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Los genes se heredan; el escudo, también

Los genes se heredan; el escudo, también

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Tres generaciones en las gradas. Nada une a las familias como las pasiones compartidas. Los estadios de LaLiga están repletos de nietos, padres y abuelos que viven juntos el amor por los colores de su equipo. Conoce sus historias

  • En la familia de Balbina Lázaro, vitoriana de 83 años, las mujeres no heredan el apellido de sus madres pero sí la pasión por el Alavés. Por debajo de la matriarca han crecido otras tres generaciones de apasionadas por el club albiazul. El culpable de esta devoción, sin embargo, fue un hombre: el marido de Balbina, que arbitraba en las liguillas entre pueblos. "Recorríamos la provincia en bici, mi marido, mi hija y yo", recuerda Balbina, que acabó enganchada al fútbol y al Alavés. Se compró antes el televisor que el frigorífico porque ver los partidos en los bares, los únicos con televisión, era "hacer mucho gasto".   Su hija Inés Diéguez, de 65 años, creció con el fútbol en casa. "Ha sufrido, ha reñido, ha llorado con el equipo", recuerda su madre. Fue Inés quien hace poco tiempo le regaló el carné de socia a su madre para asegurarle un asiento en los partidos. Balbina sigue viajando para ver al club, porque, asegura que, el día que juega el Alavés no le duele nada. En 2017 su nieta Leire Burguera, de 39 años, organizó un viaje para presenciar un Barça-Alavés. "Mi nieta me dijo: 'Abuela no te pongas mala que tenemos que ir'. Y me caigo en febrero y paso cuatro meses sin poder moverme", cuenta. De nuevo el club de sus amores le devolvió la vitalidad. "Finalmente pude ir y no me cansé nada. Perdimos, pero no tuve un día mejor", añade.   Todas acudieron a aquel viaje. Incluida Alaitz Montoya, de 15 años, la más joven del clan y la más entregada: también le gusta jugar al fútbol, aunque su bisabuela no le augura un gran futuro sobre el césped. "Yo le dije que era muy blanda y que lo iba a pasar mal, pero le animo a que siga apoyando al equipo conmigo", finaliza.   En la foto: cuatro generaciones del Alavés: Balbina Lázaro (centro derecha), Inés Diéguez (a su lado), Leire Burguera (de pie a la izquierda) y Alaitz Montoya.
    1Las cuatro del Alavés En la familia de Balbina Lázaro, vitoriana de 83 años, las mujeres no heredan el apellido de sus madres pero sí la pasión por el Alavés. Por debajo de la matriarca han crecido otras tres generaciones de apasionadas por el club albiazul. El culpable de esta devoción, sin embargo, fue un hombre: el marido de Balbina, que arbitraba en las liguillas entre pueblos. "Recorríamos la provincia en bici, mi marido, mi hija y yo", recuerda Balbina, que acabó enganchada al fútbol y al Alavés. Se compró antes el televisor que el frigorífico porque ver los partidos en los bares, los únicos con televisión, era "hacer mucho gasto".

    Su hija Inés Diéguez, de 65 años, creció con el fútbol en casa. "Ha sufrido, ha reñido, ha llorado con el equipo", recuerda su madre. Fue Inés quien hace poco tiempo le regaló el carné de socia a su madre para asegurarle un asiento en los partidos. Balbina sigue viajando para ver al club, porque, asegura que, el día que juega el Alavés no le duele nada. En 2017 su nieta Leire Burguera, de 39 años, organizó un viaje para presenciar un Barça-Alavés. "Mi nieta me dijo: 'Abuela no te pongas mala que tenemos que ir'. Y me caigo en febrero y paso cuatro meses sin poder moverme", cuenta. De nuevo el club de sus amores le devolvió la vitalidad. "Finalmente pude ir y no me cansé nada. Perdimos, pero no tuve un día mejor", añade.

    Todas acudieron a aquel viaje. Incluida Alaitz Montoya, de 15 años, la más joven del clan y la más entregada: también le gusta jugar al fútbol, aunque su bisabuela no le augura un gran futuro sobre el césped. "Yo le dije que era muy blanda y que lo iba a pasar mal, pero le animo a que siga apoyando al equipo conmigo", finaliza.

    En la foto: cuatro generaciones del Alavés: Balbina Lázaro (centro derecha), Inés Diéguez (a su lado), Leire Burguera (de pie a la izquierda) y Alaitz Montoya.
  • Amparo y Paco Orient, padre e hija, no se pierden un solo partido del Valencia. Cuando juega fuera lo ven en la peña de Alfafar, un pueblo del sur de Valencia, o tomando una paella en medio del campo. Al estadio van juntos en moto. Siempre ha sido así menos las dos ocasiones en que Amparo ha estado embarazada, que cogieron un taxi. En aquellos meses, Paco rogaba a su hija que no se alterase durante el partido. “Bromeaba con que, al menos, si se me adelantaba el parto, el Hospital Clínico estaba al lado”, recuerda Amparo, de 38 años.   Paco heredó de su padre la pasión por el conjunto che. “De pequeños, a mi hermano y a mí nos llevaba al campo, entonces el Luis Casanova, en su camión por un camino de acequias”, relata Paco. Ambos, abuelo y madre, han transmitido ese entusiasmo por el equipo naranja a Adriana, de seis años. Aún no la han llevado al estadio. “Es muy pequeña todavía”, pero ya es una auténtica forofa. “Se sienta a mi lado a ver el partido y me hace mil preguntas”, explica. En su casa, Amparo es la futbolera. “Mi marido es más de Fórmula 1”, agrega. Por eso es él quien se queda con Adriana y Marina, de dos años, cada vez que Amparo y Paco salen a animar a su club. “Antes de marcharnos, mi marido y mi hija mayor me dicen: ‘Amunt!, el grito de ánimo al Valencia”, explica. Ahora, añade, lo está aprendiendo a decir la pequeña. “Es mi amuleto de la suerte para ayudar al equipo a ganar los partidos”, finaliza.    En la foto: Amparo, Paco Orient y Adriana Francés (centro).
    2Una paella y un 'amunt'! Amparo y Paco Orient, padre e hija, no se pierden un solo partido del Valencia. Cuando juega fuera lo ven en la peña de Alfafar, un pueblo del sur de Valencia, o tomando una paella en medio del campo. Al estadio van juntos en moto. Siempre ha sido así menos las dos ocasiones en que Amparo ha estado embarazada, que cogieron un taxi. En aquellos meses, Paco rogaba a su hija que no se alterase durante el partido. “Bromeaba con que, al menos, si se me adelantaba el parto, el Hospital Clínico estaba al lado”, recuerda Amparo, de 38 años.

