Editorial

Algo más que cero

La campaña catalana fabrica ideas y enfoques nuevos y acaba con mal colofón

El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont,en un acto electoral.Susanna Sáez (EFE)

Otra vez la campaña electoral ha colocado en segundo término la cuestión catalana, lo que sorprende, pues se suponía que era el principal problema político. Pero se han apuntado ideas nuevas, que arrojan un balance algo superior a cero; al menos tres. Una, el “pacto político con Cataluña” que acuñó el socialista Pedro Sánchez. La sugestiva idea, que completa y singulariza para el caso específico de Cataluña la propuesta de reforma constitucional federal, ha quedado casi en barbecho, quizá por la incomodidad de algunos de los dirigentes menos federalistas del PSOE. Pero ahí está.

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Otra vez la campaña electoral ha colocado en segundo término la cuestión catalana, lo que sorprende, pues se suponía que era el principal problema político. Pero se han apuntado ideas nuevas, que arrojan un balance algo superior a cero; al menos tres. Una, el “pacto político con Cataluña” que acuñó el socialista Pedro Sánchez. La sugestiva idea, que completa y singulariza para el caso específico de Cataluña la propuesta de reforma constitucional federal, ha quedado casi en barbecho, quizá por la incomodidad de algunos de los dirigentes menos federalistas del PSOE. Pero ahí está.

La segunda es la propuesta de Convergència Democràtica de crear en el Congreso una comisión dedicada a estudiar la situación de Cataluña y, en su caso, desbrozar soluciones. También es positiva, y más tratándose del primer planteamiento no disruptivo en cuatro años lanzado por el nacionalismo antes moderado.

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Y la tercera es la variación, confusión o flexibilidad experimentada por la propuesta de un referéndum sobre la independencia, a cargo de Podemos. No ha convencido a muchos sobre la presunta conveniencia de generar un sucedáneo del derecho de autodeterminación propio de colonias y territorios sometidos a dictadura. Pero ha movido alguna pestaña sobre su fe —a lo que se ve, relativa— en la idea, que dejarían caer en aras de facilitar acuerdos.

Simultáneamente se han sucedido situaciones y enfoques algo distintos a los ya existentes. La incapacidad del Gobierno Convergència-Esquerra de concitar el acuerdo de la antisistema CUP para un presupuesto lo ha colocado en situación interina, por lo que es risible el desprecio supremacista a una España incapaz de pactar un Gobierno (que lo ha sido). Ha impulsado la decisión (correcta) del president Puigdemont de plantear una moción de confianza. Ha fracturado a la CUP. Y ha demostrado que la mayoría parlamentaria independentista era una falacia.

Bajo ese panorama palpita la urgencia de una nueva hoja de ruta que rectifique la alocada estrategia secesionista exprés, huérfana de apoyo internacional y causante de la división de la sociedad catalana. Veremos si los actuales dirigentes están a la altura de las circunstancias; lástima que no hayan aprovechado la ocasión para macerarla. Lo más insólito ha sido la propuesta —del todo surrealista— de la Asamblea Nacional Catalana de celebrar un referéndum “unilateral”: en rebeldía.

El colofón de la campaña ha sido la filtración de lo que aparece como un intento de conjura del Gobierno para destruir a los partidos secesionistas mediante el abuso exorbitante de sus competencias de Interior. Lo que duplica, a peor, la responsabilidad del Gobierno en la complicación de la cuestión catalana: primero, no le dio respuesta alguna; después, alentó prácticas conspirativas deleznables.

Con razón los nacionalistas (y cualquier demócrata) se han soliviantado, aunque esperan capitalizar el desatino ajeno en las urnas. Claro que el inefable Artur Mas yerra incluso cuando tiene razón: dice que el episodio demuestra que el Estado mantiene una “matriz franquista”. Curioso: a instancias de su Gobierno se nombró a un director de la Oficina Antifraude tan conspirativo... con el ministro de Interior.

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