Columna

El as en la manga de China

Corea del Norte es una nueva baza que Pekín mueve a conveniencia en sus disputas con Washington

El presidente chino Xi Jinping durante un discurso este lunes en Pekín.Vídeo: Li Gang (AP). ATLAS

Al igual que en América Latina nada se mueve sin que lo registren los sensores de la Casa Blanca, cualquier cambio importante en el este de Asia es anotado por China, cuyo poder determina las negociaciones de Estados Unidos con Corea del Norte, consolidada como satrapía gracias a las bayonetas chinas y soviéticas en la Guerra de Corea (1950-1953). Las discretas desavenencias de Corea del Norte con el pragmático Xi Jinping, ...

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Al igual que en América Latina nada se mueve sin que lo registren los sensores de la Casa Blanca, cualquier cambio importante en el este de Asia es anotado por China, cuyo poder determina las negociaciones de Estados Unidos con Corea del Norte, consolidada como satrapía gracias a las bayonetas chinas y soviéticas en la Guerra de Corea (1950-1953). Las discretas desavenencias de Corea del Norte con el pragmático Xi Jinping, elevado este domingo a la categoría de emperador, no impiden que el peligro norcoreano sea una baza que China mueve a conveniencia en sus disputas con Washington.

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Durante un viaje en tren a Pyongyang, a principios de los noventa, observé que la presencia de ciudadanos chinos con destino la capital norcoreana era numerosa, acorde con una relación bilateral intensa. Funcionarios, técnicos, empresarios y turistas ocupaban los vagones aprovisionados de comida, escasa en la fantasmal Pyongyang. Corea del Norte difícilmente podría sobrevivir sin China.

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El gigante oriental media en la crisis calibrando geopolítica y límites: regreso a la estabilidad peninsular sin permitir el avance de Estados Unidos y aliados en su área de influencia. China no está interesada en la destrucción de la satrapía, ni tampoco en la desaparición de fronteras. Más abstracción que futurible, el derrumbe del norte seguido por la reconciliación con el sur, y una eventual reunificación nacional, no le conviene porque el rumbo del país resultante puede alterarse en su contra.

El perfil del pasaje ferroviario hacia Pyongyang apenas ha evolucionado: tampoco las recurrentes crisis entre la dinastía inaugurada por Kim Il-sung en 1948 y Estados Unidos, que acantona 30.000 marines en Corea del Sur. La reunión entre Donald Trump y Kim Jong-un sobre desarme nuclear sería imposible de no haber sido consentida por China, cuya mediación no será gratis.

Previsiblemente, pedirá a Washington una cohabitación política y comercial sin hostilidades a cambio de ayuda en una crisis que afecta a Japón, asociado con EE UU después de la Segunda Guerra Mundial, y en guardia frente a China, cuyo sentimiento antinipón es profundo desde la invasión de Manchuria en 1937.

La historia se repite. Corea del Norte firmó en 1985 el Tratado de No Proliferación Nuclear, pero nunca dejó de manipular su arsenal para sobrevivir. Lo hace a sabiendas de que el Consejo de Seguridad no aprobará castigos militares vetados por Rusia y China. ¿Cuándo exhibe China el as norcoreano? El calendario parece indicarlo. Presidente electo en diciembre de 2016, Trump llama ese mes a la presidenta de Taiwán, provocando la cólera de Pekín, que lo considera una provincia rebelde. A renglón seguido, plantea que la política de una sola China solo será respetada con concesiones. Ese mismo año, la dictadura reanuda el lanzamiento de misiles y China se suma a las protestas, pero vuelve a ser requerido como el mediador necesario. EE UU se olvida de Taiwán, y acepta negociar con Pekín otras controversias.

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