    Paco heredó de su padre la pasión por el conjunto che. “De pequeños, a mi hermano y a mí nos llevaba al campo, entonces el Luis Casanova, en su camión por un camino de acequias”, relata Paco. Ambos, abuelo y madre, han transmitido ese entusiasmo por el equipo naranja a Adriana, de seis años. Aún no la han llevado al estadio. “Es muy pequeña todavía”, pero ya es una auténtica forofa. “Se sienta a mi lado a ver el partido y me hace mil preguntas”, explica. En su casa, Amparo es la futbolera. “Mi marido es más de Fórmula 1”, agrega. Por eso es él quien se queda con Adriana y Marina, de dos años, cada vez que Amparo y Paco salen a animar a su club. “Antes de marcharnos, mi marido y mi hija mayor me dicen: ‘Amunt!, el grito de ánimo al Valencia”, explica. Ahora, añade, lo está aprendiendo a decir la pequeña. “Es mi amuleto de la suerte para ayudar al equipo a ganar los partidos”, finaliza.

    En la foto: Amparo, Paco Orient y Adriana Francés (centro).
  • Jan Nadal, de 13 años, observa cada partido del Girona FC como un experto analista. Se permite criticar tanto la actuación del árbitro como la de los jugadores. “Incluso aporta sus propias acotaciones técnicas”, comenta su abuelo, Joaquim Nadal, de 70 años, que fue alcalde socialista de la ciudad entre 1979 y 2002. Jan va habitualmente al estadio Municipal de Montilivi con su abuelo, su hermano Nil y sus padres. Juntos han compartido grandes momentos en el recinto, como el ascenso del club de sus amores a LaLiga Santander hace dos temporadas. Ahora, antes de emitir su opinión, Jan espera a lo que tenga que decir el VAR.   “Vivimos el ascenso como un movimiento ciudadano”, relata Raimon Nadal, empleado del sector maderero de 42 años, padre de Jan. Lo que antes había sido un club de afición local y minoritaria se convertía en un fenómeno de masas. “Empezamos a ver a gente con la camiseta del Girona por la calle”, recuerda. Sus hijos sienten los colores desde mucho antes: son socios desde que nacieron, periodo que coincide con el ascenso a LaLiga 1|2|3. Ahora también son abonados. Poco se parece este Girona al que Joaquim conoció de pequeño. “Un amigo de la familia nos dejaba un carné para entrar, era en la parte de arriba del antiguo estadio Vistalegre”, rememora. Entonces, con el Girona en Tercera, se vivía de manera diferente. “He visto a un cura, profesor de mi instituto, saltar al campo con la sotana levantada para pegar al árbitro”, añade.    En la foto: Raimon, Jan y Joaquim Nadal en el campo del Girona Fútbol Club.
    3Recuerdos en Montivili Jan Nadal, de 13 años, observa cada partido del Girona FC como un experto analista. Se permite criticar tanto la actuación del árbitro como la de los jugadores. “Incluso aporta sus propias acotaciones técnicas”, comenta su abuelo, Joaquim Nadal, de 70 años, que fue alcalde socialista de la ciudad entre 1979 y 2002. Jan va habitualmente al estadio Municipal de Montilivi con su abuelo, su hermano Nil y sus padres. Juntos han compartido grandes momentos en el recinto, como el ascenso del club de sus amores a LaLiga Santander hace dos temporadas. Ahora, antes de emitir su opinión, Jan espera a lo que tenga que decir el VAR.

    “Vivimos el ascenso como un movimiento ciudadano”, relata Raimon Nadal, empleado del sector maderero de 42 años, padre de Jan. Lo que antes había sido un club de afición local y minoritaria se convertía en un fenómeno de masas. “Empezamos a ver a gente con la camiseta del Girona por la calle”, recuerda. Sus hijos sienten los colores desde mucho antes: son socios desde que nacieron, periodo que coincide con el ascenso a LaLiga 1|2|3. Ahora también son abonados. Poco se parece este Girona al que Joaquim conoció de pequeño. “Un amigo de la familia nos dejaba un carné para entrar, era en la parte de arriba del antiguo estadio Vistalegre”, rememora. Entonces, con el Girona en Tercera, se vivía de manera diferente. “He visto a un cura, profesor de mi instituto, saltar al campo con la sotana levantada para pegar al árbitro”, añade.

    En la foto: Raimon, Jan y Joaquim Nadal en el campo del Girona Fútbol Club.
  • Benita Monzón es la “abuela del Pucela”. Así la conoce la afición del Real Valladolid, el equipo al que anima desde hace seis décadas. A sus 78 años, esta limpiadora jubilada sigue acudiendo al José Zorrilla y viajando por España para animar a los blanquivioletas. Se aficionó cuando se casó, a los 22 años, con Pablo Rodríguez, exoperario de la Renault, que ahora tiene 82 y es el socio 40 del club. “Mi marido me preguntó que si quería ir al campo con él”, explica por teléfono la veterana hincha. En aquella época, finales de los sesenta, eran pocas en las gradas. “Solo éramos una mujer que llevaba a su marido con discapacidad, otras tres y yo, nada que ver con ahora, que está lleno de mujeres”, asegura Benita.   Desde entonces su vida ha corrido paralela al balón. Dos de sus cinco hijos han sido jugadores profesionales, aunque ahora ya están retirados. “Javi jugó con el Numancia. Le llamaban el Monzón, y Pablito, jugó en el promesas del Valladolid", cuenta. Entre sus nietos, Daniella, de 9 años, una de las pequeñas de su hija de Mari Carmen, es la más entusiasta. “Daniella no falla un partido y cuando perdemos, lloramos juntas”, explica la abuela. Ambas brincan y se ponen nerviosas durante los encuentros, pero sin excederse. “Nunca insulto al árbitro porque he tenido hijos futbolistas y quiero respetarlos”, puntualiza Benita, que es presidenta de su peña, La Petaca, que cuenta con 114 socios. “Allí me entretengo, vendo la lotería, apunto a los nuevos socios y les cobro”, concluye Benita, la abuela del Pucela.   En la foto: Benita Monzón (d), la abuela del Pucela, junto a su hija María del Carmen Rodríguez y su nieta Daniella Magaña.
    4Pionera en las gradas Benita Monzón es la “abuela del Pucela”. Así la conoce la afición del Real Valladolid, el equipo al que anima desde hace seis décadas. A sus 78 años, esta limpiadora jubilada sigue acudiendo al José Zorrilla y viajando por España para animar a los blanquivioletas. Se aficionó cuando se casó, a los 22 años, con Pablo Rodríguez, exoperario de la Renault, que ahora tiene 82 y es el socio 40 del club. “Mi marido me preguntó que si quería ir al campo con él”, explica por teléfono la veterana hincha. En aquella época, finales de los sesenta, eran pocas en las gradas. “Solo éramos una mujer que llevaba a su marido con discapacidad, otras tres y yo, nada que ver con ahora, que está lleno de mujeres”, asegura Benita.

    Desde entonces su vida ha corrido paralela al balón. Dos de sus cinco hijos han sido jugadores profesionales, aunque ahora ya están retirados. “Javi jugó con el Numancia. Le llamaban el Monzón, y Pablito, jugó en el promesas del Valladolid", cuenta. Entre sus nietos, Daniella, de 9 años, una de las pequeñas de su hija de Mari Carmen, es la más entusiasta. “Daniella no falla un partido y cuando perdemos, lloramos juntas”, explica la abuela. Ambas brincan y se ponen nerviosas durante los encuentros, pero sin excederse. “Nunca insulto al árbitro porque he tenido hijos futbolistas y quiero respetarlos”, puntualiza Benita, que es presidenta de su peña, La Petaca, que cuenta con 114 socios. “Allí me entretengo, vendo la lotería, apunto a los nuevos socios y les cobro”, concluye Benita, la abuela del Pucela.

