La democracia a galope

Aficionados, familias, niños o famosos, las carreras de caballos de Sanlúcar son capaces de condensar año tras año el paisanaje más variopinto

Un grupo de jinetes en las carrera de caballos de Sanlúcar de Barrameda.Juan Carlos Toro

Como el nacimiento o como la muerte, la playa tiene un curioso efecto democrático. Por mucho que más de uno se empeñe, no hay lujo ni ostentación que pueda ocultar las vergüenzas más humanas y pueriles al sol. A la orilla del mar, todos somos iguales en nuestra imperfección. Esta veraniega deducción se acaricia con facilidad en los atardeceres de Bajo de Guía. En estos días de agosto, mientras el astro muere por la desembocadura del Guadalquivir, Sanlúcar de Barrameda —y buena parte de Sevilla— se arroja por igual al singular espectáculo de las carreras de caballos.

El sol postrero baña...

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Como el nacimiento o como la muerte, la playa tiene un curioso efecto democrático. Por mucho que más de uno se empeñe, no hay lujo ni ostentación que pueda ocultar las vergüenzas más humanas y pueriles al sol. A la orilla del mar, todos somos iguales en nuestra imperfección. Esta veraniega deducción se acaricia con facilidad en los atardeceres de Bajo de Guía. En estos días de agosto, mientras el astro muere por la desembocadura del Guadalquivir, Sanlúcar de Barrameda —y buena parte de Sevilla— se arroja por igual al singular espectáculo de las carreras de caballos.

El sol postrero baña por igual a todo el que acude a disfrutar de la competición que se celebra cada verano —dividida en dos ciclos de tres días cada uno— desde 1845. La verdadera aficionada al mundo del caballo. El famoso que solo aprovecha para alternar socialmente en un selecto palco. La abnegada sanluqueña que, tirando de su carrito, intenta hacer su modesto agosto vendiendo esos deliciosos dulces por la playa. La abuela que, a ras de la valla y avituallada con diversas tarteras, acampa con la familia al completo. El niño que construye su original caseta de apuestas. Todos allí, juntos pero no revueltos, en la mágica hora azul ven a los jinetes pelear; al sol morir.

La playa está hasta la bandera. A este lado del río, el heterogéneo y variopinto paisanaje conversa, ríe e, incluso, se emociona en el transcurso del democrático espectáculo que se vive en Bajo de Guía. Nadie quiere perderse esta objetiva representación de la belleza, aunque no exista el más mínimo consenso a la hora de discernir qué resulta más hermoso de la estampa. ¿Es el veloz y vibrante pase de los caballos o el lento atardecer que se está sucediendo justo detrás? ¿O porque, para colmo, todo esto ocurre con el espectacular paraje natural de Doñana como telón de fondo, al otro lado de la desembocadura? Todos tienen claro que quieren estar presentes en el atardecer de este agosto que ya está cerca de terminarse, aunque cada espectador a esta multitudinaria función tendrá sus motivos para no perdérsela año tras año. Como la democracia misma.

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