Veto, luego existo

Ante una crisis de gobernabilidad se impone una modalidad de partido que no destaca por lo que hace, sino por lo que impide hacer

Angela Merkel en una sesión del Bundestag en Berlin, Alemania. AXEL SCHMIDT / REUTERS

Los partidos se han apuntado a la moda de las identidades excluyentes. En un momento en el que “el consenso hacia el centro” se ha identificado como la fuente de todos los males, las fuerzas políticas se esfuerzan por acentuar sus elementos de diferenciación. Es otra vuelta de tuerca de una vieja máxima política: para triunfar, los partidos no sólo han de definirse a sí mismos, sino también al adversario. Deben introducir una diferencia.

Pero ahora siguen el narcisismo de nuestro tiempo. La cosa está en llamar la atención, en la necesidad irresistible de aparecer como distintos. El “con...

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Los partidos se han apuntado a la moda de las identidades excluyentes. En un momento en el que “el consenso hacia el centro” se ha identificado como la fuente de todos los males, las fuerzas políticas se esfuerzan por acentuar sus elementos de diferenciación. Es otra vuelta de tuerca de una vieja máxima política: para triunfar, los partidos no sólo han de definirse a sí mismos, sino también al adversario. Deben introducir una diferencia.

Pero ahora siguen el narcisismo de nuestro tiempo. La cosa está en llamar la atención, en la necesidad irresistible de aparecer como distintos. El “consenso pospolítico” se supera con la anuencia autorreferencial de unos partidos que aspiran a mantener en abstracto sus ideales en busca del premio electoral. El desplazamiento de lo político hacia el eslogan hueco (“Esto va de democracia”) sirve para eludir el juicio particular sobre situaciones concretas, aquellas en las que decidir conlleva una pérdida porque los principios se vinculan inevitablemente a las consecuencias.

Sucedió con Colau al romper con el PSC en nombre de la democracia; o cuando Podemos impidió desalojar a Rajoy. Y ocurre de nuevo —¡quién lo diría!— en Alemania. Afirmaba allí el liberal Lindner que su negativa a entrar en el Gobierno radicaba en que habían sido elegidos “para introducir un cambio de tendencia”. Y añadía: “Es mejor no gobernar que gobernar mal”. Resulta curioso, porque ante una crisis de gobernabilidad se impone una modalidad de partido que no destaca por lo que hace, sino por lo que impide hacer.

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Sabemos por Fukuyama que esta forma de llamar la atención obstaculizando la gobernabilidad recibe el nombre de “vetocracia”: lo importante no es contribuir a la gobernanza, sino entorpecerla. Y encontró un lugar al sol en el Tea Party, que desde el corazón del Partido Republicano trató siempre de boicotear las reformas que proponía Obama. A ella pretende sumarse ahora el FDP, entrando en el reino de los exquisitos partidos secundarios que impiden gobernar por la alta consideración que tienen de sí mismos. Es la paradoja de la política onanista: el ego de los partidos extendiendo cheques que jamás van a cobrar. [PIEPAG]@MariamMartinezB

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