Líneas en la arena

Asistimos a la extraña europeización de un antieuropeísmo que ha cambiado la lucha ideológica por la sacralización del territorio y la identidad

Matteo Salvini y Viktor Orbán el pasado 28 de agosto en Milán.Emanuele Cremaschi (Getty Images)

Vivimos un tiempo triste, un tiempo de profetas oportunistas y megalómanos de estilo grandilocuente que enaltecen sin vergüenza alguna un supremacismo blanco que creíamos guardado, oliendo a naftalina. Es en este contexto en el que tuvo lugar la última reunión de los jerifaltes del Ku Klux Klan europeo, Orbán y Salvini, su “compañero de destino”. Los nuevos y esperpénticos héroes nacionales abogaron por un frente europeo antinmigración. Sí, han leído bien: ellos, que reivindican las viejas naciones y salivan al proclamar el cierre de fronteras, sienten la necesidad de buscar acuerdos europeos....

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Vivimos un tiempo triste, un tiempo de profetas oportunistas y megalómanos de estilo grandilocuente que enaltecen sin vergüenza alguna un supremacismo blanco que creíamos guardado, oliendo a naftalina. Es en este contexto en el que tuvo lugar la última reunión de los jerifaltes del Ku Klux Klan europeo, Orbán y Salvini, su “compañero de destino”. Los nuevos y esperpénticos héroes nacionales abogaron por un frente europeo antinmigración. Sí, han leído bien: ellos, que reivindican las viejas naciones y salivan al proclamar el cierre de fronteras, sienten la necesidad de buscar acuerdos europeos. Resulta que, después de todo, no existen salidas nacionales, aunque quizá sí brillantes guetos racistas, por supuesto para blancos. Incluso estos protofascistas sin careta reconocen que Europa es el único referente político viable.

Asistimos a la extraña europeización de un antieuropeísmo que ha cambiado la lucha ideológica por la sacralización del territorio y la identidad. Y existe el riesgo de que estos sátrapas cultivadores de la autosatisfacción emocional acaben coordinándose mejor que las tradicionales familias proeuropeas. Mientras estas siguen dibujando líneas en la arena en plena tempestad, los nuevos populistas introducen en la ciudad su caballo de Troya y es mejor que no nos engañemos: finiquitar la Unión tendría consecuencias nefastas (¡bien lo saben ya los brexiters!). Juegan a desactivarla, a inducirle el coma, a convertirla en un mero órgano funcionarial e interestatal que consagre las identidades nacionales; a demoler, en fin, la idea de Europa como casa común.

Lo triste es que los guardianes de las sociedades abiertas no parecen capaces de repeler las hostilidades. ¿Cómo piensan encarar las elecciones europeas? ¿Con qué discurso sobre inmigración responderán al miedo insólito que vive el continente? ¿Por qué idea de Europa merecería la pena luchar? Solo Macron aparece como verso libre mientras las contiendas electorales engrosan una a una las filas del euroescepticismo. Y quizá nos demos cuenta tarde de que esto no va en absoluto de inmigración o del cierre de fronteras, porque lo que nos jugamos será definitivo: la integración o la dramática atomización de Europa. Y eso, por estos lares, siempre ha acabado trágicamente. @MariamMartinezB

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