Análisis

Mentiras francesas

Es un tópico explicar que hay que elegir entre fascismo y República

Francois Baroin, de Los Republicanos, líder conservador para las legislativas de junio.PATRICK KOVARIK (AFP)

El desarrollo de la elección presidencial francesa pone de relieve unos hechos que son solo espejismos. Uno es el prematuro entierro de los dos partidos que han dirigido el país en los últimos 60 años. La campaña también ha asentado mensajes de brocha gorda que son simplistas, si no falsos. Por ejemplo, que el domingo los franceses se dividirán entre fascistas y republicanos.

Francia, aclarémoslo enseguida, es un país de derechas, como lo demuestra el hecho de que solo ha tenido presidentes de izquierdas —Mitterrand y Hollande— en 19 de los 58 años de la V República. Y lo sigue siendo h...

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El desarrollo de la elección presidencial francesa pone de relieve unos hechos que son solo espejismos. Uno es el prematuro entierro de los dos partidos que han dirigido el país en los últimos 60 años. La campaña también ha asentado mensajes de brocha gorda que son simplistas, si no falsos. Por ejemplo, que el domingo los franceses se dividirán entre fascistas y republicanos.

Francia, aclarémoslo enseguida, es un país de derechas, como lo demuestra el hecho de que solo ha tenido presidentes de izquierdas —Mitterrand y Hollande— en 19 de los 58 años de la V República. Y lo sigue siendo hoy, porque la eliminación del corrupto François Fillon se debió a méritos propios.

Todas las encuestas —que han acertado de pleno— coincidían en que la derecha dura y ortodoxa, católica y sin complejos, se aprestaba para retomar el poder. Y pese a su pésima campaña sumergido en el lodazal del nepotismo y la malversación, a Fillon solo le faltaron 500.000 votos para estar en la segunda vuelta. Los sondeos dicen ahora que Los Republicanos, que tienen la mayoría absoluta en el Senado, serán la principal fuerza de oposición en el Parlamento. Luego están heridos, pero no muertos.

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La izquierda tampoco ha fallecido. Por supuesto que ha hecho un ridículo histórico. Dividida, sin discurso, con traiciones internas y al electorado, busca con ahínco la insignificancia y lo va a lograr. Pero incluso así, sus votos superan el 50% en la primera vuelta si sumamos los del social-liberal Emmanuel Macron.

Del ganador se repite hasta la saciedad que es “el candidato del sistema”. Es cierto que le han aupado empresarios y una clase acomodada que lo ha visto como alternativa ante el fracaso de otros. Pero la pregunta es qué candidato francés no es del sistema. ¿El ex primer ministro Fillon, con décadas detrás en coche oficial? ¿El insumiso y exsocialista Mélenchon, que lleva 40 de sus 65 años en política y ha sido concejal, eurodiputado o ministro, entre otras muchas cosas? ¿Le Pen, que ha heredado una fortuna y un partido? Macron, que solo lleva cinco de sus 39 años en política, tiene toda la razón cuando la llama “parásita”.

Además de predicar el miedo y el odio —“Francia está al borde de la guerra civil”—, Le Pen se distingue de Macron en que no tiene propuestas. Pero es un tópico explicar que hay que elegir entre fascismo y República. Ese mantra ya no cuela. Con razón o sin razón, en Francia hay millones de enfadados, decepcionados, temerosos, descreídos, indignados...

Y es cierto que en el ADN del Frente Nacional está el fascismo, pero esos cabreados no son fascistas. Buscan respuestas. Y ahí está Le Pen aplicando con maestría aquel famoso lema de “vótame, dales donde les duele” con el que triunfó Batasuna en las europeas de 1987. Pero ya lo dijo Jean Cocteau: “Una mentira a medias nunca es una media verdad”.

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