El acento

Deje salir al entrenador que lleva dentro

Comienza la fiesta emotiva mundial

Decenas de alemanes siguen en Berlín el Rusia-Arabia Saudí que inauguró el Mundial.JOHN MACDOUGALL (AFP)

Tras un par de semanas en las que la mayoría hemos sido sucesivamente expertos en coaliciones y mayorías parlamentarias para mociones de censura, conocedores de cómo se forma un Gobierno, letrados en derecho penal aplicado a delitos económicos y gestores de crisis migratorias en aguas del Mediterráneo, hoy —por fin— sacamos a pasear a ese seleccionador nacional de fútbol que llevamos dentro. Y ese seleccionador interno no entiende ni de aficiones ni de sexos. En España hay 46 millones, millón arriba, millón abajo. Es como una especie de posesión que hace que personas que desde hace cuatro años...

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Tras un par de semanas en las que la mayoría hemos sido sucesivamente expertos en coaliciones y mayorías parlamentarias para mociones de censura, conocedores de cómo se forma un Gobierno, letrados en derecho penal aplicado a delitos económicos y gestores de crisis migratorias en aguas del Mediterráneo, hoy —por fin— sacamos a pasear a ese seleccionador nacional de fútbol que llevamos dentro. Y ese seleccionador interno no entiende ni de aficiones ni de sexos. En España hay 46 millones, millón arriba, millón abajo. Es como una especie de posesión que hace que personas que desde hace cuatro años no han visto un partido de pronto suelten: “Claro, si juegas con un falso delantero no te quejes luego de que hay pocas ocasiones de gol”. Esto pasa y entonces quien se encuentra a su lado se le queda mirando y piensa: “¿Quién eres y qué has hecho con la persona que estaba aquí hasta hace un momento?”.

Desde hoy echaremos en cara a los jugadores que no se maten a correr la banda o —eso hoy mismo— que no estén marcando con la debida intensidad a Cristiano Ronaldo. Eso sí, somos los mismos que, por no echar una mínima carrerita, preferimos esperar al próximo autobús. Sacaremos ocasionalmente además al estratega y al antropólogo que también llevamos incorporados de fábrica para explicar algunos resultados. “Para mí no es una sorpresa que Islandia gane a Inglaterra porque los vikingos aterrorizaron sus costas durante muchos años. En cambio, contra los rusos lo tienen peor porque allí no tuvieron tanto éxito”. —“Oiga, pero si la figura de Rusia se llama Mario Fernandes y nació en Brasil”. —“Está claro entonces: los vikingos jamás llegaron a Sudamérica”.

El Mundial es así. De la misma forma que no tiene que gustar la música para seguir Eurovisión no hay por qué seguir el fútbol para sumergirse en tres semanas —la cuarta y última es más floja— de subidón emocional de no se sabe muy bien qué. Es emotividad global en estado puro. El fútbol une al planeta ¿En qué lo une? Buena pregunta, no lo sabemos pero lo une. Cada uno tiene su propia razón y muchísimas sinrazones. De pronto se anima a Francia y resulta que La Marsellesa emociona, se lamenta no haber crecido jugando a la pelota en Copacabana o se siente nostalgia de partidos que no se han vivido. “Aquello sí que era fútbol”. Echamos de menos a los que no están —¡ay, Italia!— y nos emocionamos —sí, hoy no es el día, pero el resto... ¡Vamos, Portugal!— con los que llegan a toda velocidad. Es una verdadera suerte que el fútbol no tuviera la fuerza y penetración actuales durante el Romanticismo. Habría sido terrible.

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Pero esta fiesta se va acabando. El fútbol de selecciones está perdiendo terreno frente a los que manejan y generan el dinero —y mandan— en este negocio, que no son otros que los clubes. Lo acabamos de ver con la renovación, fichaje y destitución de Julen Lopetegui al frente de España. Ya había empezado mucho antes con las reticencias, negativas y protestas de los clubes a ceder jugadores a las selecciones... y con las absurdas excusas de algunos para no vestir sus camisetas nacionales. Cuando la prioridad la tienen los contratos publicitarios es el comienzo del fin por mucho romanticismo que haya. Pero no es el momento de ser pesimistas. Ha comenzado el Mundial. Como dijo Julio César al cruzar el Rubicón: que vuelen alto los dados.

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