EL PAÍS que hacemos
Por Equipo de Comunicación

Alma de la redacción, oído de los lectores

Rosi Rodríguez Loranca, secretaria de EL PAÍS durante 41 años, reflexiona sobre su vida en el diario y el valor del periodismo

Rosi Rodríguez Loranca, secretaria de redacción de EL PAÍS de 1976 a 2017.

"Búsqueme al hombre de las nieves".

Era la primera vez que Rosi Rodríguez Loranca, secretaria de redacción de EL PAÍS durante 41 años, descolgaba un teléfono de EL PAÍS, en su primer día en redacción. Y, sin otra explicación, eso le pidieron. Buscar al "hombre de las nieves". "Desde ese primer día, tuve claro que había una frase prohibida. Jamás iba a decir: 'No tengo ni idea'. Así que me puse a mirar a mi alrededor a ver si había alguien con pinta de yeti". 

La risa de Rodríguez es contagiosa. Su capacidad de narrar, la de una cuentacuentos. Frente a un café con leche y un cruasán, pocos días después de despedirse de redacción en su retirada, la Rodríguez del presente recuerda a aquella jovencita de 19 años, que jamás había abierto un periódico, perdida por un lugar delirante, sintiéndose "como si acabara de aterrizar en la luna". Cuando le pidieron que le dijera al redactor jefe que debía hablar con confección para bajar unas negritas de la caja alta a la baja, Rodríguez imaginó a unas señoras negras a las que iban a meter en una caja. Tampoco entendía qué diantres tenía que ver la confección de prendas con un periódico. Y a eso había que sumarle la neblina del humo de los cigarros, los gritos de cabreo y el "tchak, tchak, tchak" imparable de las máquinas de escribir. Era marzo de 1976 y faltaban aún meses para que el primer periódico saliera a los quioscos, pero en la sala de máquinas de este diario ya se funcionaba a pleno rendimiento.

Rodríguez cree que su papel, de manera inconsciente, era el de representar al pueblo. "Yo era el populacho", bromea otra vez. Había crecido lejos de la ciudad, aplicada en sus estudios pero sin jamás preocuparse por la política. Eso sí, quería ser periodista. "Fue algo que me inculcó mi madre, que era una persona tremendamente culta. Ella solía decir: 'Ese es tan sabio como un periodista'. Luego descubrí que tampoco era exactamente así, por ciencia infusa, porque evidentemente al periodista lo ayuda la documentación".

Habiendo vivido todas las décadas del periódico, Rodríguez es de las que se opone a esa idea que a veces flota en el ambiente de que el periodismo ha perdido calidad y garra. "En mi experiencia, en mi contacto diario con los redactores, no ha cambiado nada en estos 40 años. La gente que entra en EL PAÍS lo hace con la misma ilusión y el mismo propósito: vienen a averiguar la verdad", explica. El único tirón de orejas que tiene para todos los redactores, del pasado y del presente, es la obsesión por firmar. "Eso debe ser para la familia, porque lo cierto es que ni siquiera responsables de instituciones públicas se acuerdan a posteriori de quién firmó la información. Lo que perdura es que fue una noticia de EL PAÍS y, por tanto, se le asume fiabilidad".

Rodríguez recuerda momentos divertidos, memorables, tensos e históricos en sus cuatro décadas de labor. Una carrera en la que casi acaba rodando escaleras abajo, con unos folios en la mano del cuño de Adolfo Suárez, después del golpe de estado del 23-F. "Llegué a redacción y dije: ¡Aquí los tengo! Y se me echaron encima y me los arrebataron". Una llamada del terrorista canario Antonio Cubillo, los gritos de la redacción a su espalda, y el dictado del criminal. Y un final digno de los hermanos Cohen o de Woody Allen: 

—Oiga, señorita, ¿me puede leer lo que le acabo de dictar?

—No, lo siento, pero no puedo.

—Pero oiga, se lo he dictado y quiero saber qué ha apuntado.

—¡Pues no puede ser!

"Es que estaba demasiado nerviosa y tensa y ya no podía más. Como para que me mataran", recuerda Rodríguez, de nuevo entre risas. Hubo momentos solemnes al teléfono, algunos que han pasado extrañamente desapercibidos. La muerte del naturalista Félix Rodríguez de la Fuente fue algo que, en opinión de Rodríguez, "consternó a toda España". Las llamadas a EL PAÍS ese 14 de marzo de 1980, día en el que debería haber celebrado su 62 cumpleaños el divulgador, fueron constantes. 

El ser oído atento de los lectores ha sido, para Rodríguez, la primera de sus funciones. "Para mí, y espero que nadie se ofenda por decirlo, han ido siempre por delante de cualquier redactor o jefe. No solo porque nos dieran de comer, sino porque ellos son nuestra razón de ser. Un periódico que nadie lee no sirve para nada. Eso lo aprendí muy bien de Juan Luis Cebrián. El lector es y debe ser siempre lo primero", subraya. Rodríguez gusta de fabular la dedicación de los lectores en esos primeros años de EL PAÍS, el que tuvieran la voluntad de ir a una cabina, gastarse unas monedas y ponerse al auricular para informar o informarse.

Cuando le toca resumir, en una frase, qué han significado estos 40 años en la redacción, Rodríguez, aunque le tiembla la voz, no vacila: "Después de ser madre, fue lo mejor que me ha pasado en la vida. Sí, eso es, de lo mejor que me ha pasado en la vida".

La huella que ha dejado en la redacción es palpable. En su libro Memorias líquidas, el periodista Enric González le dedica estas líneas:

"Alguna vez he pensado que de entre la mucha gente admirable que he conocido en El País, por nadie he sentido tanta admiración personal como hacia Rosi. Posee un ánimo insuperable y un criterio preciso. Le habré dictado centenares de crónicas por teléfono (no exagero, antes esas cosas ocurrían) y ha sido, junto a alguna de sus compañeras, mi mejor editora. Si ella decía que un párrafo era «un poco liado», había que rehacerlo. Si sugería cambiar una palabra o poner un punto y aparte, tenía razón. Si se reía por algún filamento irónico en mitad del texto, me sentía orgulloso".

Por cierto, esa joven de 19 años, que había aterrizado en la luna, encontró al hombre de las nieves. Era un tal Ángel Luis de la Calle.

Archivado En