    En la foto: Benita Monzón (d), la abuela del Pucela, junto a su hija María del Carmen Rodríguez y su nieta Daniella Magaña.
  • El día que hay partido, Cayetana García llega pronto a casa de su padre, David García, en el barrio sevillano de La Macarena. La muchacha, de 12 años, les azuza a él y a su abuelo Rafael para no demorarse en salir hacia el estadio. “Lo hace porque sabe que yo siempre voy muy justo de tiempo, es muy pesada”, confiesa David. Ya en el Ramón Sánchez-Pizjuán ocupan sus asientos en Preferencia, los tres juntos porque se han hecho con un pack familiar que promociona el Sevilla. “Con esta oferta nos cuesta lo mismo que si solo fuéramos abonados mi padre y yo”, afirma.   Cuando el Sevilla juega fuera, la familia ve el partido en el Colmao, el bar que regenta David. Él siente los colores casi desde que nació. “Mi padre nos llevaba a mí y mis tres hermanos de pequeños al campo”. La pasión de su hija por el club, sin embargo, le pilló por sorpresa. “Nunca le metí el fútbol en vena”, bromea David. Ella mantiene en forma el espíritu sevillista familiar. “El exceso de trabajo y el cansancio me estaban quitando las ganas de seguir yendo al campo”, confiesa el padre. “Es ella la que me motiva”, agrega sobre Cayetana, que nunca pierde el aliento, incluso ante las derrotas más duras. “El día de la final con el Barça, metiéndonos cinco goles a cero, mi padre y yo, callados, contemplábamos a mi hija cantando como loca las canciones y diciéndonos que el resultado daba igual”.    En la foto: Rafael, David y Cayetana García.
    5El entusiasmo de Cayetana El día que hay partido, Cayetana García llega pronto a casa de su padre, David García, en el barrio sevillano de La Macarena. La muchacha, de 12 años, les azuza a él y a su abuelo Rafael para no demorarse en salir hacia el estadio. “Lo hace porque sabe que yo siempre voy muy justo de tiempo, es muy pesada”, confiesa David. Ya en el Ramón Sánchez-Pizjuán ocupan sus asientos en Preferencia, los tres juntos porque se han hecho con un pack familiar que promociona el Sevilla. “Con esta oferta nos cuesta lo mismo que si solo fuéramos abonados mi padre y yo”, afirma.

    Cuando el Sevilla juega fuera, la familia ve el partido en el Colmao, el bar que regenta David. Él siente los colores casi desde que nació. “Mi padre nos llevaba a mí y mis tres hermanos de pequeños al campo”. La pasión de su hija por el club, sin embargo, le pilló por sorpresa. “Nunca le metí el fútbol en vena”, bromea David. Ella mantiene en forma el espíritu sevillista familiar. “El exceso de trabajo y el cansancio me estaban quitando las ganas de seguir yendo al campo”, confiesa el padre. “Es ella la que me motiva”, agrega sobre Cayetana, que nunca pierde el aliento, incluso ante las derrotas más duras. “El día de la final con el Barça, metiéndonos cinco goles a cero, mi padre y yo, callados, contemplábamos a mi hija cantando como loca las canciones y diciéndonos que el resultado daba igual”.

    En la foto: Rafael, David y Cayetana García.
  • En casa de María Jesús Ondarra, bilbaína de 54 años, se vivía un ambiente muy futbolero. Los domingos, ella y su hermano pasaban la mañana en Lezama, donde entrenan todas las categorías y secciones del Athletic Club, y por las tardes iban al partido con sus padres, que nunca fallan a San Mamés. “Es forofa a tope", cuenta María Jesús de su madre, María Jesús Galarza, de 80 años.   María Jesús hija y su marido tampoco fallan a la cita con el Athletic, en un estadio en el que cada vez hay más mujeres. "Es bastante habitual, vienen solas, con amigos, en pandilla", apunta María Jesús. Su hija, Sandra Muro, de 24 años, es una de ellas. "Cuando no voy con mi abuela voy con mi cuadrilla", cuenta. Ella también ha sentido la pasión desde pequeña. Su primer regalo de cumpleaños fue la equipación del Athletic y comparte la afición con sus amigas, con las que ha recorrido España para animar al club. "Deseamos que el partido coincida con un puente para viajar, ver el partido y hacer turismo".   Ahora, que vive en Madrid, echa de menos compartir esos momentos con su familia, especialmente con su 'amama', su abuela. "Ir a San Mamés con ella es un planazo: verla disfrutar, incluso pasarlo mal a veces". Su mayor deseo, por encima de cualquier otro, asegura, es ganar LaLiga Santander para poder ver, con su madre y con su abuela, la gabarra surcando la ría con todos los jugadores a bordo.   En la foto: de derecha a izquierda, nieta, Sandra Muro; hija, María Jesús Ondarra y abuela, María Jesús Galarza, que sujeta orgullosa el 'El mejor equipo del mundo, un libro ilustrado por Tomás Ondarra, su hijo, con 108 anécdotas sobre el club rojiblanco.
    6Ver juntas la gabarra En casa de María Jesús Ondarra, bilbaína de 54 años, se vivía un ambiente muy futbolero. Los domingos, ella y su hermano pasaban la mañana en Lezama, donde entrenan todas las categorías y secciones del Athletic Club, y por las tardes iban al partido con sus padres, que nunca fallan a San Mamés. “Es forofa a tope", cuenta María Jesús de su madre, María Jesús Galarza, de 80 años.

    María Jesús hija y su marido tampoco fallan a la cita con el Athletic, en un estadio en el que cada vez hay más mujeres. "Es bastante habitual, vienen solas, con amigos, en pandilla", apunta María Jesús. Su hija, Sandra Muro, de 24 años, es una de ellas. "Cuando no voy con mi abuela voy con mi cuadrilla", cuenta. Ella también ha sentido la pasión desde pequeña. Su primer regalo de cumpleaños fue la equipación del Athletic y comparte la afición con sus amigas, con las que ha recorrido España para animar al club. "Deseamos que el partido coincida con un puente para viajar, ver el partido y hacer turismo".

    Ahora, que vive en Madrid, echa de menos compartir esos momentos con su familia, especialmente con su 'amama', su abuela. "Ir a San Mamés con ella es un planazo: verla disfrutar, incluso pasarlo mal a veces". Su mayor deseo, por encima de cualquier otro, asegura, es ganar LaLiga Santander para poder ver, con su madre y con su abuela, la gabarra surcando la ría con todos los jugadores a bordo.

