Podemos ya no es populista

El partido de Iglesias pierde un relato más integrador y se transforma en una izquierda clásica con el viejo sabor de un partido sistémico más

Íñigo Errejón durante el Congreso de Podemos Vistalegre II. Bernardo Pérez

Con el relevo de Errejón tras la catarsis fratricida de Vistalegre, Podemos pierde en lo ideológico lo bueno y lo malo del populismo de izquierdas que el joven díscolo encarnaba. Su destitución rompe, así, una forma de liderazgo bicéfalo que aunaba los usos reflexivos de su figura intelectual con el peculiar carisma de Iglesias.

Esforzado seguidor de la cimbreante escuela de Laclau y Mouffe, Errejón mantuvo una crítica incisiva contra el “esencialismo de clase” de la izquierda filomarxista. El consenso que generó el 15-M había dado ya algunas pistas: no era la venganza de la izquierda, ...

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Con el relevo de Errejón tras la catarsis fratricida de Vistalegre, Podemos pierde en lo ideológico lo bueno y lo malo del populismo de izquierdas que el joven díscolo encarnaba. Su destitución rompe, así, una forma de liderazgo bicéfalo que aunaba los usos reflexivos de su figura intelectual con el peculiar carisma de Iglesias.

Esforzado seguidor de la cimbreante escuela de Laclau y Mouffe, Errejón mantuvo una crítica incisiva contra el “esencialismo de clase” de la izquierda filomarxista. El consenso que generó el 15-M había dado ya algunas pistas: no era la venganza de la izquierda, sino la expresión de un “nosotros” que proclamaba su unidad en el “no nos representan”. La respuesta política a la indignación moral se orientó en clave populista: ofrecer un contrapoder eficaz frente a pulsiones más clásicamente reaccionarias que funcionara, al tiempo, como contrapeso de los partidos sistémicos.

Con el cambio de equilibrios de poder, la opción de las mayorías se congela mientras la vieja guardia militante se consolida dentro de Podemos. Si el partido se reduce a la identidad de una clase ideológica, la construcción de un sujeto político amplio cede: “Mi proyecto interpela a los que no están aquí, no solo a los que están”, era el mantra del discípulo laclauniano. Para bien o para mal, el partido de Iglesias pierde un relato más integrador y se transforma en una izquierda clásica con el viejo sabor de un partido sistémico más. De paso, difumina las tensiones entre formas radicales y moderadas, protesta e instituciones, izquierdismo y populismo.

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El swing del tándem Iglesias-Errejón consistía en que el número dos complementaba al uno porque era alguien distinto que atraía a votantes distintos. Montero, por el contrario, funciona como el espejo que refuerza la identidad del líder. Esa perfecta comunión, ese giro a la unidad, sigue una lógica especular: al contemplarse en su segunda, Iglesias no vacila, y obtiene su propia imagen luminosa de líder con mando en plaza. Lo decía Kafka: la unidad no es unión, pues en ella no hay fluir hacia otra parte. Es el tenebroso riesgo del poder. Toda aspiración a la unidad elimina la diferencia. @MariamMartinezB

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