¿Y si Vox fuera un partido friki?
La altisonancia a toda costa de Abascal degrada su proyecto al ridículo y desorientación
Comienza a sospecharse que el ideólogo de Vox pueda ser un mordaz humorista. Y no es cuestión de frivolizar con la xenofobia ni la testosterona que amontona el folclórico-machista partido de Abascal, sino de advertir hasta qué extremo el documento de las 19 medidas —ni 18 ni 20— incorpora argumentos paródicos y estrafalarios, ora cuando reclama la protección de las artesanías, la cultura rural “y etcétera”, ora cuando reivindica la fecha de la reconquista de Granada como símbolo fundacional d...
Comienza a sospecharse que el ideólogo de Vox pueda ser un mordaz humorista. Y no es cuestión de frivolizar con la xenofobia ni la testosterona que amontona el folclórico-machista partido de Abascal, sino de advertir hasta qué extremo el documento de las 19 medidas —ni 18 ni 20— incorpora argumentos paródicos y estrafalarios, ora cuando reclama la protección de las artesanías, la cultura rural “y etcétera”, ora cuando reivindica la fecha de la reconquista de Granada como símbolo fundacional del día de Andalucía: el 2 de enero de 1492.
Más que el día interesa el año. No ya porque Vox acuna el embrión del prodigio imperial a los pies del crucifijo, sino porque demuestra que el partido se arraiga y se reconoce en una insólita regresión lisérgica. Vox es un partido de finales del siglo XV. Por eso recela de las luces y desconoce la existencia de Darwin. Lo demuestra el énfasis confesional de su chantaje al pacto de PP y Ciudadanos. Y la ocurrencia de un “Pin parental” —no es broma— que preserva a los estudiantes de exponerse a la educación sexual, no vayan a quedarse ciegas las criaturas.
Pronto descubriremos que Vox es un partido creacionista. O conoceremos la identidad del cómico que ha urdido el programa político. La propia elucubración de los inmigrantes que deben expulsarse —52.000— responde a la parodia hiperbólica de los ya paródicos líderes populistas. Abascal es un imitador de Salvini en la degradación de las fórmulas alarmistas y xenófobas.
De hecho, la medida vigésima de este inventario tragicómico bien podría haber consistido en exigir la erección de un muro de hormigón en el litoral andaluz como remedio a la invasión de los fieles de Alá. Y que por añadidura lo sufragaran... los mexicanos.
De tanto hacerse altisonante y original, el peligro de Vox radica en convertirse en un partido friki. Discuten los politólogos acerca de su idiosincrasia. ¿Es de ultraderecha? ¿Es nacional-populista? ¿O acaso es fascista? Recelan de las etiquetas Abascal y sus lugartenientes, pero el delirio de las 19 medidas expone a Vox a un problema de seriedad y de cordura. Vox es un partido que se ha instalado en el ridículo. Un sector reaccionario de la prensa homologada pretendía convencernos de la sofisticación política y hasta de su oportunidad programática —la unidad de España, la soberanía, el euroescepticismo, el hartazgo al sistema—, pero Vox corre el peligro de ahuyentar a su precario y confuso electorado. Más todavía si el resultado de este soborno implica sabotear el cambio en Andalucía.