    En la foto: de derecha a izquierda, nieta, Sandra Muro; hija, María Jesús Ondarra y abuela, María Jesús Galarza, que sujeta orgullosa el 'El mejor equipo del mundo, un libro ilustrado por Tomás Ondarra, su hijo, con 108 anécdotas sobre el club rojiblanco.
  • Nazario Déniz, administrativo jubilado de 61 años, repite habitualmente a los miembros de su familia que pueden ser del equipo que quieran si primero apoyan al de la tierra, la Unión Deportiva Las Palmas. De pequeño veía los partidos encaramado a las dunas que se formaban junto al estadio Insular, donde el club jugó hasta principios del nuevo siglo. Hace 22 años se abonó.   Nazario; sus dos hijos, Alberto y Ricardo, y su nieto Thiago son abonados y van al nuevo Estadio de Gran Canaria para ver los partidos. El pequeño Thiago, de seis años, lo hizo por primera vez con tres. Su padre y su tío eran un poco más mayores cuando se estrenaron en un encuentro de la Unión Deportiva en la grada. "Tendrían cuatro o cinco años cuando empecé a llevarles, eran muy buenos, se conocían al dedillo todas las banderas, las alineaciones de Primera y de Segunda", recuerda Nazario que ha vivido las grandes derrotas y los brillantes momentos del equipo canario, junto a su familia. "El último ascenso, en la 201415, fue emocionante porque llevábamos casi 15 años sin estar en la máxima categoría", cuenta Nazario.    En la foto: Nazario Déniz Romero (centro) con su hijo Alberto Romero junto a su nieto Thiago y Saimo Coruña, su yerno.
    7Sentimiento amarillo (e insular) Nazario Déniz, administrativo jubilado de 61 años, repite habitualmente a los miembros de su familia que pueden ser del equipo que quieran si primero apoyan al de la tierra, la Unión Deportiva Las Palmas. De pequeño veía los partidos encaramado a las dunas que se formaban junto al estadio Insular, donde el club jugó hasta principios del nuevo siglo. Hace 22 años se abonó.

    Nazario; sus dos hijos, Alberto y Ricardo, y su nieto Thiago son abonados y van al nuevo Estadio de Gran Canaria para ver los partidos. El pequeño Thiago, de seis años, lo hizo por primera vez con tres. Su padre y su tío eran un poco más mayores cuando se estrenaron en un encuentro de la Unión Deportiva en la grada. "Tendrían cuatro o cinco años cuando empecé a llevarles, eran muy buenos, se conocían al dedillo todas las banderas, las alineaciones de Primera y de Segunda", recuerda Nazario que ha vivido las grandes derrotas y los brillantes momentos del equipo canario, junto a su familia. "El último ascenso, en la 2014/15, fue emocionante porque llevábamos casi 15 años sin estar en la máxima categoría", cuenta Nazario.

    En la foto: Nazario Déniz Romero (centro) con su hijo Alberto Romero junto a su nieto Thiago y Saimo Coruña, su yerno.
  • La abuela Dolores Payá es la responsable de que que la familia de Empar Piera sienta pasión por el Levante Unión Deportiva. Esta valenciana del Cabanyal acompañaba al equipo allá donde fuera. “Ella tenía el pase en primera fila, justo frente a la tribuna. Al llegar, desplegaba una toalla con el escudo del club”, relata su nieta Empar, de 53 años, en conversación telefónica. Doloretes, como la conocían sus vecinos, era una mujer inquieta que disfrutaba viendo todo tipo de deportes. “Estaba adelantada a su tiempo”, apunta Empar. Aunque ya no está entre los suyos —falleció a los 84 años en 1989—, dejó su estampa profundamente marcada en el corazón de Empar. Ahora, esta funcionaria del Ayuntamiento de Valencia es la columna vertebral de la familia granota, que siempre, desde los tiempos mozos de Doloretes, ha estado muy ligada al equipo. “De joven, mi padre jugó en uno de los equipos que nutrían a la cantera del Levante”, recuerda.   Desde que tiene uso de razón, Empar ha vivido intensamente los colores. “Nosotros subimos y bajamos de categoría como un ascensor de El Corte Inglés”, confiesa. Hasta ahora ha acudido al estadio Ciutat de València con sus padres y su hija Marina. Todos son socios y abonados, aunque su madre ha dejado de ir y su padre acude con menos frecuencia debido a sus problemas de salud. Cuando van, se sientan en la grada de Orriols, desde la que su padre tiene mejores vistas del campo. Marina promete ser tan aficionada como su bisabuela. La joven, de 21 años, goza de todo lo que tiene ver con el club granota y no se pierde un partido junto a su madre cuando el Levante juega en casa. Su bisabuela, Doloretes, estaría orgullosa.   En la foto: Empar Piera (centro) junto a sus padres, Carlos Piera y Amparo Beltrán, su hija Marina y su sobrino, César Nebot, en el salón de su casa apoyando al Levante Unión Deportiva.
    8De Doloretes a Marina La abuela Dolores Payá es la responsable de que que la familia de Empar Piera sienta pasión por el Levante Unión Deportiva. Esta valenciana del Cabanyal acompañaba al equipo allá donde fuera. “Ella tenía el pase en primera fila, justo frente a la tribuna. Al llegar, desplegaba una toalla con el escudo del club”, relata su nieta Empar, de 53 años, en conversación telefónica. Doloretes, como la conocían sus vecinos, era una mujer inquieta que disfrutaba viendo todo tipo de deportes. “Estaba adelantada a su tiempo”, apunta Empar. Aunque ya no está entre los suyos —falleció a los 84 años en 1989—, dejó su estampa profundamente marcada en el corazón de Empar. Ahora, esta funcionaria del Ayuntamiento de Valencia es la columna vertebral de la familia granota, que siempre, desde los tiempos mozos de Doloretes, ha estado muy ligada al equipo. “De joven, mi padre jugó en uno de los equipos que nutrían a la cantera del Levante”, recuerda.

    Desde que tiene uso de razón, Empar ha vivido intensamente los colores. “Nosotros subimos y bajamos de categoría como un ascensor de El Corte Inglés”, confiesa. Hasta ahora ha acudido al estadio Ciutat de València con sus padres y su hija Marina. Todos son socios y abonados, aunque su madre ha dejado de ir y su padre acude con menos frecuencia debido a sus problemas de salud. Cuando van, se sientan en la grada de Orriols, desde la que su padre tiene mejores vistas del campo. Marina promete ser tan aficionada como su bisabuela. La joven, de 21 años, goza de todo lo que tiene ver con el club granota y no se pierde un partido junto a su madre cuando el Levante juega en casa. Su bisabuela, Doloretes, estaría orgullosa.

