Última oportunidad

La UE tiene en el TTIP ocasión de relanzarse y reequilibrar el sesgo global hacia el Pacífico

Manifestación contra el TTIP en Bruselas. ERIC VIDAL (REUTERS)

Estamos llegando al último cuarto de hora. Si en los próximos días se paraliza el avance hacia la firma del Tratado comercial y de inversiones (TTIP) entre EEUU y la Unión Europea (UE), habremos perdido una gran oportunidad de relanzar la economía. Porque tras el final del mandato de Barack Obama todo será más difícil.

Y sin embargo, el mal augurio probablemente se convertirá en realidad. La culpa será de la perversa alianza de facto entre el —pretendidamente izquierdista— populismo antiglobalización (y antiamericano) y la ultraderecha xenófoba, proteccionista, eurohostil (y antiamerica...

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Estamos llegando al último cuarto de hora. Si en los próximos días se paraliza el avance hacia la firma del Tratado comercial y de inversiones (TTIP) entre EEUU y la Unión Europea (UE), habremos perdido una gran oportunidad de relanzar la economía. Porque tras el final del mandato de Barack Obama todo será más difícil.

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Y sin embargo, el mal augurio probablemente se convertirá en realidad. La culpa será de la perversa alianza de facto entre el —pretendidamente izquierdista— populismo antiglobalización (y antiamericano) y la ultraderecha xenófoba, proteccionista, eurohostil (y antiamericana).

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Ambos se oponen al TTIP, lo han convertido en chivo expiatorio de una globalización por ahora injusta, y con una hábil campaña han secuestrado a partidos de las corrientes centrales y Gobiernos en general sensatos. Pese a que la mayoría de los europeos siga a favor del tratado, según las encuestas: más de la mitad, por un tercio en contra. Así que este es también el secuestro de la mayoría democrática a manos de las minorías callejeras.

Sorprende hasta qué punto la demonización de la caída de barreras a las transacciones, del estímulo a la inversión mediante la convergencia de estándares y al cabo, del libre comercio, concitan apoyos populares. Porque la historia de la UE —una historia de éxito pese al agarrotamiento actual—, parte de esos principios económicos.

La libre circulación, el mercado común y la unión aduanera afianzaron la cohesión de los seis fundadores. Fueron y son palanca de crecimiento, modernización estructural, acicate de competitividad e internacionalización productiva para los sucesivos socios, menos prósperos: los del Sur, y también los del Este. No es cuestión de creencias, sino de cifras.

Este es también el secuestro de la mayoría democrática a manos de las minorías callejeras

Son razonables algunas críticas a las insuficiencias del liberalismo comercial. Sobre todo cuando este no es homogéneo o cuando no se prevén medidas compensatorias para los sectores perdedores (siempre los hay), como se ha hecho en la UE mediante los fondos estructurales y de cohesión: estos han ayudado también a cubrir el abismo de PIB per cápita entre viejos y nuevos miembros. Son razonables los lamentos sobre el carácter asimétrico de la globalización: casi completa en el ámbito financiero, escasísima en lo impositivo (paraísos fiscales) y nula en el social.

Por eso convendría que el TTIP —al cabo, laboratorio de una nueva fase de globalización— se acompañase de acuerdos fiscales y de una agenda social: en cada uno de los dos bloques, y en ambos. Porque lo que parece fuera de duda es que en lo económico, el acuerdo desencadenaría más crecimiento. Quizá de un 1% adicional anual en la UE: por las proyecciones de las mejores investigaciones (Centre for Economic Policy Research, Fundación Bertelsmann), aunque otros las pongan en duda; y por los resultados históricos de otras experiencias.

Si eso es así en términos globales, búsquense las compensaciones adecuadas a los sectores particulares y minoritarios susceptibles de ganar menos o de perder, sea el cárnico-vacuno o la energía verde. Pero recúerdese también que el statu-quo supone costes de oportunidad perjudiciales para muchos más: desde las manufacturas tradicionales (textil, conservas) al agroalimentario y al océano de las pymes europeas.

Las nuevas barreras implantadas desde 2008 suponen casi el 5% del comercio mundial

El tratado en discusión posibilita también una cuádruple oportunidad que sería insensato despreciar. Para reequilibrar la excesiva dependencia comercial de Europa respecto de sí misma: 2/3 de sus intercambios se dirigen al mercado doméstico, y su relevancia con los emergentes es mínima. Para reforzar el eje Atlántico, reequilibrando el actual desplazamiento económico mundial hacia el Pacífico: desde la crisis de 2008, las exportaciones de EEUU a Asia han subido del 27,8% del total al 30,4%; y sus importaciones, del 39,2% al 44,7%.

Para contrarrestar los crecientes excesos proteccionistas: las nuevas barreras implantadas desde 2008 suponen casi el 5% del comercio mundial y casi un billón de dólares. Y para rellenar parcialmente el vacío creado por la continuada imposibilidad -¡quince años ya!-- de culminar la Ronda de Doha de la OMC de liberalización comercial. Abortar los acuerdos regionales paraliza los progresos asociados al intercambio.

Y si además pretenden soñar, esa perspectiva serviría para reformular el famoso, y receloso, trilema de Dani Rodrik, por el cual debe renunciarse o a la soberanía nacional, o a la democracia, o a la globalización. ¿Por qué no pensamos en futuro? O sea: soberanía compartida; democracia supranacional, globalización equitativa. Si lo hacemos, el trilema se desvanece. Como conviene.

© Lena (Leading European Newspaper Alliance)

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