Editorial

Una provocación del PP

Es un error imponer para la comisión de Exteriores a un exministro reprobado por el Congreso

Jorge Fernández Díaz, ex exministro del Interior, en el Congreso el 15 de noviembre. Ballesteros (EFE)

El empeño del Partido Popular en situar a Jorge Fernández Díaz como presidente de la Comisión de Exteriores del Congreso supone una provocación a las demás fuerzas parlamentarias. No se ven otras razones para designarle que la amistad y confianza del jefe del Gobierno, Mariano Rajoy, sin duda espoleado por el deseo de ofrecerle un puesto que le compense del cese al frente del Ministerio del Interior.

Existe una tradición de acuerdos de reparto de presidencias de comisión entre el partido gobernante y la oposición en distintas legislaturas, y dentro de esos acuerdos es normal que cada gr...

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El empeño del Partido Popular en situar a Jorge Fernández Díaz como presidente de la Comisión de Exteriores del Congreso supone una provocación a las demás fuerzas parlamentarias. No se ven otras razones para designarle que la amistad y confianza del jefe del Gobierno, Mariano Rajoy, sin duda espoleado por el deseo de ofrecerle un puesto que le compense del cese al frente del Ministerio del Interior.

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Existe una tradición de acuerdos de reparto de presidencias de comisión entre el partido gobernante y la oposición en distintas legislaturas, y dentro de esos acuerdos es normal que cada grupo designe a quien prefiera. El sistema de funcionamiento no carece de lógica y en general tiene sentido que se respete. Pero también hay que contar con que esas designaciones se guían por criterios de prudencia y de búsqueda de la necesaria calidad en las propuestas, lo cual no puede decirse de este caso.

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La situación de Fernández Díaz es excepcional. El exministro fue reprobado por los grupos del Congreso —salvo el suyo— a causa de la utilización que hizo de su cargo y de los medios de las fuerzas de seguridad del Estado para perseguir a adversarios políticos, un comportamiento sin duda grave en democracia y sobre el que persisten demasiadas zonas de sombra. Aquella reprobación no surtió efectos inmediatos respecto a la pertenencia de Fernández Díaz a un Gobierno que todavía permanecía en funciones. Sin embargo, tuvo un valor político que el PP debería haber considerado antes de designarle para la presidencia de una comisión parlamentaria tan simbólica y tan visible como la de Exteriores. Además, Jorge Fernández Díaz ha dedicado lo esencial de su actividad pública a la política interior, lo cual no parece la mejor credencial de la solvencia exigible al responsable de la comisión de Exteriores.

Lo sucedido muestra que el partido gobernante continúa sin darse cuenta de que deben cambiar sus modos de actuación. Estos no son los tiempos de la mayoría absoluta, en los que La Moncloa o el Grupo Parlamentario Popular tomaban decisiones sin preocuparse de lo que argumentaran otros partidos. Este incidente no es compatible con la búsqueda de negociaciones y de acuerdos que corresponde a un Gobierno en minoría, y el PSOE debería entender la excepcionalidad de este caso, la grave provocación del PP, e impedir que Fernández Díaz alcance un puesto que ni merece ni está capacitado para ocupar.

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