Una guerra para no vivir en un tonel

Hace 80 años el mundo empezó a recibir la lección de que para vivir en libertad no se puede ser un cínico

Los tanques del régimen nazi cruzan la frontera polaca el 1 de septiembre de 1939.AFP

Entre los virus más peligrosos que han encontrado un caldo de cultivo perfecto en la sociedad global multiconectada se encuentra el cinismo. La letal mezcla de descreimiento y desprecio, envuelto en un atractivo papel de ingenio —en muchos casos apenas gracietas fallidas, todo hay que decirlo—, está viviendo buenos momentos e impregnándolo todo; desde los comentarios en las redes sociales al discurso político. Diógenes ha abandonado su tonel y se ha puesto detrás de un teclado o subido a la tribuna.

El cinismo es estupendo. No requiere el esfuerzo de escuchar, ni de intentar entender ni...

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Entre los virus más peligrosos que han encontrado un caldo de cultivo perfecto en la sociedad global multiconectada se encuentra el cinismo. La letal mezcla de descreimiento y desprecio, envuelto en un atractivo papel de ingenio —en muchos casos apenas gracietas fallidas, todo hay que decirlo—, está viviendo buenos momentos e impregnándolo todo; desde los comentarios en las redes sociales al discurso político. Diógenes ha abandonado su tonel y se ha puesto detrás de un teclado o subido a la tribuna.

El cinismo es estupendo. No requiere el esfuerzo de escuchar, ni de intentar entender ni, eventualmente, comprender. Coloca a quien lo practica por encima de todo y de todos. Con dos palabras despacha a quien lleva años esforzándose en lo que sea: una cantante, un deportista, una científica, un escritor, un empleado de la Administración pública o un mecánico. Aquella no sabe cantar, el otro no corre, la de allí no tiene ni idea, los otros son juntaletras, burócratas y aprietatuercas, respectivamente.

Pero lo cierto es que el cínico no es brillante ni inteligente, sino un vago que se cree superior a los demás. Que, incapaz de perseguir los propios sueños, considera los ajenos una ilusión infantil y que, incapaz de ponerse en marcha, tacha cualquier esfuerzo de malgasto inútil. En el fondo, niega los dos motores que garantizan el progreso de la humanidad.

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Un día como hoy de hace 80 años los polacos luchaban por la supervivencia de su país frente a la maquinaria de guerra más efectiva y mejor engranada del mundo. Fue el primer episodio de una contienda que se prolongaría durante seis años. Una guerra donde el hilo conductor es la muerte de cientos de miles de personas en episodios que pudieran parecer inútiles. Desde la defensa de posiciones claramente perdidas, a la entrega de mensajes en operaciones menores que nunca se llevaron a cabo o el ocultamiento de un vecino en peligro de muerte o incluso de un enemigo malherido. Chispas de esfuerzo y de creencia en un objetivo superior en medio de un panorama donde lo fácil —y hasta obvio— era bajar los brazos, no arriesgar y tratar de buscar el beneficio propio. Las circunstancias de la mayoría de esas muertes jamás se conocerán, pero todos disfrutamos de sus beneficios. Ellas fueron las personas que se negaron a que los demás viviéramos en un tonel.

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