Columna

Paciencia estratégica

El presidente chino Xi Jinping ha regresado al liderazgo autoritario

El presidente de China, Xi Jinping, durante un discurso en Pekín.MARK SCHIEFELBEIN (AFP)

China tiene de nuevo un timonel con personalidad propia. No se sabe todavía si grande, ya se verá, como se denominaba a Mao Zedong, o pequeño, solo por su breve talla, como Deng Xiaoping, puesto que demostró ser el de mayor capacidad transformadora. Xi Jinping, en todo caso, ha regresado al liderazgo autoritario, descartado la dirección colegiada, levantado los límites de mandatos, purgado a disidentes y adversarios y concentrado en sus manos todos los poderes del Estado y el Partido, en...

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China tiene de nuevo un timonel con personalidad propia. No se sabe todavía si grande, ya se verá, como se denominaba a Mao Zedong, o pequeño, solo por su breve talla, como Deng Xiaoping, puesto que demostró ser el de mayor capacidad transformadora. Xi Jinping, en todo caso, ha regresado al liderazgo autoritario, descartado la dirección colegiada, levantado los límites de mandatos, purgado a disidentes y adversarios y concentrado en sus manos todos los poderes del Estado y el Partido, en tantas cuestiones mezclados y confundidos.

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La mayor tarea que le ha sido asignada, casi explícitamente, es la plena restauración de la integridad territorial tal como ha sido imaginada por el nacionalismo chino, del que los comunistas son la rama más poderosa y longeva. Mao fundó la República Popular y controló la enorme extensión continental, con el Tibet reconquistado en 1950, tal como se había configurado con la dinastía Qing en el siglo XVIII, antes de la colonización europea. Deng abrió el país y la economía al mundo y recuperó Macao y Hong Kong bajo el lema “una sola China, dos sistemas”. No pudo recuperar Taiwán, la próspera isla gobernada democráticamente, que se separó del continente y constituyó un Estado independiente como resultado de la misma guerra civil que alumbró la República Popular, aunque señaló en varias ocasiones que era una tarea para la siguiente generación. Pocos años antes de morir, sintetizó su visión en una sola sentencia, que no ofrece muchas dudas sobre la paciencia estratégica china: “Si no podemos reunificar China ahora, lo haremos en un siglo, y si no en un milenio”.

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Xi se siente comprometido por este legado nacionalista, tal como revela su política expansiva en el mar de la China Meridional, donde está blindando una enorme extensión marítima con la construcción de bases militares sobre arrecifes y peñascos. También lo revelan sus palabras: la recuperación de Taiwán “no puede pasar sin resolverse de generación en generación”. Por si hubiera alguna duda sobre el carácter de la disputa, considera que Taiwán “existe porque China era una nación débil y sumida en el caos, pero terminará con el rejuvenecimiento nacional”, la expresión que se ha convertido en el lema de su presidencia.

El solemne discurso en el que Xi ha expresado estas ideas y exhibido la amenaza de la fuerza ante los impulsos independentistas conmemoraba ayer los 40 años del Mensaje a los compatriotas en Taiwán, un documento firmado por el comité permanente del Politburó coincidiendo con el establecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos en 1979. Si aquel fue el momento del deshielo y el final de la tensión bélica en el estrecho de Formosa, la forma que ha adoptado ahora su conmemoración, cuando crece la incertidumbre respecto a las relaciones entre Washington y Pekín, sugiere un eventual retroceso a los tiempos de la Guerra Fría, cuando el régimen anticomunista establecido en la isla y presidido por el dictador Chiang Kaishek era un aliado y una pieza crucial en la política de contención occidental en Asia.

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