Columna

Timidez administrativa

Se trata de una dolencia que provoca que uno se bloquee y termine dando una respuesta equivocada

Los miembros del equipo olímpico de natación de EE UU Jack Conger y, a la derecha, Gunnar Bentz. Angel Valentin (AFP)

Una de las historias más entretenidas de los Juegos Olímpicos de Río ha sido la protagonizada por esos nadadores estadounidenses que declararon haber sido atracados por unos señores armados que se hacían pasar por policías. Luego resultó que igual no, o tal vez sí, pero no. Cada noticia al respecto cuestionaba la anterior y era, como todo en estos días, jaleada como la definitiva. Vivimos en un mundo en el que se e...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Una de las historias más entretenidas de los Juegos Olímpicos de Río ha sido la protagonizada por esos nadadores estadounidenses que declararon haber sido atracados por unos señores armados que se hacían pasar por policías. Luego resultó que igual no, o tal vez sí, pero no. Cada noticia al respecto cuestionaba la anterior y era, como todo en estos días, jaleada como la definitiva. Vivimos en un mundo en el que se espera que cada capítulo de la serie tenga la certeza y la emoción del último.

Siento gran empatía con estos nadadores, pues sé lo que realmente les sucede: padecen una enfermedad llamada timidez administrativa. Servidor debe convivir con ella desde que rellenó el formulario de su primer pasaporte. Se trata de una dolencia que provoca que, ante cualquier tipo de pregunta formulada por un miembro de cualquier estamento público o empresa privada con más de cinco empleados, uno se bloquee y termine dando una respuesta equivocada. A ellos les dio por inventarse un robo y a mí, en los últimos tres meses, me ha llevado a necesitar de cuatro llamadas para pagar (¡pagar!) una factura de gas; cuatro visitas a una oficina del Ayuntamiento para formalizar mi padrón; tres viajes al centro de salud para una vacuna sin la que, finalmente, tuve que irme de viaje a un lugar donde los mosquitos tienen el tamaño de un gato adulto, y seis (¡seis!) colas en la oficina más cercana de mi entidad bancaria para pedir un duplicado de mi tarjeta de débito (¡débito! ¡ni siquiera crédito!). La última vez que llamé para darme de baja con mi proveedor de Internet, cuando colgué aún seguía con ellos y, además, había contratado el paquete de televisión infantil.

Sobre la firma

Archivado En