Columna

Alimañas en la selva

Cada amenaza y cada ataque, nuclear, químico, terrorista, tiene su cifrado político

El líder norcoreano Kim Jong Un junto al EjércitoKCNA (REUTERS)

En el desorden de la selva siembran el terror las alimañas. Una esgrime la amenaza nuclear en el noreste de Asia; otra lanza un ataque con armas químicas en Siria; y una tercera extiende el terror a Rusia, con un atentado en el metro de San Petersburgo. Es la selva, son las alimañas, es el actual desorden del mundo. Pero cada amenaza y cada ataque tiene su cifrado político.

Es conocido el lenguaje del régimen que mantiene a Corea del Norte bajo una férrea dictadura, la más antigua y cruel del planeta. Las palabras con las que se expresa su líder Kim Jong-un son los cohetes y las bombas ...

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En el desorden de la selva siembran el terror las alimañas. Una esgrime la amenaza nuclear en el noreste de Asia; otra lanza un ataque con armas químicas en Siria; y una tercera extiende el terror a Rusia, con un atentado en el metro de San Petersburgo. Es la selva, son las alimañas, es el actual desorden del mundo. Pero cada amenaza y cada ataque tiene su cifrado político.

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Es conocido el lenguaje del régimen que mantiene a Corea del Norte bajo una férrea dictadura, la más antigua y cruel del planeta. Las palabras con las que se expresa su líder Kim Jong-un son los cohetes y las bombas nucleares, que todavía no ha conseguido ensamblar, pero le bastan para asentarse en el poder y amenazar a Estados Unidos, atemorizar a sus vecinos Japón y Corea del Sur y atar corto a su protector y aliado que es China. Con la prueba balística de ayer, el joven heredero comunista manda su particular mensaje a Donald Trump y Xi Jinping antes de su encuentro hoy en Florida.

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Bachar el Asad es un maestro en el arte de la supervivencia sobre las ruinas de su país, mediante el crimen de masas en todas sus variantes. Nadie daba por él un duro hace seis años, cuando las revueltas árabes llegaron a las ciudades sirias, pero consiguió atajar las protestas, convertirlas en una guerra civil abierta y contaminarlas de todos los males sectarios, hasta lanzar a sus adversarios en brazos del yihadismo, sea Al Qaeda, sea el Estado Islámico. La tortura, las ejecuciones masivas, el lanzamiento de barriles con explosivos y los ataques con armas químicas componen un repertorio criminal que ha conseguido eludir sanciones, resoluciones, líneas rojas y condenas internacionales, arropado en la protección primero y luego en la ayuda militar directa de Moscú y Teherán, los regímenes cómplices que se han apoderado de la región ante la creciente inhibición de Washington. La matanza de Idlib es el mensaje de El Asad a la reunión de Bruselas de donantes internacionales y a Naciones Unidas, patrocinadora en la conferencia de Ginebra de una transición pacífica de la que el dictador sirio no quiere quedar marginado.

El lenguaje del terrorismo es tan claro en sus efectos como turbulenta e incluso misteriosa es la personalidad de quien lo articula. Las matanzas de San Petersburgo llegan ahora con al menos tres claves interpretativas, señaladas ayer en estas páginas por Fernando Reinares: una lleva la marca yihadista en respuesta a la intervención rusa en Siria; otra corresponde al etnoterrorismo del Cáucaso, también conectado con Al Qaeda; y la tercera es la incubadora amenazante de Asia Central. Incluso Trump tiene un papel en esta historia, con su mano tendida a Putin para alcanzar su primera victoria bélica con la liquidación del Estado Islámico.

Guerra nuclear, guerra química, guerra terrorista. Diez años después de la Crisis de 1929 estalló la Segunda Guerra Mundial. Ahora estamos justo a diez años de la crisis financiera que se convirtió en la Gran Recesión.

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