Columna

‘Hipomadres’

La primera noche de mi primera hija, supliqué a las enfermeras que se la llevaran de mi vista para descansar del parto ante el escándalo de mi compañera de cuarto

Una madre abraza a su hijo. Jörg Lange (Cordon Press )

Nunca tuve ni un deseo loco de ser madre ni un rechazo visceral a serlo. Lo fui, soy y seré como lo fueron, son y serán tantas otras desde que los anticonceptivos nos hicieron dueñas de nuestros úteros. Porque tocaba, porque podía, porque por qué no iba a serlo, pudiendo. El caso es que, resueltas las dudas por la vía de los hechos consumados, y consumado el enamoramiento de la mamífera por sus crías, tampoco fui nunca una madre modelo. Y desde la primera noche de mi primera hija, en la que les supliqué a las enfermeras que se la llevaran de mi vista para descansar del parto ante el escándalo ...

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Nunca tuve ni un deseo loco de ser madre ni un rechazo visceral a serlo. Lo fui, soy y seré como lo fueron, son y serán tantas otras desde que los anticonceptivos nos hicieron dueñas de nuestros úteros. Porque tocaba, porque podía, porque por qué no iba a serlo, pudiendo. El caso es que, resueltas las dudas por la vía de los hechos consumados, y consumado el enamoramiento de la mamífera por sus crías, tampoco fui nunca una madre modelo. Y desde la primera noche de mi primera hija, en la que les supliqué a las enfermeras que se la llevaran de mi vista para descansar del parto ante el escándalo de mi compañera de cuarto, que se negaba a separarse ni un segundo de su cachorro, he sentido la mirada reprobadora de muchos hombres y casi todas las mujeres por ser, o parecer, una madre despegada, descreída, desnaturalizada, oh anatema: egoísta.

Todo esto fue antes de que se llevara el dormir con los críos hasta que te echen de tu cama, la lactancia sine die, el no dejar no ya que tropiecen, sino siquiera que conozcan los baches del camino. La hiperpaternidad, según el título del libro de Eva Millet (Plataforma) que ilustra el fenómeno. Aun así, y aunque no me lo dicen a la cara, sé de algunas —en esto la mujer es loba para la mujer— que me denunciarían al defensor del menor por no hacerle el desayuno a mi niña de 15 añitos y dejar que vaya andando al instituto, ya me vale, madrastrona. Lo curioso es que solo se les afea la conducta a las madres. Los padres están exentos y, mientras hay hombres que dimiten del cargo ante la tolerancia general por el mero hecho de ser varones, a las mujeres se les exige entrega total a los hijos hasta que la muerte rompa el vínculo. Bien; soy hipomadre, confieso. Creo que hay tantas formas de serlo como progenitoras. Pero, igual que me repatean los que dan lecciones morales no solicitadas, no pretendo dar ninguna a nadie. Hacemos lo que podemos.

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