Columna

El baño de masas de Salvini

La extrema derecha europea lleva años buscando un relato y está consiguiendo armarlo alrededor de la xenofobia, el populismo y el antieuropeísmo

El ministro de Interior de Italia, Matteo Salvini.Ronald Zak (AP)

Hace dos semanas, Matteo Salvini fue aclamado en la ciudad italiana de Viterbo como una estrella del rock. Con la camisa blanca empapada de sudor, el ministro italiano de Interior recorrió las calles mientras centenares de mujeres, hombres y niños se desgañitaban coreando su nombre. El fervor de la masa era una bofetada a las democracias liberales europeas. Salvini ha pedido hacer un registro de todos los gitanos para expulsar a los que no hayan nacido en Italia; denigra a diario a los inmigrantes y chantajea a la Unión Europea. La imagen de éxito político de su paseo triunfal por la villa cen...

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Hace dos semanas, Matteo Salvini fue aclamado en la ciudad italiana de Viterbo como una estrella del rock. Con la camisa blanca empapada de sudor, el ministro italiano de Interior recorrió las calles mientras centenares de mujeres, hombres y niños se desgañitaban coreando su nombre. El fervor de la masa era una bofetada a las democracias liberales europeas. Salvini ha pedido hacer un registro de todos los gitanos para expulsar a los que no hayan nacido en Italia; denigra a diario a los inmigrantes y chantajea a la Unión Europea. La imagen de éxito político de su paseo triunfal por la villa centroitaliana está respaldada por las encuestas: a su partido ultra, la Liga, se le atribuye hoy más de un 30% de intención de voto. “La piel de gallina. Gracias, Viterbo, estos son los sondeos que prefiero”, escribió en Twitter el político.

La extrema derecha europea lleva años buscando un relato y está consiguiendo armarlo alrededor de la xenofobia, el populismo y el antieuropeísmo. Son partidos diversos, con posiciones que van desde el ultranacionalismo al neonazismo. Gobiernan en Italia, Hungría y Polonia, y condicionan la agenda política de una docena de países de la Unión. De momento no existe una internacional ultraderechista, aunque llevan tiempo escenificando su buena sintonía. Salvini compartió durante años mítines con Marine Le Pen. Este verano se unió al Grupo de Visegrado, integrado por Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia.

Y con este telón de fondo irrumpe en la escena europea Steve Bannon, el exasesor de Donald Trump que hoy no tiene quien le quiera en la Casa Blanca. Un personaje controvertido, obsesionado con “fomentar una revolución contra la élite”. Ha creado en Bruselas la fundación The Movement para recaudar fondos y encarrilar la propaganda de cara a las elecciones al Parlamento Europeo de 2019. El objetivo: ganar la mayor representación posible dentro de las instituciones para erosionarlas.

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La influencia de Bannon tendrá un recorrido limitado, dicen quienes siguen sus pasos. Pero no hay que subestimarlo, ni tampoco a una ultraderecha que sabe hablarle a distintos segmentos de la población. Unos partidos canalizan la rabia de los desheredados, pero otros seducen al tradicionalismo. En Holanda, el líder del Foro para la Democracia, Thierry Baudet, toca el piano y habla latín. En Francia, la sobrina de Le Pen, Marion Maréchal, acaba de inaugurar su propia escuela de ciencias económicas y sociales para “formar a futuros cuadros del sector público y privado”, con profesores que han militado en formaciones neofascistas.

El Parlamento Europeo ha mostrado los dientes esta semana al votar contra Viktor Orbán. Con unos rotundos 448 votos a favor, 197 en contra y 48 abstenciones (entre ellas, las del grueso del PP español) la Eurocámara ha dado un primer paso para activar el proceso sancionador a Budapest por amenazar el Estado de derecho. Es la primera refriega de una batalla que culminará el próximo mayo en las urnas.

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