    En la foto: Empar Piera (centro) junto a sus padres, Carlos Piera y Amparo Beltrán, su hija Marina y su sobrino, César Nebot, en el salón de su casa apoyando al Levante Unión Deportiva.
  • Abuelo, hijo y nieto se sientan juntos cuando van al Benito Villamarín a ver a su Betis. Los tres se llaman Ricardo Díaz y son socios del club desde que eran niños. “Mi padre desde 1945, cuando tenía siete años, gracias a un tío suyo, porque sus padres no eran muy forofos”, recuerda Ricardo padre, empleado de la Administración Pública, de 51 años.   Cuando nació su hijo, hace 11 años, esperó hasta el 12 de septiembre para sacarle el carné de socio. “Quería que coincidiera con el centenario del club”, apunta. Ellos tres forman parte de una gran familia de hinchas béticos que siempre van juntos a los partidos. También a algunos desplazamientos.   Ricardo, padre, recuerda el primero al que su hijo y unos cuantos de sus sobrinos fueron: un Betis-Levante en el estadio Ciutat de València. “Teníamos miedo de perder y que los niños se llevasen una decepción. Por suerte ganamos gracias a un gol de Rubén Castro”, recuerda el padre, que destaca la importancia del fútbol en las relaciones familiares. “Es un punto común con tu padre o tu hijo, un camino para comunicarte con ellos. Entre goles y alguna bronca te puedes contar la vida. En la adolescencia pueden surgir los problemas, pero ahí está el Betis”, reivindica Ricardo.   En la foto: Abuelo, nieto e hijo, tres Ricardos Díaz en el Benito Villamarín.
    9Tres Ricardos verdiblancos Abuelo, hijo y nieto se sientan juntos cuando van al Benito Villamarín a ver a su Betis. Los tres se llaman Ricardo Díaz y son socios del club desde que eran niños. “Mi padre desde 1945, cuando tenía siete años, gracias a un tío suyo, porque sus padres no eran muy forofos”, recuerda Ricardo padre, empleado de la Administración Pública, de 51 años.

    Cuando nació su hijo, hace 11 años, esperó hasta el 12 de septiembre para sacarle el carné de socio. “Quería que coincidiera con el centenario del club”, apunta. Ellos tres forman parte de una gran familia de hinchas béticos que siempre van juntos a los partidos. También a algunos desplazamientos.

    Ricardo, padre, recuerda el primero al que su hijo y unos cuantos de sus sobrinos fueron: un Betis-Levante en el estadio Ciutat de València. “Teníamos miedo de perder y que los niños se llevasen una decepción. Por suerte ganamos gracias a un gol de Rubén Castro”, recuerda el padre, que destaca la importancia del fútbol en las relaciones familiares. “Es un punto común con tu padre o tu hijo, un camino para comunicarte con ellos. Entre goles y alguna bronca te puedes contar la vida. En la adolescencia pueden surgir los problemas, pero ahí está el Betis”, reivindica Ricardo.

    En la foto: Abuelo, nieto e hijo, tres Ricardos Díaz en el Benito Villamarín.
  • Natalia Mejías, madrileña de 37 años, se aficionó al Real Madrid cuando entraba en la adolescencia. En aquella época empezó a ver los partidos con su padre, Enrique Mejías, pastelero jubilado de 65 años. Con esa ocupación, no podían animar a otra formación que no fuera la merengue. En casa eran los únicos futboleros. "Mi padre el que más, y después yo", sentencia Natalia. Ella creció en el barrio de Prosperidad, muy cerca del Santiago Bernabéu, donde las tardes de partido se entretenía con un helado viendo a los futbolistas entrar en el campo. "Llegaban en sus coches y se bajaban a hablar con quien estuviera por allí", recuerda esta profesora, que trabaja como asesora pedagógica en una editorial. "Entonces eran más cercanos porque no había teléfonos móviles y no les pedían tantas fotos".   Natalia entró por primera vez en el campo con 13 años. Es la única de los tres hermanos que vive los colores con emoción y eso que su hermana pequeña lleva la pasión merengue en el nombre: se llama Cibeles. "A finales de los ochenta el Madrid empezó a celebrar las victorias en la fuente, así que se lo propuse a mi mujer y ella, que es muy moderna, aceptó", recuerda Enrique, que sazona la historia con una anécdota. "Cuando llegué al registro me dijeron: '¿Cibeles? Será La Cibeles, ¿no?'. 'Y dije: '¿A usted la bautizarían La Juana?", relata entre risas.   Desde que está jubilado, el abuelo se encarga de llevar a su nieto Sergio, de 14 años, a los partidos que juega cada sábado. Al joven no se le da mal, lo convocan, de centrocampista, para todos los partidos. A Sergio le gustaría ser jugador profesional. A Natalia, su madre, no tanto. "Sergio tiene que estudiar, eso es lo principal. Se ha dado cuenta de que no puede ser futbolista". Él, en realidad, es más optimista: "A ver, futbolista puedo ser, pero ganar el Balón de Oro lo veo más complicado".    En la foto: tres generaciones del Madrid: Enrique Mejías, el abuelo, Natalia Mejías, la hija y Sergio Calero, el nieto, en la Plaza de Cibeles.
    10Un ¡Hala Madrid! a tres voces Natalia Mejías, madrileña de 37 años, se aficionó al Real Madrid cuando entraba en la adolescencia. En aquella época empezó a ver los partidos con su padre, Enrique Mejías, pastelero jubilado de 65 años. Con esa ocupación, no podían animar a otra formación que no fuera la merengue. En casa eran los únicos futboleros. "Mi padre el que más, y después yo", sentencia Natalia. Ella creció en el barrio de Prosperidad, muy cerca del Santiago Bernabéu, donde las tardes de partido se entretenía con un helado viendo a los futbolistas entrar en el campo. "Llegaban en sus coches y se bajaban a hablar con quien estuviera por allí", recuerda esta profesora, que trabaja como asesora pedagógica en una editorial. "Entonces eran más cercanos porque no había teléfonos móviles y no les pedían tantas fotos".

    Natalia entró por primera vez en el campo con 13 años. Es la única de los tres hermanos que vive los colores con emoción y eso que su hermana pequeña lleva la pasión merengue en el nombre: se llama Cibeles. "A finales de los ochenta el Madrid empezó a celebrar las victorias en la fuente, así que se lo propuse a mi mujer y ella, que es muy moderna, aceptó", recuerda Enrique, que sazona la historia con una anécdota. "Cuando llegué al registro me dijeron: '¿Cibeles? Será La Cibeles, ¿no?'. 'Y dije: '¿A usted la bautizarían La Juana?", relata entre risas.

    Desde que está jubilado, el abuelo se encarga de llevar a su nieto Sergio, de 14 años, a los partidos que juega cada sábado. Al joven no se le da mal, lo convocan, de centrocampista, para todos los partidos. A Sergio le gustaría ser jugador profesional. A Natalia, su madre, no tanto. "Sergio tiene que estudiar, eso es lo principal. Se ha dado cuenta de que no puede ser futbolista". Él, en realidad, es más optimista: "A ver, futbolista puedo ser, pero ganar el Balón de Oro lo veo más complicado".

