad con Ucrania, como pilar básico de la estabilidad continental. Este equilibrio no es para un piloto automático. Requiere una consecuente labor de filigrana en cada tema y ocasión e incluye el arte de hablar claro sin perder la compostura, aunque los rusos se crispen, como hizo el presidente ucranio Volodímir Zelenski en París.

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Mientras dura la travesía, Ucrania debe fortalecerse como Estado de derecho, capaz de considerar a sus minorías como riqueza y no como factor a disolver. Sus dirigentes, aparte de forjar y representar el propio yo colectivo y moderno del país, deberían saber ya que la ayuda y la solidaridad de Occidente existen, pero no de forma incondicional o ilimitada, y que les exigen un continuo esfuerzo de persuasión y superación.

En cuanto a los líderes rusos, cultivan los instrumentos para ejecutar su política neoimperial. Sin ir más lejos, Vladislav Surkov, asesor presidencial sobre el este de Ucrania y miembro de la delegación de Vladímir Putin en las negociaciones de París, se dirigió el sábado a puerta cerrada a más de 500 delegados de la Unión de Voluntarios de Donbás, en Moscú. Ante los variopintos uniformados, muchos de ellos aún en el frente, intervino antes Alexánder Borodái, el presidente de la organización, quien se mostró “convencido” de que la guerra en Donbás “volverá a su fase activa” e instó a los combatientes a estar a punto para defender Rusia y el mundo ruso “en los más diversos confines”. Y sucede que Rusia ve el mundo entero, desde Ucrania y Siria hasta África, como escenario de sus intereses.

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