La educación es la palabra mágica

Hay que vestirla de valores: esos que hacen que se respeten las diferencias

Una madre habla con su hija en el salón. GETTY

Ojalá pudiera escalar la cima y sentarme a contemplar todo lo que encierra el universo del conocimiento para discrepar sobre esa palabra mágica que me lleva al límite de mis capacidades. Y es que la educación puede ser mucho más que todo eso que atesoramos durante nuestra existencia: puede ser perversa, insípida, cruel. ¿Acaso no se educó en la desigualdad? ¿No se educó para combatirnos? ¿Acaso no fue la que encarceló el pensamiento libre?

La educación puede ser todo y nada, y es que en ese todo cabe la tolerancia, el respeto y no sobra el placer que nos infunde sentir que rozamos lo hu...

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Ojalá pudiera escalar la cima y sentarme a contemplar todo lo que encierra el universo del conocimiento para discrepar sobre esa palabra mágica que me lleva al límite de mis capacidades. Y es que la educación puede ser mucho más que todo eso que atesoramos durante nuestra existencia: puede ser perversa, insípida, cruel. ¿Acaso no se educó en la desigualdad? ¿No se educó para combatirnos? ¿Acaso no fue la que encarceló el pensamiento libre?

La educación puede ser todo y nada, y es que en ese todo cabe la tolerancia, el respeto y no sobra el placer que nos infunde sentir que rozamos lo humano.

La educación es como una gran bola de fuego con la que nos exponemos a la ceguera. Pero también es el calor que nos une en un círculo perfecto. Conectados confluimos, pero muchas veces sin conciencia. Lo fácil es asumirla, vestirse de ella, lo más difícil y peligroso es cuestionarla. Sin entregarnos del todo, sin atrevernos a desmentirla, seguimos tras lo que aprendimos, muchas veces sin conciencia.

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Y es que la educación podría ser más que ese universo limitado al que reconocemos: podría ser el todo en las relaciones humanas. Más allá de ese mundo de conocimientos y costumbres, de léxicos cargados con el peso de la historia, existen otros universos, esos que centellean como estrellas, que nos guían cuando retamos a quienes con astucia pretenden con la educación coartarnos, derrotarnos sin que por ello tengamos conciencia de haber estado en batalla alguna.

La educación también lleva a cuesta sus muertos, embalsamados en tarros que ocupan su lugar en la estantería del tiempo.

No nos engañemos, tenemos que buscar lo que nunca poseímos: esa palabra mágica “educación”, y vestirla de valores, esos que hacen que se respeten las diferencias, que todo tenga sentido cuando pensamos con libertad.

Esta tribuna es una colaboración de un lector en el marco de la campaña ¿Y tú qué piensas?. EL PAÍS anima a sus lectores a participar en el debate. Algunas tribunas serán seleccionadas por el Defensor del Lector para su publicación.

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