    En la foto: tres generaciones del Madrid: Enrique Mejías, el abuelo, Natalia Mejías, la hija y Sergio Calero, el nieto, en la Plaza de Cibeles.
  • Cada visita a Ipurua es una gran celebración para Ibai Porto, acabe como acabe el partido. Le viene de familia. Su abuelo, Mikel Porto, de 68 años, empleado de banca jubilado, es vicepresidente y fundador de la federación de peñas del Eibar.   Mikel es el patriarca de una estirpe de armeros que nació con él. "Mis padres no eran muy futboleros, adquirí la pasión en la calle, jugando al fútbol con dos jerséis para indicar las porterías", revive. Su hijo Gaizka, de 41, le ha acompañado al campo y a los viajes para ver los partidos de fuera muchas veces. "Recuerdo una ocasión especialmente, cuando era muy pequeño y jugábamos en Preferente, que todo el pueblo viajamos a San Sebastián y, literalmente, tomamos la ciudad.   Gaizka e Ibai viven en Portugalete, a 60 kilómetros de Eibar, donde reside Mikel. Ya no van a todos los encuentros, pero todos están muy felices de ver a su equipo en LaLiga Santander. "Cuando ascendimos a Segunda, en Durango, fue increíble. Estuvimos 18 años seguidos ahí. Ahora vamos a estar como mínimo otros 18 en la máxima categoría, aunque no sé si lo veré yo", concluye nostálgico.    En la foto: Gaizka, Mikel e Ibai Porto en un partido del Eibar en Getafe. Captura de un vídeo de Gol TV.
    11El patriarca armero Cada visita a Ipurua es una gran celebración para Ibai Porto, acabe como acabe el partido. Le viene de familia. Su abuelo, Mikel Porto, de 68 años, empleado de banca jubilado, es vicepresidente y fundador de la federación de peñas del Eibar.

    Mikel es el patriarca de una estirpe de armeros que nació con él. "Mis padres no eran muy futboleros, adquirí la pasión en la calle, jugando al fútbol con dos jerséis para indicar las porterías", revive. Su hijo Gaizka, de 41, le ha acompañado al campo y a los viajes para ver los partidos de fuera muchas veces. "Recuerdo una ocasión especialmente, cuando era muy pequeño y jugábamos en Preferente, que todo el pueblo viajamos a San Sebastián y, literalmente, tomamos la ciudad.

    Gaizka e Ibai viven en Portugalete, a 60 kilómetros de Eibar, donde reside Mikel. Ya no van a todos los encuentros, pero todos están muy felices de ver a su equipo en LaLiga Santander. "Cuando ascendimos a Segunda, en Durango, fue increíble. Estuvimos 18 años seguidos ahí. Ahora vamos a estar como mínimo otros 18 en la máxima categoría, aunque no sé si lo veré yo", concluye nostálgico.

    En la foto: Gaizka, Mikel e Ibai Porto en un partido del Eibar en Getafe. Captura de un vídeo de Gol TV.
  • Joaquín Fernández y los suyos miran el calendario futbolístico primero antes de programar cualquier evento familiar, para que no coincida con ningún partido del Atlético de Madrid. “En alguna ocasión, sin embargo, con la boda de algún primo, hemos tenido que claudicar”, cuenta este madrileño de 43 años, miembro de una larga estirpe colchonera.   “Mi bisabuelo ya era socio, mi abuelo, mi padre, mis hermanos y mis hijos también”, apunta Joaquín, que es dueño del restaurante Palacio Criollo en la localidad madrileña de Rivas Vaciamadrid. En su mesón sirve carnes nacionales y argentinas y acoge reuniones de peñas atléticas y alguna del Rayo Vallecano. “Las del Real Madrid y todas las demás, también son bienvenidas”, apostilla.   El local sirve para reuniones familiares donde no faltan su padre, Carlos; sus hermanos, Carlos y José María; ni sus hijos, Rubén y Lucía, de 14 y 8 años, respectivamente. “Ellos lo han tenido todo con los colores del Atleti: del chupete al pijama", cuenta Joaquín. Incluso conserva los asientos que él y su familia ocupaban en el Vicente Calderón, el anterior estadio del club. “Para mí son trozos de historia, como el que tiene un fragmento del muro de Berlín”.   En la foto: de izquierda a derecha, de pie, Carlos Fernández hermano de Joaquín Fernández, situado a continuación; Carlos Fernández, su padre; María Victoria García, su madre; María Acicolla, su ahijada en brazos de Carlos Acicolla, su cuñado. Sentados, Lucia Fernández y Ruben Fernández, hijos de Joaquín.
    12Solomillo 100% atlético Joaquín Fernández y los suyos miran el calendario futbolístico primero antes de programar cualquier evento familiar, para que no coincida con ningún partido del Atlético de Madrid. “En alguna ocasión, sin embargo, con la boda de algún primo, hemos tenido que claudicar”, cuenta este madrileño de 43 años, miembro de una larga estirpe colchonera.

    “Mi bisabuelo ya era socio, mi abuelo, mi padre, mis hermanos y mis hijos también”, apunta Joaquín, que es dueño del restaurante Palacio Criollo en la localidad madrileña de Rivas Vaciamadrid. En su mesón sirve carnes nacionales y argentinas y acoge reuniones de peñas atléticas y alguna del Rayo Vallecano. “Las del Real Madrid y todas las demás, también son bienvenidas”, apostilla.

    El local sirve para reuniones familiares donde no faltan su padre, Carlos; sus hermanos, Carlos y José María; ni sus hijos, Rubén y Lucía, de 14 y 8 años, respectivamente. “Ellos lo han tenido todo con los colores del Atleti: del chupete al pijama", cuenta Joaquín. Incluso conserva los asientos que él y su familia ocupaban en el Vicente Calderón, el anterior estadio del club. “Para mí son trozos de historia, como el que tiene un fragmento del muro de Berlín”.

    En la foto: de izquierda a derecha, de pie, Carlos Fernández hermano de Joaquín Fernández, situado a continuación; Carlos Fernández, su padre; María Victoria García, su madre; María Acicolla, su ahijada en brazos de Carlos Acicolla, su cuñado. Sentados, Lucia Fernández y Ruben Fernández, hijos de Joaquín.
    EL PAÍS
  • María López se aficionó al Celta de Vigo en una buena época para el equipo gallego. “Era el momento de Mostovoi, Karpin, Gustavo López”, recuerda esta viguesa de 39 años. Se refiere al cambio de siglo, cuando el club entró en una racha tan buena como la que vivió durante la década de los años sesenta. La nieta revivía la ilusión que sus abuelos sintieron en aquel tiempo. Especialmente Dinha Hermida, de 86 años, una de las seguidoras más veteranas del Celta, que empezó a ir por su marido. “Comenzó y no paró, es de las que más ha viajado con el equipo”, apunta Paz Vidal, de 58 años, hija de Dinha y madre de María. Ellas forman la tríada generacional devota del equipo céltico, a la que ahora se suman Pablo y Óscar. La cuarta generación.   A los bisnietos de Dinha, de 11 y 10 años, lo que más les gusta son los cánticos que escuchan cada vez que acuden a Balaídos con toda su familia. “Se los saben todos y adaptan las letras con mucha imaginación”, explica su madre. Ambos juegan en equipos infantiles, aunque María ve difícil que se dediquen profesionalmente a ello. “Hay muchos chicos jugando al fútbol y muy pocos jugadores en equipos profesionales”, comenta. La abuela Paz les regala la equipación del Celta y su bisabuela acude a verlos a veces, cuando su salud le da un respiro. Aunque cuando se trata del fútbol y especialmente del "Celtiña", como lo llama, no hay dolor. “Ella siempre comenta que sus pastillas son el Celta”, recuerda su nieta.    En la foto: Dinha Hermida (centro), en medio de sus bisnietos, Pablo y Óscar Vázquez; detrás, Paz Vidal, la abuela (derecha) y María López, la madre.
    13Su medicina es el 'Celtiña' María López se aficionó al Celta de Vigo en una buena época para el equipo gallego. “Era el momento de Mostovoi, Karpin, Gustavo López”, recuerda esta viguesa de 39 años. Se refiere al cambio de siglo, cuando el club entró en una racha tan buena como la que vivió durante la década de los años sesenta. La nieta revivía la ilusión que sus abuelos sintieron en aquel tiempo. Especialmente Dinha Hermida, de 86 años, una de las seguidoras más veteranas del Celta, que empezó a ir por su marido. “Comenzó y no paró, es de las que más ha viajado con el equipo”, apunta Paz Vidal, de 58 años, hija de Dinha y madre de María. Ellas forman la tríada generacional devota del equipo céltico, a la que ahora se suman Pablo y Óscar. La cuarta generación.

