Columna

Antes negros que delincuentes

La queja al periodismo por el caso de abusos sexuales en Santa Coloma se produce no por la presencia de la violencia contra la mujer, sino por la ausencia de violencia contra el inmigrante

Concentración contra la violencia en Santa Coloma. EUROPA PRESS

Hace unos días se denunció en Santa Coloma de Gramenet, Barcelona, una agresión sexual. Un grupo de siete jóvenes insultó primero y asaltó después, realizándole tocamientos, a una chica; la joven llamó a su novio, que fue a su encuentro, y allí fue apuñalado por uno de los agresores. Se trata de una noticia impactante con un extraordinario añadido: los detenidos son inmigrantes. Magrebíes, para más señas. ¡Amigo! El delito de la víctima, ni más ni menos. Que trae consigo la monumental sorpresa, entre quienes los quieren echar de España, de que hay inmigrantes que son malas personas. Más parado...

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Hace unos días se denunció en Santa Coloma de Gramenet, Barcelona, una agresión sexual. Un grupo de siete jóvenes insultó primero y asaltó después, realizándole tocamientos, a una chica; la joven llamó a su novio, que fue a su encuentro, y allí fue apuñalado por uno de los agresores. Se trata de una noticia impactante con un extraordinario añadido: los detenidos son inmigrantes. Magrebíes, para más señas. ¡Amigo! El delito de la víctima, ni más ni menos. Que trae consigo la monumental sorpresa, entre quienes los quieren echar de España, de que hay inmigrantes que son malas personas. Más paradojas aún: descubren, los defensores de la raza española, que no sólo la suya delinque.

Con cada noticia de este tipo, al periodismo se le hace una pregunta razonable: por qué unas manadas sí, y otras no, aún obviando los hechos denunciados de una y otra. También se le pregunta al periodismo por qué unas chicas asesinadas sí y otras no, o por qué unos niños desaparecidos sí y otros no. Hay explicaciones para todo y a donde no llegan las explicaciones se produce un sincero encogimiento de hombros: a veces ocurre que la propia sociedad coge las riendas de un suceso y va el periodismo detrás, con la lengua por fuera, a menudo soltando rumores para que la bestia esté saciada.

No es el caso de Santa Coloma, a donde las explicaciones llegan e incluso se escenifican. Allí la queja al periodismo -injusta en cualquier caso: la noticia ha salido en todas partes- se produce no por la violencia contra la mujer, sino por la ausencia de violencia contra el inmigrante. A veces parece que la única manera de que la ultraderecha se crea la denuncia de una chica es que la viole un negro. Pocas satisfacciones más turbias y menos disimuladas que la del señor que sigue defendiendo a La Manada después de la condena y quiere echar fuera de España a todos los inmigrantes por la denuncia contra siete de ellos con un “esto ya lo sabía yo”.

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Este modus operandi se produjo hace días con el caso del juez de Supremo Brett Kavanaugh en Estados Unidos. A la denuncia en el Senado de Christine Blasey Ford de haber sido agredida sexualmente por él se sumaron otros testimonios, uno de ellos mediante carta anónima. Una mujer salió a decir que era la autora de esa carta pero, cuando fue investigada, confesó no haberla escrito: sólo quería hacer daño a Kavanaugh. ¿Resultado? No sólo todas las mujeres mentían contra Kavanaugh: todas las mujeres mentían, sin más.

Hay pocos lugares como la escena de un crimen para encontrar culpables: aparecen hasta donde más los esperas. Quienes, como el líder de Vox cada vez que puede, ponen la nacionalidad del acusado por encima del género de la víctima lo que están haciendo es, a su modo, aprovecharse también de ella. Y cuando el discurso es que los abusos de Santa Coloma no se hubieran cometido de haber sido expulsados los inmigrantes ilegales, lo que se está diciendo es que si un inmigrante viola, la violación sería ilegal. Un disparate parecido al de pretender que el delito sea el origen del agresor y no el sufrido por la víctima, o el de equiparar la publicidad del origen de La Manada con el de los inmigrantes, como si se hubiese producido una ola de indignación contra sevillanos y se hubiese pedido represalias contra ellos. Tales sutilidades se pasan por alto para concentrarse en el problema de verdad, que es el racismo: los quieren menos por inmigrantes que por delincuentes.

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