¿Estamos mejor o peor?

Hemos aprendido algo desde el 20-D, pero por el camino somos más la sombra de una vocación provinciana

Pedro Sánchez, durante un acto de precampaña en Las Palmas de Gran Canaria.Ángel Medina G. (EFE)

Esta semana empieza oficialmente la campaña electoral del 26-J. Es un gran momento para examinar si hemos aprendido algo en estos cinco meses, desde el 20-D.

La respuesta es sí, pero... Hemos aprendido que los partidos emergentes llegaron para quedarse. Y que el bipartidismo imperfecto ha cedido paso a un cuatripartidismo (más las minorías nacionalistas; una, autodescartada; la otra, acompañante) también imperfecto. Porque ha sido incapaz de fraguar Gobierno. Y porque, paradoja, quien aspira a reeditar el bipartidismo es alguno de sus detractores, solo que con él a bordo.
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Esta semana empieza oficialmente la campaña electoral del 26-J. Es un gran momento para examinar si hemos aprendido algo en estos cinco meses, desde el 20-D.

La respuesta es sí, pero... Hemos aprendido que los partidos emergentes llegaron para quedarse. Y que el bipartidismo imperfecto ha cedido paso a un cuatripartidismo (más las minorías nacionalistas; una, autodescartada; la otra, acompañante) también imperfecto. Porque ha sido incapaz de fraguar Gobierno. Y porque, paradoja, quien aspira a reeditar el bipartidismo es alguno de sus detractores, solo que con él a bordo.

También hemos interiorizado que, sin mayorías suficientes, se impone el pactismo. Pero acaso no seamos consecuentes con ello. Si lo fuéramos, premiaríamos a quienes demostraron voluntad de pactar, con firmas (PSOE y C’s), en vez de a quienes (PP y P’s) no. Lo contrario de lo que profetizan las encuestas.

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Y hemos comprobado que los problemas enquistados vuelven a la superficie: Cataluña se dejó en el armario y ahora vuelve de la mano de Pedro Sánchez. Su valiente propuesta de un gran pacto político solo la denigran centralistas adictos a los privilegios de la subvención meridionalista, las concesiones surrealistas de fábricas de helicópteros y el AVE a ninguna parte, como la escuela manchega de Emiliano García Page.

Y sabemos que cinco meses no pasan hoy en vano, y que los programas o se reactualizan o se vuelven discos rayados fuera de las dimensiones espacio-tiempo.

Pero quizá estos aprendizajes a medias han resultado demasiado caros. ¿Estamos mejor o peor que en diciembre? ¿Solo hemos perdido el tiempo o lo hemos dilapidado? ¿Hay responsables?

Estamos mucho peor de lo que nos juró el Gobierno en seriedad presupuestaria y cumplimento del déficit acordado: bordeamos la multa europea; peor en el trato de las desigualdades; igual de mal en las políticas activas de empleo; peor en esa Latinoamérica que cambia: ausentes; peor en presencia mundial, ignorados en los encuentros de los europeos con Obama y autodesinvitados en la gran cumbre sobre seguridad nuclear; irrelevantes en Europa, como grandes campeones en egoísmo con los refugiados.

Somos menos una gran nación de naciones y más la sombra de una vocación provinciana. ¿Por qué?

 

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