Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado
literatura

Un paseo literario por la Venecia de Paul Morand

“Venecia se hunde; ¿no será quizá lo más bello que podía ocurrirle?”, decía el poeta francés Paul Morand. Descubrimos la ciudad italiana a través de la obra de este autor.

Venecia. Wikimedia Commons.

Paul Morand escribe sus Venecias en 1971, cinco años antes de morir. Tiene la experiencia de todo el siglo y miles de kilómetros recorridos, porque es un cosmopolita (a la antigua, de los que viajaban a lo grande). Así que en su libro nos describe la ciudad italiana en varios momentos en que la visitó. Hacia finales del siglo XIX, Morand nos habla de una ciudad básicamente poblada por los aristócratas de toda Europa (es la Venecia de Thomas Mann) y por eruditos franceses más modestos pero archiconocedores de los secretos del laberinto veneciano.

Durante la Primera Guerra Mundial, Morand se fija en los buques de guerra que atracan frente al Palacio Ducal y en quienes ponen entonces el toque cosmopolita: los soldados rusos, napolitanos, austriacos, franceses, senegaleses…

Durante el periodo de entreguerras Venecia abre para Morand la puerta de Oriente, porque en 1919 se inauguró la ruta a través del Simplón del famoso tren de lujo Orient-Express; esa ruta paraba en Venecia antes de continuar hacia Trieste y Estambul – y Morand por supuesto cogió el tren desde París.

Más tarde, al estallar la Segunda Guerra Mundial, las fachadas de Venecia se llenan de grafitis que alaban el régimen de Mussolini: “El fascismo es un ejército en marcha”, “El fascismo es civismo”, etc. Morand presencia varios desfiles y ve cómo en la plaza de San Marcos pululan seres rubios con las rodillas al aire, venidos del Tirol (es efectivamente su manera de describir a los nazis). En fin, Morand vuelve a la ciudad del agua en 1969. Y además de constatar los recientes cambios urbanísticos (un “garaje para mamuts” a la entrada, pasarelas de hormigón, la estación de autobuses), se topa con un grupo de hippies ingleses. Este episodio es muy jugoso; Morand siempre tuvo una debilidad por la juventud, y más por la juventud viajera, que ha elegido la libertad y un cierto riesgo. El grupillo le intriga: tienen la belleza de la edad, pero huelen que apestan y rechazan todo lo occidental, que les parece inmundo. Morand se acerca a una hippie rubia, le pasa una botella de grappa e intenta explicar, como buen francés, la inmensa tarea civilizatoria que ha hecho posible la construcción de una ciudad tan espléndida. La hippie responde: “I shit on Venice”. Eran otros tiempos. Hoy apreciamos Venecia también porque sabemos que probablemente le quedan dos telediarios, de verdad.

Morand de hecho también lo imaginaba y es bastante conocida la célebre frase: “Venecia se hunde; ¿no será quizá lo más bello que podía ocurrirle?”.

Otras cosas pueden interesarnos en este magnífico librito que lleva por título Venecias, en plural - ahora ya entendemos por qué. Nos puede interesar, al margen del consabido retrato de la ciudad hiperartística, cuajada de obras de arte, cómo Morand la relaciona con su propia biografía. En principio, una ciudad tan acuífera inmediatamente caería del lado de lo femenino-materno (recordemos que según los estudiosos de las estructuras imaginarias colectivas, mujer-agua-muerte-flor van asociadas, recuérdese Ofelia y tantas otras ahogadas). Pero Morand está mucho menos marcado por la figura de su madre que por la de su padre, de modo que su Venecia será masculino-paternal. El padre le lega un esteticismo radical: nada de rozarse con lo feo, que mancha. De modo que la ciudad se ve, sobre todo en los primeros tiempos de Morand, como un todo precioso, preciosista… y sin mezcla. La pureza veneciana hace además que Morand nos hable sólo brevísimamente de la pestilencia de los canales y, sobre todo, que tome Venecia como escudo contra lo moral: lo estético, desde luego, no debe contaminarse con consideraciones éticas; la belleza no puede quedar exiliada porque haya gente que tenga hambre. En fin…

Otro detalle de la biografía de Morand que tiene que ver con la ciudad italiana es el comportamiento de ella, en 1945, ante los soldados ingleses. A Morand le interesa subrayar que Venecia se rindió sin oponer resistencia. Que era su deber, para evitar ser destruida. Pues bien, quien sepa que Morand colaboró con el régimen de Vichy lo habrá entendido: París, rindiéndose ante los alemanes en 1940, hizo lo que era también su obligación: sobrevivir para las generaciones venideras. El diplomático Morand no puede dejar de alabar a una Venecia colaboracionista, porque la ciudad bien valía… un armisticio.

* Pilar Andrade es Profesora titular de literaturas en lengua francesa en la Universidad Complutense de Madrid.

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