Columna

Derechas siamesas

A todos nos beneficiaría un centro-derecha moderno y con capacidad para, llegado el caso, saber entenderse también con su izquierda

El portavoz del grupo popular, Rafael Hernando, saluda al portavoz de Ciudadanos, Juan Carlos Girauta, en la Comisión Constitucional del Congreso.Luca Piergiovanni (EFE)

La primera obligación de todo partido político es saber diferenciarse de los demás. Nada hay más trágico para estas organizaciones que el que puedan identificarse a otras con las que compiten por el mismo caladero de votantes, más o menos sostienen los mismos principios y hacen promesas similares. Esto es lo que enseguida va a empezar a ocurrir entre Ciudadanos y el PP que salga de su próximo congreso.

Sobre todo, porque ahora ambas formaciones están en la oposición. Cuando una estaba en el Gobierno y la otra se ofrecía como posible alternativa, existía al menos un criterio de distinció...

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La primera obligación de todo partido político es saber diferenciarse de los demás. Nada hay más trágico para estas organizaciones que el que puedan identificarse a otras con las que compiten por el mismo caladero de votantes, más o menos sostienen los mismos principios y hacen promesas similares. Esto es lo que enseguida va a empezar a ocurrir entre Ciudadanos y el PP que salga de su próximo congreso.

Sobre todo, porque ahora ambas formaciones están en la oposición. Cuando una estaba en el Gobierno y la otra se ofrecía como posible alternativa, existía al menos un criterio de distinción. O cuando cabía aplicar la diferencia entre nuevo y viejo. Pero ya sabemos lo que ha pasado con la nueva política, que ha resultado ser tan efímera como cualquier bien de consumo. En la izquierda ha bastado la renovación del PSOE para que se desinflara el aspirante a su herencia, que también tendrá que reinventarse para recobrar su identidad. Y es posible que algo parecido ocurra en la derecha en esta fase post-Rajoy.

Sin duda juega también otro dualismo, el de experiencia, el atributo que reivindicará el nuevo candidato/a del PP, frente a expectativa, la naturaleza eterna de Ciudadanos. Por ponerlo en los sugerentes términos de Koselleck, la primera equivale al “pasado hecho presente”, y la segunda al “futuro hecho presente”. Quien sepa establecer la adecuada conexión entre las diferentes dimensiones temporales tiene ya mucho ganado.

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Quizá por eso mismo —y por el ansia de poder, claro—, el candidato Casado se resiste a una componenda con Santamaría. Piensa que, por cruzarlo con otro dualismo, esta vez de Italo Calvino, el “peso” del legado de Rajoy lo ancla demasiado al pasado y el partido precisa la “ligereza” que aporta su juventud, siempre necesariamente orientada hacia el futuro. Pero ahí es precisamente donde se solapa con Ciudadanos. ¿Serían distinguibles Casado y Rivera? Ambos gozan, además, del beneplácito de Aznar; a estas alturas, pretérito imperfecto.

Al final, muy probablemente la carga de la prueba de la diferenciación imprescindible recaerá sobre Ciudadanos. El PP, sea quien acabe siendo su candidato, sabrá vender el discurso de la renovación y se beneficiará de las inercias del votante tradicional de derechas. ¿Cuál será entonces el factor diferencial de Ciudadanos? Ya no podrá seguir siendo tampoco un single issue party, el de la España “constitucional”, porque ese va a ser también el núcleo de la embestida electoral del PP. ¿Tienen pensado abrir otros frentes, como el laicismo, la apuesta por la cuestión feminista, la Europa de Macron y otros signos que lo acerquen a un centro progresista, o seguirá con el monotema?

A todos nos beneficiaría un centro-derecha moderno y con capacidad para, llegado el caso, saber entenderse también con su izquierda. Las derechas siamesas están condenadas a devorarse entre sí. Solo puede quedar una.

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