El solar

La abstención que promueve para sí el PSOE es para que mantenga el poder un partido juzgado por saquear a España

El presidente de la Comision Gestora del PSOE, Javier Fernández, en la sede del partido en Oviedo. Uly Martín

En 2015, hace un siglo según el calendario mariano, España estaba igual: sin Gobierno, con el PP en los banquillos y una mayoría de cambio. Desde entonces ha habido mínimos ajustes, el menor de todos el nuevo resultado del PSOE, que perdió cinco escaños. Sin embargo, a efectos políticos es el único partido destruido. Es, según su responsable, el “solar” que queda de un edificio dañado.

Para que esto se haya producido se han dado varias circunstancias, la primera de todas una sutil contradicción. El Partido Socialista otorga autoridad y criterio al votante que ha dado una mayoría simple ...

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En 2015, hace un siglo según el calendario mariano, España estaba igual: sin Gobierno, con el PP en los banquillos y una mayoría de cambio. Desde entonces ha habido mínimos ajustes, el menor de todos el nuevo resultado del PSOE, que perdió cinco escaños. Sin embargo, a efectos políticos es el único partido destruido. Es, según su responsable, el “solar” que queda de un edificio dañado.

Para que esto se haya producido se han dado varias circunstancias, la primera de todas una sutil contradicción. El Partido Socialista otorga autoridad y criterio al votante que ha dado una mayoría simple al Partido Popular. A cambio, el Partido Socialista niega autoridad y criterio a un votante más específico, el suyo propio. De esta forma el votante del PP tiene derecho a que su partido gobierne, pero el votante del PSOE no tiene derecho a impedir que el PP lo haga, aunque pueda hacerlo.

La decisión se argumenta con un hecho (las terceras elecciones serían un desastre) y una conjetura (de producirse, hundirían al PSOE). Así, son los propios socialistas los que absorben no solo la responsabilidad de que se celebren sino que prevén su fracaso (poca confianza en sus votantes, otra vez más). Con ello liberan a Podemos, que al abstenerse pudo impedir las segundas elecciones, y al PP, sin cuya provocación Fernández Díaz y provocación Soria, como parte de una provocación general y judicializada, podría tener abstenciones menos dolorosas.

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Aún en 2016 la democracia interna era algo de lo que presumir en el PSOE a cargo de los que después maniobraron para impedirla. Fue el propio jefe de la gestora, Javier Fernández, el que se enorgulleció de la consulta a la militancia para negociar un acuerdo de Gobierno. Y el que dijo, en un mes de enero, que no se admitían abstenciones de independentistas como forma de llegar al poder; esa línea roja que marcó la negociación de Sánchez reconocía la abstención como arma que servía para dar Gobiernos.

Hoy la abstención ha perdido prestigio: puede ser hasta técnica. Entonces la abstención era de partidos que quieren romper España y hoy la abstención que promueve para sí el PSOE es para que mantenga el poder un partido juzgado no por romperla, sino por saquearla. Si quiere ganarlo todo, hasta cierta respetabilidad cómica, el PP debería anunciar que su línea roja es la de no aceptar la abstención del PSOE y reclamar su voto afirmativo. El discurso socialista de impedir elecciones a toda costa vale para eso, para un acuerdo de gobierno y para terminar de apuntalar, si se tercia, el solar.

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