Editorial

La hora de la unidad

Tras la marcha de Sánchez, urge reparar las fracturas y unir al partido

El atril de la sede de PSOE en Madrid desde el que Pedro Sánchez explicó ayer a los medios su dimisión.Foto: atlas | Vídeo: JAVIER SORIANO (AFP) / ATLAS

El lamentable espectáculo ofrecido este sábado por el socialismo español en la reunión de su Comité Federal —intento de pucherazo incluido— ha provocado un daño enorme a la imagen y credibilidad de este partido centenario, clave para la gobernabilidad y estabilidad de España.

A la sucesión de derrotas electorales sin precedentes en la reciente historia del partido, que han dejado al PSOE nada menos que con 85 diputados, el mandato de Pedro Sánchez como secretario general del partido ha añadido el triste récord de una profundísima división que, de no restañarse con urgencia, puede dejar ...

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El lamentable espectáculo ofrecido este sábado por el socialismo español en la reunión de su Comité Federal —intento de pucherazo incluido— ha provocado un daño enorme a la imagen y credibilidad de este partido centenario, clave para la gobernabilidad y estabilidad de España.

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A la sucesión de derrotas electorales sin precedentes en la reciente historia del partido, que han dejado al PSOE nada menos que con 85 diputados, el mandato de Pedro Sánchez como secretario general del partido ha añadido el triste récord de una profundísima división que, de no restañarse con urgencia, puede dejar al partido fracturado e inutilizado como alternativa de gobierno.

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La responsabilidad última, tanto de las derrotas como de la división (enfrentamientos, intimidaciones y abusos verbales sobre algunos de los dirigentes), recae sobre los hombros de su secretario general saliente, Pedro Sánchez. La principal tarea de un líder es mantener su partido cohesionado por encima de las diferencias de opinión, naturales en toda organización. Todos los secretarios generales que le han precedido en el cargo han tenido que gobernar, con dificultades similares, sobre un partido profundamente plural y descentralizado, donde las corrientes de opinión y sensibilidades territoriales diversas han desempeñado siempre un importantísimo papel.

Si algo ha distinguido el mandato de Sánchez no son por tanto las rivalidades internas, normales en una formación política, sino su incapacidad para unir al partido detrás de sí, construir un liderazgo abierto e incluyente y sumar a sus críticos a un proyecto ganador. Resulta revelador que el secretario general haya logrado unir en su contra a muchos de los que hasta hace poco rivalizaban entre ellos, desde expresidentes y secretarios generales a líderes territoriales. Esa pérdida de crédito ha acompañado a las maniobras para —ignorando el hecho, político y aritmético, de que el PSOE no estaba en condiciones, con 85 escaños, de conformar un Gobierno alternativo al PP— crear entre los militantes la falsa ilusión de esa posibilidad y, en paralelo, acusar a sus críticos de querer favorecer al principal rival político.

El cúmulo de tensiones generadas por el enrocamiento de Sánchez, incluido el deseo de convocar a la militancia para hacerse reelegir antes de unos terceros comicios, ha llevado al partido al caos y al descontrol durante una semana fatídica para el partido. En estas circunstancias era inevitable que cualquier votación se planteara como una moción de confianza que evitara dividir al partido entre dos legitimidades y le llevara a una fractura o una prolongación de las tensiones durante semanas o meses.

La votación del Comité Federal y la posterior dimisión de Sánchez, aunque dramática, no cabe ser apelada ni cuestionada en su legitimidad, y abre una vía para la necesaria recomposición de la unidad del partido, que debe hacerse con toda generosidad. Tras las ilusiones creadas estos días, toca ahora enfentar la dura realidad de que el PSOE que lega Sánchez tiene 52 escaños menos que el PP y ninguna posibilidad de armar un Gobierno alternativo.

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