    A los bisnietos de Dinha, de 11 y 10 años, lo que más les gusta son los cánticos que escuchan cada vez que acuden a Balaídos con toda su familia. “Se los saben todos y adaptan las letras con mucha imaginación”, explica su madre. Ambos juegan en equipos infantiles, aunque María ve difícil que se dediquen profesionalmente a ello. “Hay muchos chicos jugando al fútbol y muy pocos jugadores en equipos profesionales”, comenta. La abuela Paz les regala la equipación del Celta y su bisabuela acude a verlos a veces, cuando su salud le da un respiro. Aunque cuando se trata del fútbol y especialmente del "Celtiña", como lo llama, no hay dolor. “Ella siempre comenta que sus pastillas son el Celta”, recuerda su nieta.

    En la foto: Dinha Hermida (centro), en medio de sus bisnietos, Pablo y Óscar Vázquez; detrás, Paz Vidal, la abuela (derecha) y María López, la madre.
  • Javier Corazón conoció a Irene Álvarez, su pareja, durante un partido del Rayo Vallecano en Benidorm. Justo en el que ganaron el ascenso a LaLiga 1|2|3, en 2008. "Lo nuestro ha sido una carrera fulgurante, a la semana estábamos viviendo juntos, a los tres meses nos compramos un coche y a los seis nos quedamos embarazados", recuerda Javier, de 43 años, profesor de Historia en un instituto de la zona.   El hecho de conocerse en un partido del equipo vallecano no fue casualidad. Aunque Javier se había criado en el barrio de Hortaleza, solía reunirse con sus amigos en Vallecas. "Siempre he sido un enamorado de este lugar", asegura. Poco tardó en empezar a frecuentar el campo. A Irene, sin embargo, le viene de familia. Su abuelo y su padre, Luis Álvarez, de 60, son del club de toda la vida.   Luis es el socio 49. "Aunque mi padre me llevaba mucho al campo, no nos hicimos abonados hasta que cumplí ocho años", recuerda el veterano miembro del club. Gane o pierda, Luis se mantiene fiel a sus colores. "Mi madre se quedaba en casa cocinando el domingo por la mañana cuando íbamos de partido mi padre, mi hermano y yo. Ella se ponía la radio para escuchar el resultado porque si perdíamos, paraba de cocinar a sabiendas de que ese día no íbamos a tener apetito ninguno", relata este trabajador del Servicio Madrileño de Salud. La humildad y pasión que, asegura, rezuman los rayistas se la ha transmitido a sus tres nietos, dos de ellos hijos de Irene y Javier. "Antes de nacer ya eran socios", apostilla y añade que se siente muy feliz de que su yerno sea tan forofo como él.    En la foto: Luis Álvarez (en el centro con gorra roja), junto a su hermano Juan Carlos (i), su hijo Roberto (d). Javier Corazón arriba a la derecha e Irene Álvarez, pareja de Javier, junto a sus hijos Alba y Héctor, durante una celebración en Vallecas.
    14Suegro y yerno rayistas Javier Corazón conoció a Irene Álvarez, su pareja, durante un partido del Rayo Vallecano en Benidorm. Justo en el que ganaron el ascenso a LaLiga 1|2|3, en 2008. "Lo nuestro ha sido una carrera fulgurante, a la semana estábamos viviendo juntos, a los tres meses nos compramos un coche y a los seis nos quedamos embarazados", recuerda Javier, de 43 años, profesor de Historia en un instituto de la zona.

    El hecho de conocerse en un partido del equipo vallecano no fue casualidad. Aunque Javier se había criado en el barrio de Hortaleza, solía reunirse con sus amigos en Vallecas. "Siempre he sido un enamorado de este lugar", asegura. Poco tardó en empezar a frecuentar el campo. A Irene, sin embargo, le viene de familia. Su abuelo y su padre, Luis Álvarez, de 60, son del club de toda la vida.

    Luis es el socio 49. "Aunque mi padre me llevaba mucho al campo, no nos hicimos abonados hasta que cumplí ocho años", recuerda el veterano miembro del club. Gane o pierda, Luis se mantiene fiel a sus colores. "Mi madre se quedaba en casa cocinando el domingo por la mañana cuando íbamos de partido mi padre, mi hermano y yo. Ella se ponía la radio para escuchar el resultado porque si perdíamos, paraba de cocinar a sabiendas de que ese día no íbamos a tener apetito ninguno", relata este trabajador del Servicio Madrileño de Salud. La humildad y pasión que, asegura, rezuman los rayistas se la ha transmitido a sus tres nietos, dos de ellos hijos de Irene y Javier. "Antes de nacer ya eran socios", apostilla y añade que se siente muy feliz de que su yerno sea tan forofo como él.

    En la foto: Luis Álvarez (en el centro con gorra roja), junto a su hermano Juan Carlos (i), su hijo Roberto (d). Javier Corazón arriba a la derecha e Irene Álvarez, pareja de Javier, junto a sus hijos Alba y Héctor, durante una celebración en Vallecas.
  • Jordi Fontanet, ingeniero de 58 años, nació en Lleida pero siempre ha sido del Fútbol Club Barcelona. Como su padre, Francesc, de 91 años. “Éramos muy seguidores, pero como no vivíamos en Barcelona no podíamos ir a los partidos”, recuerda Jordi. Pero encontraron una solución que añadía al fútbol, otros alicientes. Abuelo, nieto e hijo se reúnen en ocasiones para ver unos cuantos partidos en casa o en la Penya Gastronómica del Barça, que aúna tres importantes valores para Jordi: los amigos, la gastronomía y el club.   “Para los partidos importantes nos juntamos en un buen restaurante con un buen chef”, explica Jordi sobre las reuniones de esta peña, que cuenta con más de 300 miembros. Antes del comienzo del partido toman el primer plato, durante el descanso, el segundo. Y al acabar, los postres. “La única desventaja es que corres el riesgo de que un mal resultado te amargue el dulce. A veces tienes delante unos pasteles con una pinta impresionante, pero ya no te apetecen”, concluye Jordi.    En la foto: Jordi, Francesc y Marc Fontanet sosteniendo una bandera de la Penya Gastronómica del Barça.
    15Festines azulgranas Jordi Fontanet, ingeniero de 58 años, nació en Lleida pero siempre ha sido del Fútbol Club Barcelona. Como su padre, Francesc, de 91 años. “Éramos muy seguidores, pero como no vivíamos en Barcelona no podíamos ir a los partidos”, recuerda Jordi. Pero encontraron una solución que añadía al fútbol, otros alicientes. Abuelo, nieto e hijo se reúnen en ocasiones para ver unos cuantos partidos en casa o en la Penya Gastronómica del Barça, que aúna tres importantes valores para Jordi: los amigos, la gastronomía y el club.

    “Para los partidos importantes nos juntamos en un buen restaurante con un buen chef”, explica Jordi sobre las reuniones de esta peña, que cuenta con más de 300 miembros. Antes del comienzo del partido toman el primer plato, durante el descanso, el segundo. Y al acabar, los postres. “La única desventaja es que corres el riesgo de que un mal resultado te amargue el dulce. A veces tienes delante unos pasteles con una pinta impresionante, pero ya no te apetecen”, concluye Jordi.

    En la foto: Jordi, Francesc y Marc Fontanet sosteniendo una bandera de la Penya Gastronómica del Barça.
  • Ramón Barandiaran y Karmele Aguirre incluyeron el fútbol entre sus planes de fin de semana desde que empezaron a salir. El hecho de que esa chica fuera entusiasta de la Real Sociedad en un momento en el que no se veían muchas mujeres en Anoeta fascinaba a Ramón. “Le parecía la repanocha”, recuerda ahora Karmele, gestora administrativa de 53 años.   Ella proviene de una familia con tradición realista. Su madre, Arancha Arzalluz, de 79 años, también disfruta con la Real, un equipo que siempre ha tenido cerca, incluso físicamente. Durante décadas, los jugadores del club solían ir a su restaurante, el Urola, a comer antes de coger el avión para un desplazamiento. “Mi madre les abría el comedor antes, para ella eran sus niños”, cuenta Karmele. Pablo y Aitor, los hijos de Karmele y Ramón, han heredado esa pasión por la Real. “Empezamos a llevarlos con tres añitos y los hicimos socios a los cinco”, comenta Ramón. Ahora tienen 17 y 15 años, respectivamente, y el armario lleno de camisetas del club, una por cada temporada que han vivido junto a sus padres con los que, por ahora, van a seguir viendo los partidos. “Con la remodelación de Anoeta, tenían la oportunidad de recolocarse con sus amigos, pero han decidido quedarse con nosotros”, concluye Ramón, abogado de 50 años.   En la foto: de izquierda a derecha, Ramón Barandiaran, Pablo Barandiaran, Arantxa Arzalluz, Aitor Barandiaran y Karmele Aguirre.
    16Todos juntos en Anoeta Ramón Barandiaran y Karmele Aguirre incluyeron el fútbol entre sus planes de fin de semana desde que empezaron a salir. El hecho de que esa chica fuera entusiasta de la Real Sociedad en un momento en el que no se veían muchas mujeres en Anoeta fascinaba a Ramón. “Le parecía la repanocha”, recuerda ahora Karmele, gestora administrativa de 53 años.

    Ella proviene de una familia con tradición realista. Su madre, Arancha Arzalluz, de 79 años, también disfruta con la Real, un equipo que siempre ha tenido cerca, incluso físicamente. Durante décadas, los jugadores del club solían ir a su restaurante, el Urola, a comer antes de coger el avión para un desplazamiento. “Mi madre les abría el comedor antes, para ella eran sus niños”, cuenta Karmele. Pablo y Aitor, los hijos de Karmele y Ramón, han heredado esa pasión por la Real. “Empezamos a llevarlos con tres añitos y los hicimos socios a los cinco”, comenta Ramón. Ahora tienen 17 y 15 años, respectivamente, y el armario lleno de camisetas del club, una por cada temporada que han vivido junto a sus padres con los que, por ahora, van a seguir viendo los partidos. “Con la remodelación de Anoeta, tenían la oportunidad de recolocarse con sus amigos, pero han decidido quedarse con nosotros”, concluye Ramón, abogado de 50 años.

    En la foto: de izquierda a derecha, Ramón Barandiaran, Pablo Barandiaran, Arantxa Arzalluz, Aitor Barandiaran y Karmele Aguirre.
  • El Espanyol es un equipo querido y cercano para José Vilaseca, que se crio a escasos metros del antiguo campo de Sarriá, donde el equipo jugó hasta 1997. “Estaba tan tranquilo estudiando en casa y escuchaba los goles sin necesidad de poner la radio”, recuerda. Para él y sus padres, ir al campo suponía cruzar la calle.   Cuando creció se apuntó a la peña juvenil, en la que estaban varios compañeros del instituto. “Llevábamos banderas que habíamos encargado a un sastre”, recuerda. Ahora José va con sus cinco hijos a los partidos cuando andan por Barcelona, porque desde hace tres trabaja como delegado territorial de la ONCE en Palma de Mallorca. Los cinco son muy futboleros, asegura José, pero María la que más. Desde niños, José trataba de que tuvieran la equipación del equipo. “En ocasiones he tenido que comprar las cinco, aunque a veces las heredan, imagínate el gasto, si no", comenta entre risas. José se esfuerza por que los niños vivan el Espanyol con ilusión. “Además de llevarlos al campo intento que conozcan a los jugadores. En una ocasión uno de mis hijos le hizo un dibujo a Tamudo y después nos contaron que lo tenía colgado en su casa”.   En la foto: José Vilaseca con cuatro de sus cinco hijos durante un partido.
    17El clan perico El Espanyol es un equipo querido y cercano para José Vilaseca, que se crio a escasos metros del antiguo campo de Sarriá, donde el equipo jugó hasta 1997. “Estaba tan tranquilo estudiando en casa y escuchaba los goles sin necesidad de poner la radio”, recuerda. Para él y sus padres, ir al campo suponía cruzar la calle.

    Cuando creció se apuntó a la peña juvenil, en la que estaban varios compañeros del instituto. “Llevábamos banderas que habíamos encargado a un sastre”, recuerda. Ahora José va con sus cinco hijos a los partidos cuando andan por Barcelona, porque desde hace tres trabaja como delegado territorial de la ONCE en Palma de Mallorca. Los cinco son muy futboleros, asegura José, pero María la que más. Desde niños, José trataba de que tuvieran la equipación del equipo. “En ocasiones he tenido que comprar las cinco, aunque a veces las heredan, imagínate el gasto, si no", comenta entre risas. José se esfuerza por que los niños vivan el Espanyol con ilusión. “Además de llevarlos al campo intento que conozcan a los jugadores. En una ocasión uno de mis hijos le hizo un dibujo a Tamudo y después nos contaron que lo tenía colgado en su casa”.

    En la foto: José Vilaseca con cuatro de sus cinco hijos durante un partido.